Historias de toda una vida

Cartas que agrada recibir

miércoles, 5 de enero de 2011

FELIZ ATERRIZAJE


 Querido yayo Félix: es de obligado -a la par que placentero- cumplimiento, desearte feliz feliz día y que el rey David te cante sus mañanitas; 89 mañanitas  y otros tantos tirones de orejas te mandamos desde esta casa donde se te quiere  tanto como mereces y un puñadito más.
Para esta ocasión publico tu carta "Feliz aterrizaje"; fechada en 2002, similar, aunque no idéntica a "El día que nací yo", también escrita por tu mismo puño y letra.
La semejanza es lógica puesto que el relato es el acontecido aquel 6 de Enero nevado y frio y el narrador es también el protagonista, junto a Filomena, que tras leer tus cartas referidas a ella, no puedo menos que envidiar su valentía y buen corazón. Digno hijo eres de madre tan magnífica.

Miles y miles de besos, achuchones, parabienes y felicidades... de todo corazón.

Marisa Pérez... Y familia


Feliz aterrizaje


Valladolid 6 de Enero de 2002

Q
ueridos hijos: Justamente un día tal como hoy hace un titipuchal de años, nada más y nada menos que ochenta, aterricé en el globo terráqueo por la tronera del muy noble, leal y humilde pueblo de Cornón de la Peña. Mi llegada no fue cosa de cigüeña llegada de Paris, (fueron los Reyes Magos  quienes a modo de aguinaldo depositaron en casa un regalito especial, un paquete conteniendo nada más y nada menos que a mi humilde persona, un crío precioso a los ojos de mi madre.

        Nací en Cornón por chiripa, en un tris estuvo de no haber ocurrido así, a mi progenitora la idea de que su hijo naciera en un lugarejo tan poca cosa no le seducía en absoluto, su ilusión era que viera la primera luz en Villalba, su lugar de nacimiento, un pueblo rampante, ubicado estratégicamente en una ladera, pero nada que ver con Cornón, más rico, más alegre, abierto al mundo. De mi cornitez tuvo mucho de caprichosa maniobra el meteoro de la nieve. En los últimos días de embarazo, todo dispuesto para emprender viaje hacia su terruña, precisamente el día señalado para la marcha cayó una nevada de las que ya no se dan, nevada de antaño, verdadera nieve y en esas circunstancias emprender un viaje de varias leguas por un páramo y a lomo de un burrote insumiso resultaba misión imposible, y ocurrió lo que la autora de mis días no quería ni a tres tirones que ocurriese, ni como ocurrió, porque en ese preciso momento mi madre no estaba en casa, no es chiste, estaba en la fuente a por agua, menudo trago la hice pasar, pues mi desembarazamiento fue por la vía rápida. Así ocurrieron las cosas: Estaba madre muy quitada de la pena esperando que se llenara el botijo, cuando de pronto sintió el primer calambrazo. Inmediatamente después del primero llegó el segundo, y sin más preámbulos se inició el baile un tira y afloja en serio y definitivo, mi madre empujando todo lo que podía hacia dentro de si misma y yo con todo mi poder por salir al mundo. La lucha iba en serio y tan apurada llegó a verse y tan dolorida que indefensa ya ante lo irremediable que se acurrucó contra el tronco de un árbol dispuesta y resignada a traer al hijo allí mismo. Pero en un momento que las sacudidas dolorosas se amortiguaron, concediéndola un respiro, torpemente, con los dientes apretados y las manos sujetando el vientre corrió hacia casa. Total que deteniéndose en cada esquina, gimiendo ¡ay,ay,ay! Atemorizada de que el crío naciera en plena calle solitaria, en medio de la nieve. Milagrosamente logró llegar a casa, abrir con desesperación la puerta que daba directamente a la cocina y allí mismo se acuclilló y yo caí al suelo de tierra apisonada. No se puede decir que mi aterrizaje en este mundo no fue tan embrollado como emocionante, pues allí estaba yo envuelto en un revoltijo de tripas y chapoteando en un charco de sangre y agua, mordiendo el polvo.

        Con la experiencia que tenía, era su segundo parto, como pudo ató y cortó el cordón umbilical y con el agua caliente que siempre había en la chimenea en un puchero, me aseó lo mejor que pudo. Hecho esto, lo más inmediato, acurrucaditos ambos, se metió en la cama. Cuando llegó mi padre, lleno de sorpresa, nos encontró a los dos dormidos.

        Este anecdótico nacimiento os parecerá de haceros cruces, y no me extraña dado que los tiempos han cambiado una barbaridad. Hoy tener un hijo, aunque la gente no quiera tenerlos, es una gloria, todo se da resuelto y bien resuelto. Nadie dio nada resuelto a mi madre, solos ella y yo, asistidos por la mejor partera, la madre naturaleza.

                            Besos y abrazos