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domingo, 27 de mayo de 2012

LA GOZOSA FIESTA DE LA TRILLA


¡Qué bonitos recuerdos! 
Una vez más he rescatado una de tus antiguas cartas. En ella nos das una lección de cómo eran los niños de antes. Estoy segura que después de recibir una lluvia de paja y polvo, no te picaba el cuerpo y ahora... Ahora que no nos roce ni el aire puro porque nos produce alergia.

Dices que los hombres después del duro trabajo regresaban a casa cansados; seguro que tanto que ni ganas de "darse una ducha" con barreño y estropajo y al día siguiente el polvo les caía sobre el del día anterior...

En fin, que feliz semana a todos nuestros lectores.
Abrazos.

Marisa Pérez Muñoz 

LA GOZOSA FIESTA DE LA TRILLA       23 FEBRERO-2001

Fui el primer nieto de mi abuelo materno, quien se mostraba conmigo muy afectuoso y paternal, manifestando siempre deseos de tenerme a su lado; quizá, -pienso- para acallar alguna inquietud interior por haber permitido a su segunda esposa el trato poco amable que dispensó a mi madre.
En fin, fuese por la razón que fuera, sus manifestaciones cariñosas me atraían y en mi infancia y juventud acudía con frecuencia a su lado, sin fallar en fechas tan señaladas como las fiestas patronales del  pueblo donde residía, por el veranillo de San Martín con motivo del sacrificio de su majestad el cerdo, y de modo muy especial en la época de la siega y la trilla.
La trilla constituía para mí una gozosa fiesta.
     
Los días de acarreo de la mies desde los rastrojos a la era, se dormía poco y a deshora, era labor nocturna, así que me gustaba madrugar, estar en la era temprano, cuando el sol salía entre dorados resplandores, hora en que llegaban los carros tambaleantes, pomposos y redondos de mies. Con dos de aquellas carretadas se completaba una trilla.
Descargados los carros, se desataban las gavillas y se esparcían a brazadas  por el círculo de la era, quedando expuestas al sol para  que secasen y se tostasen, la  mies húmeda y correosa  dificultaba el trabajo.
Se uncían las vacas y se unían al trillo, un apero de labranza que consistía en una plataforma de madera curva en la parte anterior, provisto por debajo de pedernales y cuchillas de acero que cortaban  y trituraban la paja y separaban el grano a base de vueltas, vueltas y más vueltas de noria.
      En la trilla, que duraba todo el día, colaboraban mujeres, niños y mayores, porque trabajar con animales lentos y mansos no suponía peligro alguno, a más de tratarse de una faena que no requería especial maestría, sólo una mínima atención para no salirse de la trilla y aguantar el pequeño incordio que suponía hacer las veces de retrete ambulante con servicio a domicilio, dado que obligaba a estar ojo avizor, sin despegar la vista del rabo de los animales para que en el momento que lo levantaran con claras muestras de querer descargar el vientre, correr presuroso para alcanzar en el aire la caquita de la vaca y depositarla en un recipiente a propósito, evitando que la plasta se mezclara con el grano y la trilla no resultase limpia, lo que de suceder mostraba claramente ser  mal trillador. Todo lo demás se daba por bueno, era fácil, agradable y divertido. Cierto que a la larga podía resultar monótono y repetitivo dar un sin fin de vueltas al mismo redondel bajo un sol que levantaba ampollas, pero antes de que se acusase aburrimiento, siempre acudía alguien dispuesto a sustituir alegremente en la labor.
     
Por la tarde, terminada la trilla, llagaba la hora de la parva, recoger la mies triturada y desgranada, labor que se realizaba con un apero llamado aparvadera, una especie de gran rastro montado  con un tablón de madera colocado en sentido vertical en el que encajaba horizontalmente  en uno de los extremos un varal largo y grueso, con unos tirantes cruzados para darle resistencia.
 En el extremo opuesto se uncían las vacas, que guiadas por un hombre colocado delante de los animales arrastraba lo trillado, haciendo un gran montón al lado de la era. Para que el arrastre fuese mayor y más eficaz, el resto del personal que se hallaba por allí, si no era suficiente se pedía ayuda al vecino, se colocaba sobre el artefacto haciendo peso. Esta faena resultaba verdaderamente divertida para la gente menuda, eran momentos de alegres risas al ser gozosamente arrollados y semisepultados  por olas de un verdadero mar de paja.
      También ocurría a veces que en la flor del día y en el mejor de los escenarios para celebrar la fiesta de la trilla: el sol  luciendo poderoso y con  luz explosiva; de pronto el aire se cargaba  de un excitante ardor y de las vibraciones magnéticas que preceden a la tormenta,  un destello cruzaba el cielo, un centelleante relampaguéo  ilumina la tierra y un lejano retumbor es la señal para que aparezca por el horizonte una nube redonda, grisácea, mágica, que visto y no visto eclipsa el azul del cielo y después de una ráfaga de viento que levanta una tolvanera con mucho revoloteo de paja, estalla una pasajera tormenta de verano.
Los primeros goterones, grandes como nueces y brillantes como diamantes, se les puede seguir pista desde cierta altura hasta estrellarse en la tierra reseca levantando una diminuta nube de polvo. Excitación nerviosa, emoción por la aventura, gritos, risas, carreras... El chubasco después de arreciar, cede; la ventolera se apaga y, súbitamente, como había comenzado, todo se calma y vuelve la normalidad.
En ocasión similar, en que lloviznaba y brillaba el sol, lució tan fascinantemente cerca de mí el arco iris que sentí la placentera  sensación de que alargando los brazos, por muy poco no pude realizar el anhelo de acariciar los colores con la punta de los dedos.
      Después de la parva se barría la era con unos grandes escobones de brezo, dejando el lugar listo para la trilla del día siguiente; entre tanto esperar que soplara el viento favorable para beldar, esto es, lanzar a lo alto lo trillado de modo algo especial, en pequeñas cantidades y  abriéndolo en abanico para facilitar al  viento la labor de separar en dos montones diferentes: la paja en uno, en el otro el grano limpio. Al bieldo le seguía la criba, apero de cuero agujereado y fijo en un aro de madera que sirve para rematar la total limpieza del grano.
Puedo ver con los ojos de la imaginación a mi abuelo acercarse al rimero de trigo limpio y dorado, meter la mano y sacar un puñado, que después de examinarlo y hacerlo bailotear en la palma, asegurar que no estaba mal, pero que podía estar mejor, porque como todo labrador que se precie, nunca se mostraba por entero satisfecho: "el año anterior el grano fue más gordo", "la espiga granó más", "hubo más paja"...
     
