Historias de toda una vida

Cartas que agrada recibir

martes, 23 de octubre de 2012

EXPERIENCIA INTERESANTE



Cumpliendo promesa me tienes y como regalo por lo bien que ha salido la prueba, aquí está la nueva vieja cartita.
Hoy toca recordar el último viaje que realizaste a tu México lindo y querido. Carta tan interesante como la experiencia que en ella relatas.

Besazos enormes guapo.

EXPERIENCIA INTERESANTE

                                      Valladolid, 27 de Agosto de 2001

         Queridos hijos: Los viajes desarrollan el espíritu de manera asombrosa, y a ves son motivo de emociones que dejan profundas huellas.

Pongo por caso mi último viaje a México que de visita en Celaya, una mañana, como es mi costumbre, madrugué, y mientras los anfitriones estaban a lo suyo, Fernando en el trabajo y Lety en sus cosas, me dije, no tengo nada que hacer, ¿dónde puedo ir? 

Me pareció buena idea acercarme a Guanajuato a visitar al amigo Bascós, un corto viaje, no más de una hora. En la taquilla a la hora de adquirir el billete no me cuide más que elegir el transporte que primero emprendía  viaje. Resultó ser un autobús arcaico que se caía de viejo. Al abordarle no superaba la media docena los pasajeros que ocupaban los asientos que no eran otra cosa que listones de madera que corrían a todo lo largo de los laterales del coche. Pero he aquí de improviso llegó en tropel un nutrido grupo de inditos que abarrotaron el vehículo tumultuosamente, cargando con niños, cestos con gallinas, un cerdo amarrado por una pata, varios chivos y bultos de todo tipo. Eran indígenas de ambos sexos; ellas con los pies desnudos, rebozo, vistiendo pobres trapos de colores indefinidos, ellos con guaraches, sarapes y sombreros de paja. Todos, sin excepción, hombres bajitos, con rostros oscuros, lampiños e impenetrables, como caracoles en su dura concha. 

De su natural son tímidos, taciturnos, desconfiados, en sus ojos opacos como una tristeza honda, pero, sorprendentemente, en esta ocasión ofrecían un aspecto singular, se mostraban diferentes, bajo clara sobre dosis de pulque, achispados, algo celebraban eufóricos, las lenguas se les habían alargado y desatado, resultando dicharacheros y parlanchines desbordados que en sus vivas conversaciones en voz alta y en sus idioma intercambiaban bromas y chanzas, lo supongo por los golpes de risa.
         
     Vaaámosmos -gritó el conductor.
Sin más arrancó con una brusca sacudida que hizo que todo el pasaje, la mayoría de pie, bamboleemos peligrosamente, a punto estuvimos de rodar por el suelo. 

El autobús no es que corriese, avanzaba lento y pesado, jadeante como perro sofocado, se trataba del vehículo de transporte más desvencijado, cochambroso, renqueante, ruidoso, incómodo y pestilente; en el denso ambiente flotaba un olor indefinido, mezcla de tufo humano, animal, gasolina y aceite mal quemado. Pensé que el pobre autobús abochornado por su lamentable estado evitaba circular por la carretera general y se movía por una pista a tramos sin asfaltar, y en razón de ello se veía envuelto en una nube de polvo atosigante que se colaba por la nariz y garganta haciendo toser.
         No era mucho aún el trayecto recorrido cuando hubo que detenerse obligado por el reventón de una rueda.
Jálenle p'abajo, párense tantito no más ahí mero, orita nos vamos -ordenó el chofirete.
Y a tierra todos en bola, personas y animales a esperar al borde de la carretera, pero el sol inclemente nos caía encima  a pedazos y nos refugiamos bajo unos mezquites, árbol que sirve para muy poca cosa, pero que nos brindó su acogedora sombra durante el largo rato que se necesito para reparar la avería.
         De nuevo a bordo a empollones, ayudándose y estorbándose, con igual desorden que anteriormente. De nuevo apretones apretados como sardinas en lata a sudar y asfixiarse por el bochorno irresistible. 

Yo que había cedido desde el principio mi asiento a una indita cargada con dos niños idénticos, uno en la espalda y otro en el regazo, aguantaba a pies juntillas los embates y vaivenes del pasaje en paradas, acelerones, baches y curvas.
         Rodeado por la masa de aborígenes que me aplastaban en las avalanchas, rodeado por un mar de sombreros y oyendo hablar en una lengua de monosílabos me sentía intruso en territorio otomí. 

Por supuesto había visto oleadas de indígenas, pero nunca tan próximos ni en tales circunstancias. Observados de tan cerca comprobé lo que ya sabía, lo menesteroso de su existencia, y me pareció que merecería la pena prestarles mayor atención, que debiéramos considerarnos obligados a derramar sobre ellos un poco de amor al prójimo.
         Aún hubo que echar pie a tierra otra vez, en esta ocasión únicamente los hombres para realizar a pie la ascensión de una empinada cuesta. 

Jadeantes y resoplando ganamos la altura. De nuevo en marcha, otra vez a los apretones y ahogos. Con una costra de barro en la cara formada por las gotas de sudor y el polvo flotante, un poco de conformidad, otro poco de regocijo y suerte logramos llegar a nuestro destino.
Fin de trayecto- anunció en chofer.
         Un viaje de apenas una hora se prolongo indefinidamente, pero resultó una experiencia interesante, diferente y nada aburrida.

                                               Besos y abrazos.

CARTA DE TU NIETA LAURA



Querido Yayo:
La semana pasada me dijo Rebe que te habían ingresado porque estabas flojucho y como no he estado en Valladolid y ahora que he vuelto ando un poco “mocosa” no me he acercado a verte, pero sí que quiero que sepas que tengo una visita pendiente.

Supongo que ya lo sabes, pero quería decirte que te envidio.
Envidio lo buen padre y yayo que eres. Todos tus nietos (entre los que me incluyo) estamos orgullosos de tener un yayo tan valiente y bueno.

Es una suerte tener una memoria como la tuya, pero la suerte es nuestra por tenerte como yayo, por poder escuchar tus historias y tus vivencias porque las cuentas como si de ayer mismo se tratase.

Nunca se me olvidará el día en el que me dijiste… “¡¡ pues claro que me puedes llamar yayo!!” Yo como niña, tenía envidia de Rebe, Cris y Jorge que continuamente llamaban tu atención llamándote yayo y yo aunque estaba con mi papá, pues supongo que también quería que en esos momentos fueras mi yayo para que me hicieses el mismo caso.

Siempre te agradeceré que nos acompañaras a mi marido Víctor, a mi familia y a mí en el día -hasta hoy-, más importante de mi vida.
Me consta que lo pasaste muy bien, de hecho te quedaste con nosotros hasta bien entrada la madrugada.

En fin yayete, que tienes que ser muy fuerte y recuperarte pronto para que puedas seguir contándonos tus historias y vivencias como lo has hecho hasta ahora.

Gracias, por ser como eres. Te quiero.
Tu nieta:
Laura