En
la infancia los años eran eternos
Valladolid, 5 de Enero de 2002
Queridos hijos: Hoy, porque mañana es mi santo,
soy más consciente de nuestro problema
en relación con el tiempo, quiero decir que cuanto más tiempo tengo encima con
mayor aceleración discurre. En la infancia los años eran eternos, hoy ocurre
justamente lo contrario, corren a un ritmo tan abrumador que la vida se escapa
como agua de las manos, sin que exista fórmula para detenerlos, ya que el
tiempo nunca pierde el tiempo, siempre está ahí, a lo suyo, ahora bien, de
nosotros depende el uso que le demos. Por lo pronto creo que resulta muy
saludable zambullirse en el puro presente en razón de que la vida transcurre en
el momento actual y hay que saber disfrutarla , saborearla intensamente,
degustar el simple hecho de vivir, el enorme placer de estar vivito y coleando.
La mera realidad es que me queda poco de vida y
ese poco hay que vivirlo en plenitud, puesto que sería absurdo no disfrutarla
porque va a durar poco. No, eso no, en modo alguno, hay que gozar el día de
hoy, dado que vivir es estar anclado en el vigente presente, pues la única vida
verdadera que tenemos es la que estoy viviendo aquí y ahora. Dicho de otro
modo, no dejar para mañana lo que puedas disfrutar hoy, mañana ya disfrutaré lo
de mañana. Hay que pedir el goce
cotidiano como pedimos el pan nuestro de cada día dánosle hoy, que viene
a decir, danos el pan de hoy, no nos des el pan de ayer, pero tampoco el de
mañana. El pan de hoy, que es el único que puedo comer hoy.
Estoy pensando que no me conviene
cavilar mucho, sólo lo necesario, porque los pensamientos no son la realidad,
pero si estoy considerando que me irá bien contar con el tiempo como amigo en
vez de estar luchando contra él a todas las horas. A ver si me explico: tengo
un truco, no para perder el tiempo, sino para ganarlo, disfrutarlo, de llenarlo
de sentido al menos un rato cada día, es cuestión de tomarse momentos de sana
inactividad física y actividad íntima, por ejemplo, mirar el cielo tranquilamente,
escuchar los latidos del corazón sin preocuparme de otra cosa. Dicho mejor aún,
volver la vista hacia el interior, vivir dentro de uno mismo sintiéndose
cómodo. En Melilla lo resolvía muy bien, madrugaba y sentado en la terraza
contemplaba en silencio todo el amanecer.
Besos y abrazos,