Faltaba por realizar la faena más satisfactoria, la que producía íntima y profunda satisfacción, acarrear el grano limpio al granero. Verdaderamente, el labrador hasta no estar recogida la cosecha y el grano a buen recaudo no está tranquilo ni las tiene todas consigo. Tener asegurado el pan de todo el año suponía haber sorteado con éxito apuros difíciles de vencer: tormentas, sequías, vendavales, granizos, haladas...Y, por último, ya con mayor calma, recoger la paja, colocándola en el pajar, trajinando envueltos en una espesa nube de polvillo y paja menuda que ahogaba el estómago y la garganta.
      Pero estas eran faenas para adultos en la que apenas participábamos los adolescentes,  sin embargo, para que la fiesta fuese completa faltaba correr una aventura con  un misterioso atractivo: dormir en la era entre la paja, bajo el influjo de la luna en algunas de aquellas noches sofocantes y grandiosas cuajadas de estrellas pestañeantes, de cuando en cuando cruzado vertiginosamente por un astro errante acompañado de su cabellera luminosa que pronto se desvanecía; oyendo a lo lejos el ladrar de los perros, el croar de sapos y ranas, gargareo machacón y de una monotonía asombrosa, y a los grillos, que como si dieran cuerda a su caja de música, no se cansan de repetir su sonoro cri-cri.
Estos pequeños detalles envolvían la noche en tan emocionante misterio que a nuestro parecer tenia visos de peripecia verdaderamente notable. Lo que, pese a todo, no evitaba que acariciados por un vientecillo suave y fresco durmiéramos a pierna suelta,  para despertar   de mañanita por los primeros rayos de un sol alegre y madrugador, iniciándose un nuevo y activo día.

      Pero, lógicamente, para poder trillar, aparvar, cribas y recoger el trigo, primero había que segar.

      Como  testimonio de admiración y agradecimiento, pervive  en mi memoria la imagen del abuelo en medio del campo contemplando detenidamente los sembrados, habla que te habla, no para hacerse entender, sino para no ser comprendido, pero que yo quería entender que si lo que veía no le dejaba enteramente satisfecho, tampoco por completo decepcionado. Callaba después para escuchar con la máxima atención, como si oyese el pausado crecer y granar de los trigales. Y cuando ya el todo poderoso sol pintaba de oro viejo los trigales y el aire caliente cimbreaba los tallos y el peso del grano combaba la mies en sazón de la miel dorada, tomaba una de aquellas granadas espigas y cuando al suave roce de los dedos  los granos se separaban con un leve trepidar que sólo  él oía, anunciaba el inicio de la fiesta. Para los campesinos la siega, el acarreo, la trilla y la  limpia constituyen el gran acontecimiento del año.
      La siega es un trabajo familiar, los hombres cantean o mellan machacando cuidadosamente  los borden de la guadaña, y afilándolas después con la piedra húmeda para que corten bien, y comenzar la labor de segar.
Las mujeres y los más jóvenes recogen lo segado en brazadas, llamadas gavillas,  y con ellas perfectamente amarradas se montan las morenas, que permanecerán varios días en la tierra para que sequen bien. Era trabajo de torcer mucho el cuerpo y cimbrear la cintura, de echar todos un pie adelante, colaborando con ardor magnífico bajo los rayos de un sol sin piedad que hacía sudar a chorros, y el ambiente se impregnaba de  olor a campo, a mies, a hombres. Sin faltar, por supuesto, el rechinido estridente y monocorde de las cigarras, el animal veraniego por excelencia.
No se concibe el calor estival sin su permanente presencia. Quiero decir como recuerdo personal que las cigarras tenían para mí una sugestión extraordinaria. Oírlas cantar -o tocar- que bien a bien no sé si lo suyo es una u otra cosa; me hacía sentir gozoso y risueño, con la grata sensación de que la vida  era toda una estupenda aventura. Las chicharras son cautas y evasivas, sus cantos tan monótonos como sutiles y desconcertantes crean la  engañosa ilusión de hacer creer que están donde no es, con lo que no resulta fácil aproximarse a ella; pero con suerte y caminando sigilosamente y de puntillas, en ocasiones he logrado observarlas de cerca.
Es un insecto de cuerpo y alas transparentes,  como hechas de cristal se las ve de parte a parte, y tan escuálidas que da la sensación de no tener peso, ser todo pura caja de resonancia. Llegada la época fría no dicen ni pío. No son frenéticamente trabajadoras como las hormigas, ni  tan previsoras, pero fenecer de hambre por inconscientes, como sugiere la fábula, tampoco es eso, porque en cuanto el calor aprieta y la luz ciega, acuden puntualmente a la cita anual, llenando el aire caliente de positivas vibraciones que transmiten sentimientos alegres.
      Yo también tenía obligaciones: me correspondía  cumplir la labor de mochiñ o preilláan, que consistía en ayudar a recoger gavillas y, muy especialmente, realizar gozosos y divertidos viajes en burro acarreando la abundante comida y bebida fresca. ¡Arre, burro!, y el asno, un burriquito fino de cabos, pulimentado, esbelto y castizo, salía al trote y yo me sentía en las nubes. ¡Tiempos aquellos!
     
