CALMA INTERIOR
Valladolid,
3 Enero de 2002
Queridos hijos: El hogar de la 3ª edad,
una colmena de antañones, es el lugar más indicado para observar el modo y la
manera de ser y comportarse de los abueletes. Los hay que a medida que van
envejeciendo tienden a acentuar características positivas de su personalidad, y
son más amables y generosos, se vuelven más estables emocionalmente, se llenan
de calma interior. Y otros, con el paso de los años se agrian y se vuelven
gruñones y huraños.
Al “Centro de juventudes” acudimos
mayoritaria y preferentemente a manosear naipes y por poco observador que uno
sea cae en la cuenta que el juego es el mejor de los psicólogos. A cualquier
persona con las cartas de la baraja en la mano le resulta inevitable poner de
manifiesto los rasgos distintos de su persona, su manera de ser y actuar, su
personalidad, su carácter. Así ocurre que jugando la cotidiana partida de mus
topas con todo tipo de personajes y maneras de divertirse: los hay prudentes, nerviosos,
broncos, ventajosos, gritones, impulsivos, egoístas, irritables, pacíficos,
fogosos, sabihondos, fanfarrones, jactanciosos… O sea, que según se juega, se
es, y, lógicamente, con tan amplia variedad de personalidades no resulta
difícil se susciten escaramuzas que no pocas veces se resuelven con gritos e,
incluso a cachavazos.
En nuestro grupo tampoco faltan los
conatos de discusiones, porque haber impulsivos, ahylos, pero la sangre nunca
llega al río, en general reina la calma ante la consideración de que acudimos
al “Desguace” en busca de un rato agradable, no camorra. Entre mis amigos más
íntimos no faltan los que al primer vistazo se advierte que gozan de facilidad innata para mantener la calma.
La calma y la serenidad son claros síntomas de encontrarse bien consigo mismo.
También es cierto que todos, más o menos, mantenemos calma y ante cualquier
conflicto echamos mano de sentimientos positivos: la comprensión, la amistad,
la generosidad. Llegado el momento sabemos escuchar, y hasta ponernos en el
lugar del otro: Resulta beneficioso contar con amigos con quienes compartir
gratos momentos de ocio y mantener amenas charlas. O sea que, pase lo que pase,
no olvidamos las buenas maneras.
Y aún hay más. Se dice que la fuente de
la generosidad es el ser útil a los demás. Pues bien, existe otro grupo de
viejitos admirables, los voluntarios que olvidaron los propios achaques, han
descubierto un nuevo motivo para ser felices sintiéndose útiles, necesarios y
valiosos para los demás y ofreciendo ayuda sin recibir nada a cambio, lo que
sin duda les proporciona grandes dosis de satisfacción.
Hijos, yo cuando sea viejo quisiera ser
como ellos. Es decir, querer lo que se dice querer, ya quiero serlo desde
ahora, pero no acabo de arrancar, soy un cobardita.
Besos y abrazos,