Historias de toda una vida

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sábado, 11 de enero de 2014

OPTIMISTA



OPTIMISTA
          Valladolid    3 Enero de 2002


Queridos  hijos: Mi padre, vuestro abuelo Víctor, era más bien tímido y pesimista; mi madre animosa y optimista, mis genes o carácter heredado se inclina al paterno, por lo que si un buen día se me apareciese el famoso genio de la lámpara maravillosa ofreciéndose a concederme un deseo, tengo muy claro que le pediría poseer la capacidad para ver siempre las cosas por el lado amable y esperanzador, vivir como si todo me fuera de maravilla, ir por la vida gozando, relajado y risueño. Dicho de otro modo, pertenecer a esa clase de gente especial que al tener por lema, “No te preocupes, sé feliz”, desprenden una energía positiva capaz de alegrar al más triste.

        Bueno, vamos a ver, porque en realidad esto es cierto sólo a medias. De hecho cada uno de nosotros lleva dentro de sí una cierta dosis de ilusión y desaliento, de entusiasmo y depresión. Es decir, que lo ideal sería, ni pesimismo irredento ni optimismo indomable. Hay pesimistas realistas que son positivos, se concentran mucho y, digamos que sufriendo y luchando se relajan, ganando en optimismo. Tampoco faltan optimistas extremos, llenos de loca euforia y la autoestima tan por las nubes que se desconectan de la realidad.

        Bien, pero el tipo de optimismo que yo pediría al mago es el que llena el corazón de conmovedora confianza en la especie humana, en la paz mundial, en la fraternidad de los hombres, en la erradicación del hambre…

        Se dice, será otra mentira, que está a punto de ponerse a la venta la maravillosa píldora del optimismo con lo que todos viviremos felices y confiados, viendo el mundo a través de un cristal de color rosa. Espero el milagro lleno de entusiasmo. Entre tanto he echado a volar la imaginación hacia el pasado, hasta el lejano año 1952, cuando viajando hacia México en un viejo cascarón llamado Marqués de Comillas  por el Caribe nos azotó la cola de un ciclón, haciéndonos bailar de lo lindo , con cierto peligro de naufragio. Bien, si tal accidente hubiera tenido lugar, doy ahora en pensar que no hubiera estado nada mal tener a mi lado a dos tipos de personas, un pesimista y un optimista, mi padre y mi madre, por ejemplo, mi progenitor por su capacidad pesimista de analizar la peligrosa situación con todo detalle y consecuentemente resistir a todas las dificultades; la autora de mis días resultaría imprescindible para mantener viva la esperanza. Sin su ánimo, la energía de mi padre podría desvanecerse. En fin, pues eso, ¿qué hubiera pasado?

        Hijos, resumiendo, la realidad suele ser distinta, pero al optimista feliz que le quiten lo bailao.

                                                      Besos y abrazos,