Después de una intensa labor, vivido en plenitud, a la caída de la tarde, cuando los rayos del sol que se ocultaba en el horizonte, alargando las sombras y coloreando el paisaje de violeta, de carmín, volvía la gente a casa silenciosa, fatigada y sudorosa.
     
Pero ya no se suda, eso era cosa de los tiempos que se fueron, tiempos de admiración y de añoranza, casi heroicos, en los que se trabajaba largas jornadas en condiciones harto penosas.
Los aperos de madera y otros aperos de carne y sangre que constituían las bestias con las que se sufrió y convivió ya cumplieron con la obligación de su destino. La tecnología con sus ingeniosos artilugios mecánicos de eficacia magnífica han cambiado las formas, simplificando y facilitando los quehaceres agrícolas de manera inaudita.
Ver actuar a una cosechadora es un espectáculo de insuperable eficacia. Inevitablemente así son las cosas, el hombre vive permanentemente cambiando, aunque en tiempos anteriores los cambios eran casi imperceptible, el arado, el trillo y demás aperos de labranza permanecieron siglos sin modificaciones notables, pero de pronto las cosas han cambiado a extremos tan inimaginables que de hoy para mañana todo pasa, todo rompe, todo evoluciona vertiginosamente, con una fugacidad impulsada por un empuje irresistible.
      La cosechadora, máquina agrícola de aspecto deforme, fea en grado sumo (cada día más sofisticadas y aerodinámicas), que cuando avanza rugiendo, temblando de arriba abajo, crujiendo con resuellos hidráulicos, las grandes aspas girando estrafalariamente infunden la fuerte sospecha de que se trata de algún extraño artefacto llegados de otro planeta para cazar, yo qué sé, quizá y por ejemplo, ¿dragones?. Pero este armatoste mastodóntico y de aspecto destartalado y fealdad enorme, es un ingenio agrícola de  eficacia tal que cuando se lanza a devorar ferozmente mies, en sus interioridades ocurre todo un prodigioso portento: un hombre trajeado y encorbatado como para acudir a una fiesta, instalado en una cabina con aire acondicionado, cómodamente sentado en un mullido sillón de ejecutivo, fumando un puro y escuchando música estereofónica, solo y de una vez, puesto que con eso de la  concentración parcelaria  ni tiene que salir del lugar, en dos amenes realiza  todas las labores propias de la recolección de la cosecha: siega, trilla, bielda y criba, vomitando por un costado la paja en bien amarradas pacas, y por el opuesto  el trigo limpio y  envasado en costales perfectamente atados.
      Si nuestros mayores, que el Padre Eterno tenga a su lado, levantaran la cabeza para ver tantísimas novedades dignas de echar un ojo encima, la volverían a agachar con gestos de sorpresa y admiración, pero sin entender nada, imposible.
¡Cómo explicarse el cambiazo que supone pasar del burro al tractor y del trillo a la cosechadora!

jueves, 29 de marzo de 2012

JUEGOS Y JUGUETES DE LOS NIÑOS DE AYER

¡Bueno! Aquí está con un poco de retraso la hermosa crónica de juegos y recuerdos infantiles.
Espero que te gusten las fotos (culpables de la tardanza).
Comentarte que “Trompo” y Peonza” creo que es lo mismo… En Alaejos se llamaba “peón” y al “tirachinas” “tirador”; formas distintas de denominar las cosas en el mismo país ¡¡qué curioso!!
No mencionas –quizás por olvido- el famoso “diábolo”. Jamás supe bailarlo; aunque en casa había uno que había pertenecido a la infancia de mi abuela Felisa.
Como “honda” sólo encontré esa cuerda. Tú me dirás si es a eso a lo que te refieres y cómo se jugaba con una honda.

Perdón por la tardanza ajena a mi voluntad.

Besos enormes guapo.

