EL MUY NOBLE Y LEAL CORNÓN (Boceto sin fecha)
En fugaz escapada a mi pueblo,
el muy noble y leal Cornón de la Peña, con obligada visita a la vieja fuente,
el alma se me cayó a los pies, porque, más claro agua, los cornitos residentes
se han mostrado por completo ingratos con quien
durante siglos les dio la vida, o sea, el agua. Imposible vivir sin ella
y allí no había otra. No cabe, pues
resquicio de duda que al chorro alegre y cantarín, abundante y fiable, con temperatura siempre
adecuada, cálida en invierno y
deliciosamente fresca en verano, debe Cornón su existencia.
La verdad pura y llana es que en tanto en cuanto mis paisanos se modernizaron un poco y consiguieron el gran logro de obtener agua en la propia casa directamente del grifo, volvieron la espalda a la benefactora fuentecilla, abandonándola a su suerte, con lo que se vino abajo, y allí yace arrinconada, invadida por algas, musgo y malas hierbas. No me agrada sacar a relucir los trapos sucios de mis coterráneos, pero pienso que con su deslealtad han dejado evidente que han perdido el sentido del gusto al cambiar el agua fácil de beber, digestiva y exquisita por otra corriente y vulgar traída de una charca.
Bueno, vamos a ver, los químicos dicen que el agua, elemento vital, es un líquido incoloro, inodoro e insípido. Con perdón, eso será el agua de su pueblo, la del mío, clara como la que más, huele a finas hierba y sabe a miel, como la exquisita que elaboran las abejas de mi terruño a base de tomillo, espliego y romero.
No es preciso poseer mucho “taliento en el celebro” para caer en la cuenta que existen gran diversidad de aguas muy diferentes entre sí. De ahí que haya aguas maravillosas, así como de pésima calidad, turbias, gordas, sosas, salobres, con sabor a calcio, a sodio, a lejía, a azufre, a tierra, es decir, que son sin fin las aguas potabilizadas que se consiguen a través del grifo, pero que resultan un maltrato para el olfato y el paladar porque huelen y saben a cloro.
Estimados amigos, si a alguien se le presenta la oportunidad de visitar Cornón y beber agua de su fuente no la desechen, comprobarán que efectivamente, de aquel humilde y desasistido manantial fluyen dos chorros de un líquido ligero y fino, además, que huele y sabe que alimenta...
La verdad pura y llana es que en tanto en cuanto mis paisanos se modernizaron un poco y consiguieron el gran logro de obtener agua en la propia casa directamente del grifo, volvieron la espalda a la benefactora fuentecilla, abandonándola a su suerte, con lo que se vino abajo, y allí yace arrinconada, invadida por algas, musgo y malas hierbas. No me agrada sacar a relucir los trapos sucios de mis coterráneos, pero pienso que con su deslealtad han dejado evidente que han perdido el sentido del gusto al cambiar el agua fácil de beber, digestiva y exquisita por otra corriente y vulgar traída de una charca.
Bueno, vamos a ver, los químicos dicen que el agua, elemento vital, es un líquido incoloro, inodoro e insípido. Con perdón, eso será el agua de su pueblo, la del mío, clara como la que más, huele a finas hierba y sabe a miel, como la exquisita que elaboran las abejas de mi terruño a base de tomillo, espliego y romero.
No es preciso poseer mucho “taliento en el celebro” para caer en la cuenta que existen gran diversidad de aguas muy diferentes entre sí. De ahí que haya aguas maravillosas, así como de pésima calidad, turbias, gordas, sosas, salobres, con sabor a calcio, a sodio, a lejía, a azufre, a tierra, es decir, que son sin fin las aguas potabilizadas que se consiguen a través del grifo, pero que resultan un maltrato para el olfato y el paladar porque huelen y saben a cloro.
Estimados amigos, si a alguien se le presenta la oportunidad de visitar Cornón y beber agua de su fuente no la desechen, comprobarán que efectivamente, de aquel humilde y desasistido manantial fluyen dos chorros de un líquido ligero y fino, además, que huele y sabe que alimenta...