CACAO MARAVILLAO
Valladolid-02-09-2001
Queridos hijos y nietos: Hoy, san Antolín, patrono de
Cornón, me baila en la memoria una chilindrina referida a vuestra abuela y
bisabuela Filomena. La anécdota tuvo lugar años ha, cuando el pueblo era
cruzado a diario por rebaños de oveja, cabras, carneros y todo género de
animales, sembrándolo todo de sirle, chirle y cagarrutas, es decir, que el
poblacho era un basurero, empedradas las calles de boñigas, cagajones,
cagalitas, chichicaca y cacao maravillao, obligando a la gente a caminar con
cuidado para no ir piando mierdajas.
Bien, pues, próximas las fiestas patronales de la aldea,
de pronto un chispazo iluminó el cerebro de la autora de mis días:
gratuitamente y sin compromiso adecentaría Cornón con un cuidadoso barrido. Hasta entonces los
encargados de escobatear la aldehuela eran el viento y la lluvia, a nadie nunca
se le había ocurrido poner en las tristes
y mediocres calles una escoba, y menos aún un detalle de gracia y
alegría.
Pensado y manos a la obra, la víspera de la festividad
patronal, escobón de brezo y recogedor en ristre y cuévano a la espalda se
lanzó a llevar a cabo la inédita ocurrencia, algo nunca visto en el lugarejo,
escobetear las calles y recoger la suciedad callejera, iniciando la labor por el
lugar más excrementado, la trasera de la iglesia, continuando por el
dédalo de calles, callejas y callejones, dejándolo todo limpio y reluciente
para que el día del Santo resultase
agradable pasear por el villorrio sin peligro de pisar mierderias.
La primera reacción cornita fue estallar en carcajadas,
era de ver a mis paisanos sujetándose la barriga para no herniarse de la risa;
allí todo era jolgorio, mohines burlones
y comentarios desfavorables: "qué discurriato y tanto que sabe ler";
pero el ambiente regocijante en que todo era carcajeo, pronto se tornó en
gestos huraños y gritos de protesta contra la barredora cuando las preciosas
barreduras remataban en nuestro estercolero y éste crecía como la espuma,
convirtiéndose en el más abundante del pueblo, algo de importancia suma, porque
abono, agua y sol proporcionan el alimento y energía necesarias para que se
desarrolle el trigo: Lo dicen los refranes: "La boñiga hace espiga";
"quien abono echa tendrá cosecha"; "Pídele a Dios y los santos,
pero echa abono al campo" y este a todas luces grosero "vale más
cagajón de burro que bendición de obispo".
Aquella riqueza callejera por años desperdigada y
despreciada, de pronto cobró inusitada importancia y los intifilomenistas
Chato, Pinto, Danielón y otros que tal bailan, flor y nata de la cornitez más
aguda se pusieron tarascos y aspaventosos y con los ánimos hirviendo a
borbotones manifestaron abiertamente su sentir:
-"Mejor que se marcharía p'al su pueblo, acá no la
queremos".
Las famosas barreduras que nunca habían significado nada
para nadie ahora era motivo sobrado y suficiente para poner reparos a su mejor
voluntad de llevar a cabo un escrupuloso barrido del villorrio, dejando hasta
el último rincón pulcro y cuidado. Claro queda que mis coterráneos eran gente de estrechas miras que preferían un Cornón engorrinado y maloliente.
El pueblo era una verdadera olla de grillos, y aun el
Rojo, algo pariente, con miradas cargadas de mala voluntad arremetió contra ella, motejándola de
desahogada y güetagones, recriminando el que barriese para casa, gozando el
usufructo de la sustanciosa fuente de riqueza comunitaria. Se defendió mi madre
con uñas y dientes:
-Oye, oye, Rojo, vamos a ver, si un animal hace sus
necesidades en privado, en el establo, esos excrementos son propiedad privada,
del dueño del animal, pero si transita libre por la calle y de pronto se le
antoja hacer de vientre no seré yo quien se lo impida, como tampoco nadie puede
impedirme que gratuitamente barra y retire la mierdería abandonada en la vía
pública. Claro que si tú, o cualquiera otro reconoce que la boñiga es de su
vaca, el cagajón de su burro o la cagalita de su oveja, que lo recoja, está en
su derecho.
Con Cornón al rojo vivo se convocó al vecindario para
recabar pareceres, y por mayoría absoluta se decidió sacar a subasta la
concesión del privilegio, pero en estos términos descriminatórios: para los
indígenas veinte reales anuales, para la forastera dos duros y un pellejo de
vino. Mi padre autóctono por los cuatro costados protestó sin éxito.
El negocio resultaba muy codiciado por todos, pero en
aquel Cornón desmonetizado no resultaba fácil contar en efectivo con las cuatro
perras exigidas, así que fue mi progenitora, recovera, siempre con dinero
contante y sonante en el bolsillo, la que se alzó con el privilegio de
escobetear el pueblo y recoger las barredoras, pero no gratis, ni cobrando,
pagando un canon anual tan descaradamente racial.
Pues eso, y lo siento, pero Cornón, mi terruño natal, con
sobrada razón, ya casi ni existe.Besos y abrazos de vuestro padre y abuelo
cornito de hueso colorado, por supuesto, no por las envidiejas poco sanas, sino por su cielo violentamente
azul y sus noches sobrecargadas de estrellas florecidas y pestañeantes.
Besos
y abrazos