Marisa Pérez Muñoz

JUEGOS Y JUGUETES DE LOS NIÑOS DE AYER
20 de marzo de 2012 11:12 

Queridos seres queridos:

¿Qué es el tiempo? San Agustín decía que si nadie se lo preguntaba, lo sabía; pero  si quería explicarlo al que se lo preguntaba, no lo sabía. Yo no lo sé ni con pregunta ni sin ella, pero con certeza sé que el tiempo no pasa, pasamos nosotros,  y con nosotros tantas otras cosa que han quedado atrás: figuras, paisajes, costumbres…, y si damos un salto más largo hacia atrás, volviendo nuestros pasos hacía el mundo encantado de la infancia, los juegos tradicionales y populares de los niños de ayer: el aro, la peonza, la cometa, el trompo, las canicas, la perinola, el tirachinas, la honda, el burro, policías y ladrones, el escondite…vemos que se han batido en retirada, refugiándose en el olvido.
El aro era un juguete que a ningún chaval le faltaba. Se trataba de una simple rueda de metal que se empujaba con un alambre rematado en  gancho. Exigía destreza mantenerlo en equilibrio corriendo como gamos. Cuánto entusiasmo y alegría, cuántas sudorosas carreras creadoras de fuerza en el cuerpo y en el espíritu. Únicamente nos queda el recuerdo de los días de primavera, época ideal para practicarlo.
Otro de los de los reyes por excelencia de aquellos juegos era la cometa, artefacto volador para los días ventosos, que con las manos como única herramienta, unas cañas, papel y bramante nos las ingeniábamos para confeccionarlas nosotros mismos. 
La jubilosa sensación de jugar con el viento más que un juego era el arte de dirigirla, dominarla, elevarla corriendo, deteniéndote, retrocediendo, tirando del hilo, soltándolo, y, por supuesto, calculando bien la larga cola estabilizadora porque hacer piruetas sin que se estrelle contra el suelo es más difícil de lo que parece. Nada más divertido que ver aquella maravilla pendiente de un hilo volando como el viento y que con inefable alegría contábamos: vuela, vuela, alto, muy alto por el cielo completamente azul hasta alcanzar las estrellas.
La peonza era un juguete que manejábamos con maestría sin igual, consistía en enrollar el cordel de algodón y lanzado con fuerza y habilidad a dar vueltas y más vueltas sobre su eje, movimiento semejante al de la tierra, según explicaba el maestro.
Aquellos sencillos y emocionantes juegos que nos proporcionaron la mayor fuente de alegrías se practicaban en la calle y la calle era nuestra y la ocupábamos con bullicioso entusiasmo. Jugando desde que nos tirábamos de la cama  hasta que volvíamos a ella éramos felices, todo lo feliz que puede ser un niño, pese a que teníamos poco, pero era bastante, porque con un trozo de madera, trapos, gomas, hilos, piedras, botones, huesos de fruta…la necesidad desarrollaba nuestro espíritu creativo y nos las ingeniábamos  para construir nuestros propios juguetes.
Canicas de barro -material accesible y asequible para los niños de ayer- lejos de las coloridas canicas cristalinas que hoy también son recuerdo de niños que te sucedieron.
El juego es la principal actividad de los niños y ha de concedérselos la importancia que tienen, pues derrochando energía y entusiasmo corríamos, saltábamos, como con alas en los pies recorríamos los verdes alrededores del pueblo, sendereando por los montes, ascendiendo a la montaña rocosa, pescando o nadando en el Carrión, río de aguas diáfanas. Muchas horas al sol y al aire en contacto directo y profundo con la naturaleza el cuerpo se robustecía, el cerebro evolucionaba, se adiestraban los sentidos, se formaba el carácter preparando el espíritu para la vida. Nuestra existencia quedó marcada por aquellas experiencias. No resulta extraño que se diga que el porvenir de un hombre está en la niñez.
El nivel de vida se ha elevado de forma verdaderamente extraordinario, el mundo ha evolucionado, es otro, los niños no tienen lugar ni compañeros para jugar en la calle, a cambio son riada sus juguetes radicalmente diferentes, caros y pasivos físicamente. Muchas horas sentado ante el ordenador o el televisor, no es necesaria mucha imaginación para que quede meridianamente claro que poca movilidad más comida basura igual a niños obesos.
Bueno, vemos a ver, vamos a ver, fuimos niños de la guerra y no sólo nos divertíamos con juegos sencillos e inocentes, miméticos, emulando la conducta de los mayores que con la seria preocupación de derechas e izquierdas se llevaban como perros y gatos, viviendo en permanente discordia, y los críos éramos también bastante salvajotes y con frecuencias las bandas de muchachos nos enzarzábamos a pedradas y a palo limpio. Peligrosa conducta aquel obrar sin reparar en las consecuencias que bien podían haber rematado en tragedia, pero por fortuna, salvo algún chichón o descalabradura nada ocurrió de consecuencias serias.
Otra actividad favorita era la rapiña de frutas de propiedad privada. No es que las frutas robadas fuesen mejores, era las ansias de emoción y la atracción irresistible del riesgo. Me cabía el poco honroso título de  ser cabecilla de los más audaces, fuertes y osados escaladores de árboles y tapias. Vaya, vaya, vaya que tiempos aquellos.
En lo tocante a los juegos activos e imaginativos que nos proporcionaron profundo placer y emociones sin fin, tenemos para con ellos el deber del sentimiento de agradecimiento que es el recuerdo.
Abrazos, besos, salud, suerte y alegría.                                   

                        Félix

domingo, 19 de febrero de 2012

TIEMPOS AQUELLOS-LA ESCUELA DE MI NIÑEZ

Cuando leí esta carta hace una pila de años, me reí un rato al leer tu viejo recuerdo del maestro que ventoseaba feliz en la escuela y los alumnos coreaban los cuescos como la mejor de las hazañas.
Eso mismo me lo contaban  en dos generaciones diferentes mi padre y mi abuelo Ruperto de los maestros que tuvieron lo poquito que asistieron a la escuela. ¡¡Que pedorros debían ser los maestros de entonces!!
Parece ser, era normal que el maestro aliviara el gas sobrante y entonces los niños le cantaban: “Que con salú tire usté muchos Don Vítor. O... Que con salú los tire usté Don José.
¡A buenas horas íbamos a consentir eso ahora, así reventara el pobre maestro, o saliera volando como un globo sonda!

