Historias de toda una vida

Cartas que agrada recibir

lunes, 7 de noviembre de 2011

A LA VIDA SIN BROMAS LE FALTA CHISPA

Querido yayo Félix: No sabes qué alegría me da recibir tus cartas publicables, sobre todo si son de estas donde cuentas las andanzas de tu azarada y apasionante vida de mexicanito; y si además lo haces utilizando la jerga de tu segunda patria, me haces pasar un rato súper agradable.
Como curiosidad te diré que quizás no lo sepas pero esta es la entrada numero 100 del corriente 2011, del que llevamos vividos 311 días.

La media viene siendo una entrada cada 3,11 días.

Pronto se cumplirá el primer año de tus andanzas por el ciberespacio y ya tienes veinticinco mil visitas, una media de 70 diarias, contando con que lógicamente al principio tenías muy poquitas y ahora no bajan de cien cada día.
Todo un exitazo que no se hubiera dado sin tus preciosas cartas, que tanto me gusta recibir, editar, ambientar con fotos y publicar.

Te mando un montón de besos y achuchones varios.

Marisa Pérez Muñoz


A LA VIDA SIN BROMAS LE FALTA CHISPA    6-11-2011 19:35

Queridos seres queridos:

Naturalmente, en la época de mi vida que permanecí trabajando en la empresa de transportes conté con otros muchos amigos, a destacar por sus peculiaridades, el tenedor de libros, un personaje que no sé como calificar porque no estaba de todo cuerdo ni tampoco del todo majareta; en estado normal era responsable, simpático, eufórico y dicharachero, pero cuando se desenganchaba de la realidad y el mar se le antojaba chiquito para hacer un buche, no es que actuase bajo el efecto del alcohol, ni tampoco que fuese cosa de todos los días, pero cuando menos lo esperabas era capaz de cometer tan sublimes pendejadas que te rompían todos los esquemas.

      Cuauhtémoc era su nombre, el mismo del último emperador azteca, el que defendió heroicamente la ciudad de Tenochtitán, pero vencido y hecho prisionero por Cortés, dicen que le quemó las plantas de los pies para arrancarle el lugar secreto donde escondía el tesoro real.

      Bien, el camarada contable era chapaneco de nacimiento, un hijo más de una familia excepcionalmente numerosa, 33 hijos tenía su padre con diversas mujeres, según su versión, pese a la diversidad de temperamento, existía entre ellos estrechos lazos de fraternidad y convivían armoniosamente.

      Estaba en el ajo, él mismo me había desvelado el secreto de ocultarse en la inmensa ciudad de México, refugio seguro, huyendo de su tierra por un serio problema. A la vida sin bromas le falta chispa, pero el chapaneco a cualquier cosa llamaba broma, y hay bromas tan serias que no se puede jugar con ellas y la que gastó a un amigo, más que broma fue un susto de muerte: pretendiendo ser gracioso e impresionar con su audacia dando una exhibición de hábil tirador clavando en tierra, entre las piernas entreabiertas una bala, pero le falló refeo el tiro y el plomazo se incrusto en una rodilla, dejándolo cojo a perpetuidad. Los familiares del perjudicado juraron y perjuraron hacer lo mismo con él, de ahí la espantada, la graciosa huida.

Vamos a ver, dado que yo era el jefe de oficina quien le  pasaba la documentación que él contabilizaba, obligado era el trato estrecho y continuo, pero decir que era amigo sería exagerado, pues sobradamente sabía que cuando le patinaban las neuronas era  amigo de las bromas pesadas, pues aún así me confié y también fui objeto de una de sus lunáticas chifladuras. Viajábamos en su coche plácida y despreocupadamente cuando de sopetón, inauditamente me grito:   Cuate, pela los ojos y mira hacia allá ¿ves al pie de la carretera aquel matorral? Pues ponte chango, que ¡allá vamos!
-         Trastornado, le grité, ¿Qué haces? ¿Qué vas hacer? ¿A qué juegas?
No me oyó ni nada lo detuvo y al grito de ¡Viva Zapata!  Nos zambullimos en la tupida maleza. Un enmarañado zarzal amortiguó el golpe y salvo el susto y los arañazos en la pintura del coche nada grave ocurrió, pero expuestos estuvimos a darnos en la meritita torre, todo, según él, por darse el gusto de saber que se sentía. Como ya  entonces mi lenguaje  era semejante al suyo, le insulté:
-         Pendejo descerebrado, si estás cansado de vivir, ahórcate si ese es tu gusto, pero ¿Y luego yo?

Cacareando de risa se limitó a acusarme de rajón y cobardica y fanfarroneando salió con que no hay que tenerle miedo a nada y reírse de la muerte, porque al fin la vida no vale nada.
Pinche achichinque, no valdrá para ti, para mí lo es todo.

      Voy a que no me vais a creer que después de la alucinada barrabasada, de la chulesca exhibición, cometí la insigne candidez de volver a ser víctima de otro irracional bromazo. Igual, exactamente igual que en la anterior ocasión viajábamos en su coche por el centro de la ciudad muy quitados de la pena cuando intempestiva, inconcebiblemente, acelerón, volantazo; el coche saltó como tepezcuintle sobre  la mediana y quedamos invadiendo el carril del contrasentido circulando en sentido contrario, no únicamente con mis pelos de punta, también los de los conductores que venían de frente. Milagrosamente salimos vivitos y coleando, escapando por la primera salida.
-         Descerebrado kamikaze -le insulté- ¿Qué víbora te ha picado? Te lo digo de la manera más directa, te has pasado y ¿Volver yo a subirme a tu coche? ¡Jamasmente! Renuncio a ello para el más parasiempre de los parasiempres.

Por supuesto lo cumplí a rajatabla.

      Al separarme de la empresa, independizándome, perdimos el contacto, pero años después, bastantes, nos encontramos en un puesto de refrescos de la carretera camino de Cuernavaca, la ciudad de la eterna primavera, conducía una carcacha destartalada, un coche viejo golpeado, abollado, oxidado, tan maltratado que las puertas de un lateral sin cristales se cerraban amarradas con cuerdas.
      Increíble parecía que vehículo en tal estado se le permitiese circular por la vía pública, pero como en México querido y rechulo todo vale, ahí iba con el interior lleno hasta el techo de chamacos, críos alborotados.

      Así era, sin remedio, el pájaro loco de Cuauhtémoc; la cabeza una olla de grillos siempre jactándose de su audacia y presumiendo de su buena suerte.

                                Besos y abrazos,

Félix