Historias de toda una vida

Cartas que agrada recibir

martes, 1 de abril de 2014

EL MEJOR ESPEJO LA CARNE SOBRE EL HUESO



EL MEJOR ESPEJO LA CARNE SOBRE EL HUESO

Valladolid, 2004

Queridos hijos: cuando yo era joven y esmirriado estaba en boca de todos, aquello de que no había mejor espejo que la carne sobre el hueso;  Hoy que luzco abundante carne sobre el hueso la Batalla de Covadonga de la moda son las criaturas esqueléticas. Así es la vida. Pero, bueno, gordo o flaco, lo primero y principal es intentar pasarlo bien sin hacer conscientemente mal a nadie durante nuestra breve estancia en el planeta azul, cada día menos azul.

Por supuestísimo, detalle vital es la salud, ya que de ella depende en muy elevado porcentaje ese bien tan deseado que llamamos felicidad. Pero vamos a ver, porque parece ser que hoy por hoy la salud y la alegría es privilegio exclusivo de los tipos fideo. Ignoro cuanto tenga de cierta tal afirmación, porque la puritita verdad es  que hay tristes que hincan el pico en proporción igual o parecida flacos y gordos; la señora vestida de negro y con guadaña no anda con miramientos y se lleva por delante lo primero que pilla, descarnado o metido en carne.
O sea, que eso de vincular la salud y la alegría de vivir con los famélicos no deja de ser una tontería como un queso, porque, no alcanzo a ver por parte alguna a ningún anoréxico vendiendo vitalidad ni regocijo, y sí conozco legión de jamonas y mantecosos sanos como una manzana y felices como castañuelas. Es más, entre los longevos tanto montan, montan tanto los metidos en carne como los siete jijas. Y aún voy a ir más lejos de la mano del refrán que asegura “Que sólo los tontos y los enfermos no dan importancia a la comida”. Tan cierto el refrán como que sentados en la mesa es incomparablemente más grata la compañía de un gorditín  que todo lo encuentra exquisito que la de un comistrajo que no encuentra cosa a la que no le haga ascos.

Pero vamos a la realidad pura y dura, para lucir una silueta Juncal nada como levantarte de la mesa aún con apetito, o seguir el excelente consejo de “menos plato y más zapato”, porque poco motivo de duda ofrece el hecho de que la causa de la obesidad es primordialmente la tragonería: Claro como el agua que en el tercer mundo no abundan precisamente los cachigordos.

Tan imposible como querer parar un tren en marcha resulta pretender ocultar que en la actualidad la obesidad está muy mal vista, y en razón de ello los propensos al tema tratamos de buscarle tres pies al gato, es decir, hallar un chivo expiatorio, por ejemplo, a la comida basura cargada de colesterol que sirven McDonald, Telepizza, Donuts… Pero yo, lo digo alto y claro, ni por equivocación pongo un pie en tales lugares y ya me veis gordinflón, ¿será quizá, porque me engorda hasta el consomé de perejil? Quizá, todo  cabe y es posible que la gordura sea problema que no dependa única y exclusivamente de la alimentación, ni de factores externos, concurra algún cambio fisiológico, por decir algo, motivado por cuestión del metabolismo.

En fin, que hace ya tiempo largo que esperamos ilusionados la esperanzadora promesa de que la sabiduría médica solucione de una vez y para siempre la dificultad, amén, amén, amén.

Hijos, pues eso, que nos tocó la lotería al revés, negativa, al acaparar avariciosamente líquidos.  Somos poco menos que un charco de ranas.

Besos y abrazos