En cuanto a tu reflexión final, no sólo no ha mejorado en estos 11 años, parece que va a peor y no tiene visos de mejoría. Ojala entre todos seamos capaces de  remediarlo y poner a cada uno en su lugar. Los maestros enseñando y educando y los padres en casa continuando con la labor de educar y enseñar. Los primeros perjudicados son como siempre los niños.


Feliz carnaval Yayo... y queridos lectores.


Marisa Pérez


TIEMPOS AQUELLOS-LA ESCUELA DE MI NIÑEZ
Valladolid 2001 Y 2007

Queridas hijas pedagogas:

Prestad atención si os mueve algún interés por tener idea cabal de cómo ocurrían las cosas en la escuela de entonces, es decir, antañamente, cuando yo, niño en Guardo, asistía a ella y las cosas no se desarrollaban precisamente como ahora, cuyo sistema de enseñanza se basa en la amabilidad y la tolerancia. El lema era muy otro: “las letras con sangre entran”; realmente un auténtico disparate, pero, por supuesto, no porque aquellos maestros fuesen monstruos de crueldad, era  cuestión de la pedagogía  del momento. 
A uno de mis maestros, Don Delfín -ese era, efectivamente, su nombre- le recuerdo con especial cariño y le doy muchas y grandes gracias por los reglazos que me propinó tratando de desasnarme lo poco que le permitía. No lo digo por echarme una flor, pero fui un chico díscolo y mal estudiante. Tampoco digo con orgullo que ejercía mi analfabetismo cometiendo todo tipo de burradas: pelear a pedrada limpia entre bandas rivales y robar fruta de las huertas; asignaturas en las que figuraba entre los primeros de clase.
He asistido en no pocas ocasiones, a la clase donde Rocío ejerce de “Seño”,  y se canta mucho el “Rey U” y todas esas cosas.
También entonces se canturreaba lo suyo, pero las tablas de sumar, restar y multiplicar: “Cuarenta menos dos son treinta y ocho; menos dos son treinta y seis... La más  divertida era la de multiplicar por 5: “cisco por cisco venticisco”.  “¿Quién ha sido?” y la cantinela terminaba en ensalada de  sopapos, pescozones, capones y retorcijones de orejas.
Éramos más duros que los niños actuales; pese a ello, la tensión en la escuela era grande, acudíamos a clase con cierto temor y desánimo porque la escala de castigos verbales era amplia, eran muchos y sonoros: ceporro, “pasmau”, méndrigo... pero dolían menos que los corporales que consistían  en una buena fricción con una flexible vara de avellano en piernas, espalda y posaderas o donde se terciara; incluso unos reglazos en la palma de la mano, -contra los que algún alivio suponía llevarlas untadas con ajo-.
Peor que en la palma eran los reglazos en la punta de los dedos recogidos en piña, con alguna posible desviación a la cabeza, sin que dejase de ser posible el lanzamiento de lo primero que a mano hallase el maestro desde su mesa al banco del revoltoso.
Tengo bien presente que yo -vivo de reflejos- en más de una ocasión, al soltarme el reglazo retiraba raudo la mano; nefasta ocurrencia, se redoblaba el castigo y como propina, me llovían los puntapiés en el trasero, y como los mayores  tenían fe en el sistema de “quien bien te quiere te hará llorar” tan beneficioso era que no podías llegar a casa lagrimeando, acusando al maestro de tenerte tirria, porque era empeorar las cosas.
         Por aquel entonces, para mi edad yo era alto, fuerte y con los brazos musculosos, bien conocido por el apodo de “manos gordas”, cabecilla siempre de la pandilla del barrio; y en razón de ello necesitaba alcanzar prestigio de duro, resistiendo heroicamente los castigos conteniendo las lágrimas, sin dejar escapar un ¡ay!
A las niñas se les castigaba con azotainas en las posaderas con las faldas levantadas, lo que les hacía hipar más de vergüenza que de dolor.
Aún existía otro castigo exclusivamente reservado para los chicos más revoltosos y duros de mollera de la clase, entre los que me hallaba.
Consistía en convertir la clase en prisión durante las horas de la comida. En ella quedabas encerrado mientras los demás acudían a su casa a comer. Resultaba el  castigo preferido, pues nada más fácil que abrir el balcón  situado en el primer piso, saltar a la calle y marcharse a casa tranquilamente, y momentos antes de reanudar las clases de la tarde volver al aula por el mismo camino y aquí no ha pasado nada. Todos los alumnos conocían el truco, pero no había chivatos, ¡mal les hubiera ido!     
Pese a todo, de la escuela de mi progenitor a la mía hay igual salto hacia adelante que de la de mi época a la actual.
Tengo que aclarar que mi pobre padre era analfabeto, trabajó duro desde que supo andar y asistir a la escuela, no ocurrió arriba de una docena de veces en su vida, porque entonces acudir a la escuela, -estoy hablando de Cornón- no levantaba mucho entusiasmo, carecía de interés y sentido práctico. Leer, -se decía- resultaba perjudicial porque las letras lijaban los ojos, y escribir, ¿pa qué?
Lo que verdaderamente interesaba saber era, por ejemplo: arar, y en razón de ello lo que se ensañaba con cantaridos eran las piezas de que se componía el arado: cola, ventril, vilortas, cama, reja, dentel, telera, orejeras, pescuño, esteva y mancera.
         Por boca del Chato, Pinto, Danielón, etc… coterráneos de mi padre, a mí han llegado los ecos del renombrado don Próculo, un maestro de los primeros años del siglo XX, contratado por la aldea en idénticas condiciones que el pastor de las ovejas, es decir, humildísima vivienda y una soldada de hambre.
El pobre hombre apenas sabía leer y escribir, pero eso carecía de importancia, otros eran sus méritos. Pondré un ejemplo: muy dado don Próculo a soltar libremente rotundos cuescos y sonoros regoldos, en circunstancias tales, los alumnos, muy educadamente, como impulsados por resorte se ponían en pie y en voz alta y unificada cantaban "con salud los tire usted", rigurosamente cierto.
Como queda dicho, su escasa habilidad lectora y escribidora carecía de importancia, porque su fuerte eran los temas religiosos: “el probe señor don Jesucristo, por la culpa de nosotros, en la faz lo escopieron y en la cruz le sobieron y le pincharon en el costillar, cerca de la tetilla, y cuando se morría vertío mucha sangre y escapao ya se morió, pero alegrarsos por la resucitación del Señor don Cristo al día tercio y al son de mucho roído y bullicio de trompetas y tambores y en después ya escapó del averno y se jue ya pal cielo...”
         ¡Tiempos aquellos y estos! Porque bien puede decirse que se ha pasado del pegar los maestros a los alumnos a ser maltratados los profesores por los estudiantes.
         Besos y abrazos

