CAMPO GRANDE
Valladolid 24 de Septiembre de
2001
Queridos hijos: El verano ayer tocó a su fin, pero
la tarde es aún larga y alegre, la temperatura benigna, propicia para sentarse
al pie de un gallardo y frondoso cedro del Campo Grande, jardín romántico admiración
de propios y extraños por lo que tiene de oasis verde, pulmón, fábrica de
oxígeno en el centro de la ciudad.
Desde infantes a
ancianos todos buscan allí diversión y descanso, y tratando de extraer todo el
sabor pasean entre árboles, agua, flores y animales, destacando como aves
favoritas pavos reales y cisnes, criaturas aristocráticas, puramente
decorativas, paisaje en sí mismas. Es una fiesta para los ojos y la imaginación
contemplar a los pavos, esa joya alada de elegante figura y noble porte, desplegar
la singular belleza de su abanico de plumaje verde con visos de oro y azul, y a
los cisnes deslizando su belleza por el lago, a quienes sus cuellos en forma de
misteriosa interrogación les da aspecto de
extraña y enigmática ave.
El Campo Grande y yo
hemos llegado como a la compenetración, él me proporciona amenísimas horas y le
correspondo, a más de con profundo respeto, conociendo hasta su último rincón,
así como el nombre y la ubicación de todos y cada uno de sus árboles. Y no es
eso todo, sino que en diversas ocasiones he acudido al vivero para adquirir de
mi bolsillo ejemplares de árboles que no figuraban en su plantío, y allí los
hemos plantado para señalar acontecimientos importantes en la vida de los
nietos, tales como nacimientos, comuniones... Rebeca, por ejemplo, un roble
americano; Cristina un sauce piramidal; Raquel, tilo; Jorge, sauce llorón;
Javi, secuoya; Raúl y Rodrigo sendos alisos; María un gallardo ciprés y Marina
una jovencísima sabina, a más de capalcas, abedules, aliantus... Suman docena y
media de ejemplares con los que hemos acrecentado su arboleda, circunstancias
que bien conocéis y en razón de ello, para vosotros y para mí visitar el Campo
Grande constituye un muy especial placer.
Hijos, besos, abrazos y que os
vaya bonito
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