TENGO
TRES AÑOS
Melilla
5 de Mayo de 2001
Querida hija: Ver a los chavalines acudir alegres y presurosos al colé
me ha picado la memoria y hecho renacer un viejo recuerdo del grandullón de tu
hijo Jorge, simple aprendiz de fontanero que con apenas aún cuatro nociones de
la función de las cañerías de desagüe ya se cree el coche de los bomberos, algo
que en absoluto me extraña, se veía venir, desde muy chiquirritín dio claras
muestras del tipo "tirao p'adelante que llegaría a ser. Pero el recuerdo
que hoy me ha resucitado son las mil escarbas que presentó cierto día para no
asistir al colegio.
Siempre galleando, con tres dedos tiesos, que ya era grande, que tenía
tres años, pero el día en cuestión, que no, que ni hablar, no iba al colé
porque era pequeñín, sólo tenia dos años, y enseñaba dos dedos.
- Venga, Jorge, no me quieras engañar -le decía yo- Tienes tres.
- Sí -admitió- pero no quiero ir
al colegio porque me duele mucho la garganta. Y se apretaba la barriguita.
- Muy natural -dije- a mí me pasaría lo mismo si me doliese la garganta,
pero la garganta no está en la tripa.
No, ni pensarlo, no iba al colé porque llovería y se iba a mojar.
- Vamos a ver, Jorge, ¿cómo va a llover con ese sol que luce?
Al fin dio su brazo a torcer, pero lograrlo fue obra de chinos, eran
inacabables la ristra de disculpas que le obligaban a negarse en redondo a
acudir al cole, pero como se hacía tarde espabiló y nos fuimos. En el camino le
pregunté:
- ¿Qué te pasa, chaval? Porque a ti te pasa algo.
Y
entonces me aclaró la razón de su actitud negativa. Se trataba de un serio
altercado con otro niño:
- Este colé es mío -aseguraba Jorge.
- No, que es mío -dijo el otro.
La cuestión quedó sin resolver por la llagada de las respectivas
madres, pero la cosa representaba mucho para él que era especialmente sensible
en el tema en cuestión; le había desilusionado, era una espina clavada dentro,
no le gustaba la copropiedad porque a su manera entendía que lo que es de
muchos es de pocos, y no había vuelta de hoja, lo tenia claro, el colegio era
suyo, incompartible.
Las cosas han cambiado, yo entonces significaba mucho para él, y él,
por supuesto para mí, pero ha crecido, y desarrollado musculotes de acero, y
ahora su mayor diversión consiste en despeinarme. Pero, bien, todo lo doy por
bueno en recuerdo de la ternura que despertaban en mí oír sus razonamientos, y
sobre todo sus risas inocentes y felices. ¡Qué buenos tiempos!
Abrazos
de tu padre