martes, 2 de agosto de 2011

LA RUTA DE LOS PANTANOS PALENTINOS

¡¡Soy el dueño de mundo!! Parece pensar el pequeño gran Jorge en Julio de 1990.
Aunque reza 17 de Julio, no he recibido esta carta hasta el mismísimo 30 antes de agosto.
No puedo recordar esas excursiones In situ, aunque tampoco puedo olvidarlas porque como bien dices, en ocasiones participaron Laura, mi niña y tu nieta “adoptiva”; en otras también os acompañaba Jose, mi “augusto” marido y una vez (En 1993) también formó parte de la comitiva tu otra nieta -un poco menos adoptiva- y mi hija mediana Cecilia.
Esas excursiones permanecen guardadas con inmenso cariño en sus corazones y en archivos de fotos impagables.
Todas esas vivencias y tantas y tantas tardes de “Conty” y correteos infantiles, forjaron para siempre nuestra amistad hasta convertirla en  verdadera sangre familiar corriendo por nuestras comunes venas.

Abrazos, vejete añoso y querido.

Marisa Pérez

Valladolid, 17-7-11

Queridos nietos Rebeca, Cristina y Jorge: Corre el mes de julio y es domingo, por supuesto no soy inmune a la erosión del tiempo, pero esta circunstancia hace que en mi mente se desborden los recuerdos de los días en que los socios de la Casa de Palencia en Valladolid asistíamos a las excursiones que los domingos del veraniego mes organizaba la Diputación por la Montaña Palentina. Durante una docena larga de años, sin faltar a una, siendo vosotros jovencitos, en ocasiones nos acompañaba Laura, mi maravillosa nieta adoptiva y su padre, un consumado trotamundos, participamos en la multitudinaria fiesta, compuesta de  larguísima caravana de 30 y más autocares y no menos de un millar de excursionistas para patear por todas las rutas del senderismo de la privilegiada  zona y disfrutar de la gran riqueza de sus paisajes.

La ruta de los pantanos, desde Guardo, punto de partida, hasta Cervera del Río Pisuerga por carretera  montañosa   en la que circular requería paciencia y pericia dada su sinfín de curvas cerradas y desniveles, a un lado cerros y montes, al otro los pantanos. Por ella hemos visitado rincones de incomparable belleza y pueblos cargados de leyenda y arte: Velilla del Río Carrión, Otero, Los dos Cardaños, Resoba, Criollo…

Una de las cuatro excursiones siempre coincidía con la fiesta de los pastores de la zona que se celebraba en Puente Agudín con bailes, concursos y comida gratis para todos los asistentes. La carne de las ovejas sacrificadas guisada con sebo tiene un sabor característico que repelía el paladar de los jóvenes y constituía exquisito placer para los adultos. Bajo el puente fluye un arroyito cuyas agua claras y tan escalofriantemente fría que   era de admirar ver a dos docenas de críos revoloteando como golondrinas a su entorno y no decidirse a introducir en el agua otra cosa que el dedo gordo del pie, porque la friura por haber  sido, sin duda,  pocas horas antes hielo, cortaba. Dar un paso más era cosa de escasos valientes, entre ellos se encontraba Jorge, que, por cierto, en una ocasión salió con un buen corte en la planta del pie producido por un trozo de vidrio de una botella rota.

Otra ruta de senderismo con encanto especial por combinar paseo y paisaje era la que visitando la histórica y artística villa de Cervera de Pisuerga llegaba hasta Piedrasluesgas, lugar próximo al límite de Cantabria y Palencia. La caminata consistía en ascender a lo alto de Piedra Labra desde donde, en días claros y despejados, las vistas eran impresionantes, una verdadera maravilla, incontables picachos y profundos valles poblados de robles, hayas, avellanos, acebos, castaños, sabinos…Desde el antiguo mirador de madera nos divertíamos contemplando el paisaje de particular manera: vueltos de  espaldas al paisaje y agachados, colocando la cabeza entre las piernas porque en esa extraña posición  el panorama resultaba aún más espectacular.

