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sábado, 18 de octubre de 2014

EL CONDE-DUQUE DE OLIVARES



EL CONDE-DUQUE DE OLIVARES
Valladolid l8 de Octubre de 2001

Queridos hijos: Si ayer os hable de Felipe IV, hoy es obligado lo haga de Dn. Gaspar de Guzmán, Conde-Duque de Olivares, personaje que vivió los últimos días  de su vida en Toro, valido del libertino Rey, inquieto y hazañoso señor, tan ilustre como polémico, el más famoso valido de España, rey de un rey y, a través de él, dueño absoluto de todo el imperio español, sin faltar nada. Hombre de grandes virtudes  y no menores defectos, cometió enormes disparates y tuvo grandes aciertos, por lo que fueron aquellos años de encumbramiento y derrumbe del inmenso imperio, que con guerras en todas las partes, Flandes, Alemania, Italia, Portugal y América, con un ejercito mal pagado y mal dirigido sufrió derrota tras derrota y el suelo español en que nunca se ponía el sol se desmoronó.
Bueno, pero no me propongo dar cátedra de Historia, sino sólo recordar al personaje que residió en Toro y que fue tan singular y tan extraño  que entre historia y leyenda se ha contado de él todo y más. Político lleno de patriotismo, buenas intenciones y fuerte sentido de responsabilidad, pero sus ansias de poder lo convirtieron en un dictador odiado por todos, y en contra suya se desataron oleadas de acusaciones y calumnias pocas veces igualadas en la historia.
Gravísimo problemas era entonces la facilidad con que al lado de la verdadera fe religiosa se creía en las supersticiones y milagrerías más absurdas. El Conde-Duque pese a ser un hombre sumamente inteligente, de tener cultura sobrada para librarse de tales hechicerías, creía de buena fe en los mayores disparates y cometió estupideces sublimes. Cuando se sentía desconsolado, melancólico y depresivo, fingiéndose difunto se metía en un féretro, celebrando en vida solemnes funerales. Pero eso, con ser mucho, no era lo peor, lo increíble fue que pese a la profunda religiosidad tanto suya como de su esposa, Dña. Inés de Zúñiga, dechado de virtudes y esposa sin tacha, protagonizaron un lascivo y sacrílego espectáculo. Llevados por el desaforado deseo de tener descendencia, su única hija acababa de morir, después de invocar a toda la corte celestial sin éxito, inducidos por adivinos y visionarios que le ofrecieron la posibilidad de ver cumplido su anhelo, llevaron a cabo una ceremonia sacrílega, mezcla de lujuria y religión muy propia de aquella época de increíble fanatismo.
Se trató de hacer el amor los esposos en el altar mayor de un convento entre cánticos, cirios e incienso, rodeados de una docena de  ignorantes e incautas monjas, que tras la pornográfica exhibición exclamaron: "O Dios no existe o esta mujer está preñada". De todo esto, según cuentan las crónicas, dio como resultado una hinchazón de la barriga de la condesa, que al cabo de once meses se resolvió echando gran cantidad de agua y sangre.
Don Gaspar fue un gotoso grave, la impresión dolorosa sobre el  dedo del pie derecho le tría a mal traer. Por lo visto España era en aquel entonces la patria de los reumáticos y de los gotosos. La razón eran los grandes  banquetes pantagruélicos de la época. El Conde-Duque era fundamentalmente austero, pero a la vez amigo de organizar continuas, brillantes, aparatosas y frívolas fiestas para tener contento al rey.
Yo como buen aficionado al arte cocineril tengo el menú  de una de aquellas tragantonas: "Treinta manjares de entremeses, treinta postres y noventa platos. No se trata de ninguna exageración, es real, y resultando del todo punto imposible  entender como podían ingerir en una sola comida todo esto: "perniles, capones, olla podrida, pasteles de carne, pollos, truchas, guiso de carnero, torreznos, criadillas, natas, tartaletas de ternera, lechuga, empanadillas, aves de caza, alcachofas con jamón, frutas, pastas, quesos, conservas, confitura, requesones... Pues todo ello y más formaban parte de una comida. Por supuesto, estos festines eran en la mesa del Rey, el pueblo pasaba gazuza. Con tales excesos fácil resulta de entender que entre los reyes y los cortesanos fuesen tan frecuentes verse envenenados por el abuso y muriesen prematuramente.
Rodeado el poderoso valido de enemigos envidiosos, mezquinos y resentidos que le malmetían con el Monarca, sumado esto al odio terrible del pueblo, llegó el día que perdió el favor del Soberano y fue arrojado violentamente del poder. Profundamente desgraciado se refugió  en el palacio que tenía  su hermana, la Marquesa de  Alcañices,  en la muy noble y leal villa de Toro, pueblo que se mostró orgulloso y entusiasmado ante el honor  de tener de huésped  Los toresanos le dieron  cariño y respeto. Toro fue el puesto final de su accidentada vida, pero ya  con el cuerpo decrépito, el alma herida, y enturbiada la mente, en Toro murió loco en 1645.
Besos y abrazos