EL JUEGO EL MEJOR PSICÓLOGO
Valladolid 28-Octubre de 2002
Estimado amigo Ángel: Creo que
se me da algo mejor escribir que jugar, porque jugando al mus soy tremendamente
incauto, y por añadidura el colmo del despiste. Quizá influya en ello el hecho
de que en mi vida, hasta ahora de viejo, he jugado a las cartas, se ve que está
en mi naturaleza, que lo llevo en los genes, puesto que mi familia, ni ella
para los naipes ni los naipes para ella, pues nunca vi a mis padres ni hermanos
con las cartas de la bajara en las manos. Tal vez esto explique la razón por la
que poseo todas las cualidades necesarias para ser un jugador de desastre, lo
hago con la cabeza en Las nubes y el sentido común de vacaciones y esa no es la
mejor manera, bien entiendo que se ha de jugar con todos los sentidos metidos
en lo que se hace, la inteligencia alerta, y en plena actividad la capacidad de
observación, razonadora y deductiva para obtener la más clara visión de la
marcha del juego.
El caso es que en mis juveniles
años de estudiante no se me daba mal la asignatura de Lógica que enseña a
razonar con método y exactitud, sin embargo en el terreno musístico, mecagüen
en el agujero de la O, ¡qué ilógico soy!
Expongo algunos de los porqués
de mi paradójico sistema de juego: Primero, me falta ambición y agresividad.
Segundo, interés y concentración. Tercera, escasa iniciativa y decisión, cargo
sobre el compañero toda la responsabilidad, ¡qué pierda él!, y si pierde le
culpo, "estoy jugando con dos contrarios y un enemigo". Y la última
para no enrollarme más, no se mentir, soy un libro abierto, y el mus es la
apoteosis de la mentira, obliga a ser un mentiroso compulsivo, y si alguna vez
se dice la verdad es con la esperanza de no ser creído. Aún hay algo más,
organizo el gran guirigay con que si mil euros y todo eso, pero en realidad no
me molesta demasiado perder, porque pienso que si pierdo yo, gana un amigo, y
dar un alegrón a un buen amigo es buena manera de perder. Tampoco es que me
emocione cometer la descortesía de estar mira y remira con descaro la cara del contrarío, cruzar y descruzar las
miradas oblicuas que se exigen para interceptar los gestos que son los mensajes
que se envían por el telégrafo del mus. Existe otra última razón de peso, no quiero
saber más de lo que sé para no asemejarme a quienes por saber jugar más o
menos, tienen de sí mismo un concepto sublime, se consideran jugadores
apoteósicos, toda un enciclopedia musística, y quita, quita, dejaté de
orgullos, mejor me quedo como estoy.
Dadas estas circunstancias os
preguntaréis ¡por qué juego! Me explico:
la cosa es sencilla, soy amiguero, un tipo proclive a la amistad, tengo muy
consolidado el sentido de la amigabilidad, y he caído en la cuenta de que el
juego me transmite sentimientos alegres y positivos que me sirven de terapia,
pues me divierto, me río y hago amigos ¿Quieres más?
Permíteme, Angel, exponer unas
observaciones de novato referidas al juego de marras: el corazón contento es un
seguro de vida y el cabreo mata, así, pues, lo inteligente es jugar sin
apasionamiento por pura diversión. El juego es el mejor psicólogo posible,
jugando nadie es capaz de evitar mostrarse como es, de dejar al desnudo su
temperamento, de autoretratarse de cuerpo entero. Según somos jugamos, de ahí
los audaces, prudentes, exaltados, cobardicas, callados, bociferantes, los
inauditos llorones impertinentes... El amigo "Correcaminos", nervioso
y reprimible, como "es para vino", más valiente que Agustina de
Aragón, que en paz descanse, se divierte con órdagos van y órdagos vienen. No
es más fanfarrón y autoalabancioso porque es chiquirritín; de "Tres pelos
tiene mi barba", mejor ni mencionarlo porque es un individuo que salió de
fabrica con varios tornillos flojos, y tú mismo eres la máscara de la
impasibilidad, ni pestañeas, serás una persona veraz y sincera como la que más,
pero jugando mientes con mucha sinceridad. Yo no, nunca miento porque a los que
mienten se les caen los dientes.
Angel, (¿caído del cielo?), que
te vaya bonito y amistosos abrazos.