En Fuentes Carrionas se elevan los picos más altos de la provincia, Caravaca, Espigüete, Punta Prieta…, próximos uno al otro nacen los ríos Carrión y Pisuerga y recogen sus aguas los pantanos Compuerta, Camporredondo, Requejada y Riesga.

En diversidad de ocasiones hemos visitado a la Virgen del Brezo, Patrona de la Peña, y por la sierra del mismo nombre hemos participado en otra ruta que partiendo del Santuario llaga al embalse de Compuerto, visitando Valcovero, poblachín  abandonado, es decir, con un solo habitante en invierno, pero en los meses de verano lleno de animación por lo pintoresca y agradable de su ubicación para disfrutar de las vacaciones. Recordaréis que en su diminuto cementerio visitamos la tumba de un general de la guerra carlista que allí fue capturado y allí mismo fusilado.

Desde Barruelo de Santullán, pueblo con alma minera, y el milenaria Brañosera hemos recorrido la ruta del Escultor con estupendos paisajes salpicados de estatuas.

Visita obligada es  Aguilar de Campoo, villa declarada Conjunto Histórico Artístico. Hay que recordar que es Palencia el lugar de Europa donde se concentran más monumentos de arte románico. Próximo a la noble y romántica villa se hallan las Tuerces, ruta que situada en una elevación rocosa en la que la madre Naturaleza con paciencia y usando como cincel la erosión, ha esculpido en las piedras calizas figuras tan caprichosas que pasear por allí entre setas de piedra gigantes, puentes, arcos… es como hacerlo por un lugar encantado. Por su peculiaridad y las llamativas formas el sitio esta declarado Lugar de Interés Cultural.

Las rutas de senderismo por la Montaña Palentina son muchas, y  todas  en las que hemos participado han resultado una festiva aventura al reinar un ambiente de camaradería y buen humor. Todo era movimiento, bullicio y alegría. Recuerdo únicamente una que no me resultó placentera, la que se iniciaba la marcha a pie en Piedras Luengas con término en San Salvador de Cantamuda, simpático pueblo con una preciosa iglesita románica.

Los niños lógicamente marchaban en el pelotón de cabeza, yo, llevaba por compañeros de viaje a un matrimonio amigo que no gozaba precisamente de buena salud, acusando algún problema cardiaco, pese a ello, al tratarse de una caminata de apenas 8 kilómetros cómodos y pausados, organizada para personas de todas las edades y todo tipo de salud y sintiéndose con las baterías vitales cargadas, se animó.

Todo fue bien al principio, pero de pronto, hacia la mitad del trayecto, empezó a sentirse maldispuesto y aminorando el paso nos fuimos quedando rezagados. Empeoraron las cosas cuando sintiendo  fatiga nos sentamos unos momentos para retomar fuerzas, pero cuando quisimos darnos cuenta, la excursión se había perdido de vista. Aceleramos el paso para darles alcance, pero el corazón  acusó el acelerón complicando seriamente la situación, porque lívido y desencajado apenas podía sostenerse en pie, y hablando confusamente  ocultando las palabras entre los dientes se quejaba de dolor en el pecho y en el brazo izquierdo. Ante el grave aprieto me ofrecí a adelantarme  en demanda de ayuda, pero la señora angustiada no se decidía a enfrentar sola la situación. Y en tan serio conflicto ¿Qué hacer?

La verdad desnuda, con temor y temblor, rezar mentalmente con los cinco sentidos, suplicando que en modo alguno marcase aquel día aquella hora y en aquel lugar el final del camino de la vida del amigo. Apoyado en el tronco de un árbol y con una pastilla de nitroglicerina  debajo de la lengua se  mitigaron los  dolores, y con mejor disposición de ánimo, dijo que continuábamos.

Vamos a ver,  integrados en el grupo y con guía, la marcha se presentaba exenta de dificultades, pero solos, en medio de un monte de robles y hayas centenarios, sin camino señalado la cosa se complicaba, pero bien, actuando en plan indio sioux fuimos avanzando y localizando las pistas que dejaba el grupo; papeles, plásticos, restos de comida, pisadas, ramas rotas…pian, piano, paso a pasito, colgado de los hombros de la esposa y los míos, alcanzamos la anhelada meta con dos horas largas de retraso. El éxito de haber logrado llegar vivito y coleando lo celebramos con emocionados abrazos. Inmediatamente después el personal de la ambulancia se hizo cargo de él. Los nietos también me recibieron con los brazos abiertos tras el desconcierto e intranquilidad por mi extraña tardanza.

He dicho, digo y siempre diré alto y claro, que por muy abuelo nietero que haya sido y por todo lo que haya hecho por ellos, no es nada comparado con lo que ellos han hecho por mí, en su compañía trotando por montes y por doquier he sido plenamente feliz.

Besos  y abrazos
Félix

lunes, 27 de junio de 2011

LO MÁXIMO EN AMISTAD

Por causas ajenas a mi voluntad, nuevamente he de pedir disculpas por la tardanza en publicar esta carta recibida hace una semana.
Como veréis, se trata de la siguiente entrega de la vida mexicana de nuestro yayo; de los comienzos en la tierra que tuvo la suerte de disfrutar de los años floridos de este gran hombre que poco a poco va extrayendo de la mina de su memoria los preciados recuerdos con los que tanto nos hace disfrutar.

Seguimos a la espera de nuevas entregas yayete.
Feliz semana a todos.

