EL ARTE DEL BUEN COMER 05-Enero-2002
Queridos
hijos: Hoy es una fecha un tanto particular en la que me hallo especialmente
sensible ante esta cuestión: Nunca seré más joven que hoy, que es el último día
de mi existencia.
Que cuento con 79 años, mañana
seré octogenario, título que no todos alcanzan; entonces, vamos a ver, lo
juicioso no es lanzarme a lamentar tener
fecha de caducidad, como los yogures, o sea, que el mas allá, está cada vez más
acá, sino ponerme a considerar que a los
ochenta se puede ser enormemente joven, excusa válida para celebrar una fiesta
con el correspondiente auto agasajo, practicando el arte del buen yantar, que
es convertir el acto de comer en un placer para los sentidos y para la
inteligencia. Para ello nada mejor que preparar de manera rápida y sencilla,
pero sabrosa y jugosa unos langostinos con sus buenos bigotes, que son garantía
de noble calidad.
Salpimentar el marisco y cocinar
en aceite, limón, laurel y picante. Cuando tome color flamear con whisky y
vermut; con esta receta los crustáceos destacarán al máximo su olor y su sabor.
Tampoco harán mal papel unos
filetes de solomillo de ternera a la
pimienta. Elaboración: Sazonar la carne con sal, cubriéndolos por ambos lados
con pimienta triturada, ayudando con los dedos para que quede incrustada. Dejar
macerar. Freír en aceite a fuego fuerte y reservar calientes. Verter coñac en
la grasa de freír los solomillos, añadir leche ideal y harina de maíz diluida
en un poco de agua y ligar; cubrir la carne con la salsa y a saborear tales
exquisiteces con calma, que ya se sabe que quien come despacio come dos veces.
Hijos, no me envidiéis y desead
que la bendición de Dios todopoderoso caiga sobre estos gustosos manjares para
que me den fuerza, salud y alegría… amén, amén, amén.
Besos y abrazos: Félix