Marisa Pérez

LO MÁXIMO EN AMISTAD  Lunes 20/06/2011 10:46

Queridos seres queridos:

Pues eso, como verdaderamente  eran grandes y sinceros mis deseos de integrarme en el ambiente, pronto fui uno más. Con esto quiero decir que tenía trabajo satisfactorio en el que era bien considerado y no me faltaban excelentes amigos, únicamente persistía el aislamiento nocturno, las largas noches de mucho pensar y poco dormir, pero también esto tuvo solución cuando tres meses después de mi llegada al hermoso y acogedor país aterrizó vuestra progenitora. Estoy hablando de finales del año 52.
La amistad es un valor profundo, el mejor regalo, porque los amigos son buenos para la salud y la alegría de vivir. Dice mi maravillosa hija, la que tiene nombre de gotita de agua al amanecer sobre las flores, que soy un ser privilegiado porque siempre encuentro el afecto y el apoyo de buenos amigos que parece están esperando que necesite ayuda para volcarse, echándome la mano que resuelve mis dificultades.
Rocío de mi corazón, no dejo de encontrar lógico que te sorprenda mi buena suerte, pero quedarás, no sorprendida, sino maravillada al conocer al matrimonio Alonso-Ceballo, Luis y Berta, lo máximo en amistad, pues por el hecho de unirlos estrechos lazos de amistad con mi hermano, desde el primer momento estuvieron pendientes de nosotros colmándonos de exquisitas atenciones, en grado tal que, colindante a su domicilio poseían un bonito chalé amueblado listo para ser ocupado y que gentil y gratuitamente pusieron a nuestra disposición. Pues bien, inmediatamente después de instalarnos en el chalecito, como vuestra madre llegó a México embarazadísima, tuvo lugar el gran acontecimiento que cambió nuestra vida: el nacimiento del primogénito.
La llegada al mundo del primer hijo es uno de los momentos más importantes y maravillosos de la vida, llenos de complejas emociones, sentimientos y satisfacciones, pero también conlleva responsabilidades e incertidumbres, pues no  deja de ser una fuente de miedos.
Vamos a ver, para haceros cargo plenamente de las circunstancias, abandona vuestra madre el Sanatorio y llega a una casa que apenas conoce da pasada, por supuesto debilitada  después de un parto difícil por problemas de dilatación de madre primeriza, alumbramiento largo, particularmente prolongado, toda una semana, y doloroso, muy doloroso. Aunque vuestra madre tenía las ideas claras y era luchadora, regresar con un bebe recién nacido sin contar con la experiencia de la madre y la ayuda de las hermanas, cierto que la emoción y la alegría se desbordan, pero como nadie nos había enseñado a ser padres, aquellos primeros días ¿qué hacer con una cosa tan pequeña e indefensa? ¿Cómo cuidarla y alimentarla? ¿Qué necesita, qué comprar imprescindible? ¿Qué hacer cuando llora sin motivo aparente? En verdad no sabíamos cómo actuar y cometíamos, sin duda, errores por falta de información o exceso de celo.

Pero no estaba sola, contaba con el tesoro de una amistas magnífica que no dudó en dejarlo todo para, ejerciendo de madre, prestar todo su apoyo, aconsejar, alentar, consolar y resolver problemas. Se ofrecieron, además, a apadrinar al recién nacido y el bautizo se llevó a cabo en la capilla del Sanatorio Español para cumplimentar la muy católica costumbre de pasar al chiquitín  por la pila bautismal antes de las 48 horas de nacido. ¿Cabe amistad más excepcional?
En verdad, todo eso, con ser tanto, no era todo, había más. Perdura en mi memoria su extremar con nosotros todo tipo de atenciones, entre  las más inolvidables, para mostrarse  siempre en deuda, mantener permanentemente las puertas de su casa abiertas de par en par, entre otras muchas cosas; como en México la televisión se inauguró oficialmente en el año 50 y ellos se contaban entre las escasas personas que en aquellos inicios poseían aparato de televisión,  dado que asistíamos a su casa con plena confianza y siempre recibidos con simpáticas sonrisas y cariño, cada noche acudíamos a su lado para sentarnos frente a la pantalla a ver juntos, diría que poco menos que fascinados, la gran novedad para nosotros, aquellos programas que empezaban a hacer furor: informativos, novelas, concursos, deportes…    
Recuerdo también con detalle una inusitada anécdota, más bien diría una ocurrencia caprichosa protagonizada por  Berta en momentos de nervioso enfado, evidentemente, porque propietarios de una importante y moderna fábrica de harina, su situación económica se lo permitía. Circulando en hora punta por una calle cargada de tráfico en su flamante Studebaker, 6 cilindros en línea que pese a ser un coche que realmente valía la pena por lo potente y fiable, sufrió una avería mecánica, organizando un pequeño caos circulatorio, bastante y sobrado para que por su condición de mujer tuviera que oír un sonoro concierto de bocinazos e injustos insultos, las frases machistas típicas “mujer tenias que ser”, “mejor estarías en la cocina” y otros improperios degradantes; tan avergonzada y humillada se sintió que en ese momento, fuera de sí, tomó la tajante decisión de cambiar de coche  y no volver a poner las manos en el volante del causante del mal trago. Y, en efecto, cambió de coche y el Studebaker quedó abandonado en el garaje. Pero no por mucho tiempo, porque me lo ofreció a precio de ganga y a pagar en cómodos plazos. Así fue como pronto tuve coche, de segunda mano, pero nuevecito.

Besos y abrazos.

Félix