“Cornón, 6 de enero del año
1922. Filomena ha salido a llenar el cántaro de agua a la fuente del pueblo,
cuando de pronto siente que algo está
sucediendo, acaba de romper aguas, espera un bebé, su primer bebé. Está
sola, su marido aún tardará en
regresar, trabaja en el campo de sol a sol.
Agarrándose la tripa decide volver deprisa a casa, y llegando a la
cocina el parto ya es inminente, ayudada únicamente por su propio esfuerzo
y sus
manos, trae el mundo a su primogénito.”
Filomena
acababa de traer al mundo al que fue mi padre. Le llamaron Félix. Qué sorpresa
se llevó mi abuelo cuando al volver de trabajar se encontró a su mujer, tan valiente amamantando a su
hijo. El mejor regalo de Reyes para mis
abuelos.
Félix creció feliz jugando por la peña palentina, de la que
siempre hablaba muy orgulloso y a la que tantas veces nos llevó de excursión, y
permitía que se hiciese de noche para disfrutar de ese cielo, que según mi
padre, era el más bonito del universo.
Fue un chico travieso e inquieto. Buscaba vivir aventuras en un
tiempo muy difícil, en el que la guerra se hizo patente, pero su inocencia de
niño no le permitía comprender lo
peligroso que podría llegar a ser. Creció entre vacas y gallinas, hasta que un día su madre, creyente hasta la
médula, decidió ingresarlo en un seminario para que siguiese el camino que ella
no pudo seguir. No tardó Félix en
convencer a mi abuela de que esa no era su vocación y dejó sus clases de religión y la dura educación de los curas
en aquellos tiempos.
Pronto llegó la mili. Según
contaba él, no le resultó nada perjudicial, pues fue a parar a la cocina, donde llenaba bien su estómago en
épocas de hambre. Pero la mili le duró poco, pues falleció su padre,
el abuelo Víctor, cuando ya se habían trasladado a vivir a Saldaña, y
Félix tuvo que regresar para ayudar y cuidar de su madre.
En Saldaña mi padre dio sus
primeros pasos en el mundo laboral, fue maestro
en la escuela del pueblo. Aún hay
quien lo recuerda con cariño por esos pocos años a los que dedicó una vocación
frustrada. Pero no andaría por ahí su
futuro. Nadie le podría haber dicho ni él imaginado, donde encaminaría sus
pasos. Fabricaría maletas en Barcelona, trabajaría de telefonista en la centralita de un
convento madrileño y realizaría diversos trabajos por la geografía
española.
Ya había conocido a mi madre
y tras unos años de noviazgo se casaron, pero la vida en España no era fácil y
se animaron a emprender una nueva vida
en México. Años de trabajo, de
ilusiones, de traer al mundo a nada menos que 6 criaturas, a las que alimentar,
cuidar y educar.
Mi padre, siempre
imaginativo y con gran capacidad para crear, trabajó duro junto con mi madre y su hermano para emprender el negocio que les sacaría de apuros económicos, permitiendo desde
entonces tener una vida acomodada y
feliz, una de las mejores imprentas de las
tarjetas navideñas de Ferrándiz. Causaron furor en sus tiempos y durante algunas décadas, cuando aún
se felicitaba con tarjetas escritas de puño y letra.
Pero los hijos fueron
creciendo y México les asustó un poco al ver que sus hijos ya empezaban a noviar. Al no querer quedarse definitivamente
en ese país, decidieron vender el
negocio y regresar a España antes de que
alguno decidiese echar allí sus raíces.
Regresaron, y a partir de
ese momento, Félix Alonso Lobato, que no pudo
trabajar más por expreso deseo del gobierno, se dedicó en cuerpo y alma
a intentar inculcar en sus hijos el amor al estudio, al deporte y a la familia.
No fueron años fáciles.
El cambio de país, hijos adolescentes,
no tener trabajo que le ocupase parte de
su tiempo le llevó tener problemas .
Fueron para la familia años
de cierta tensión. Los hijos se casaron e iniciaron sus propias vidas.
Entonces llegaron los nietos. Y ahí se
inició de nuevo en mi padre la gran ilusión.
Mi padre se convirtió en el mejor
abuelo. Tardes de paseos, grandes meriendas, noches de insomnio inventando cómo enseñarles a sumar, a
nadar, a comer sano, tal cual lo había hecho con sus hijos. Grandes
domingos de excursiones y buenos viajes a Cornón, lugar donde como bien sabéis nació y del que siempre
estuvo tan orgulloso, a pesar de ser uno de los pueblos más pequeños de España
y menos poblados.
Algo que hasta ahora no he
comentado era su pasión por la lectura y la escritura. Décadas escribiendo,
hasta convertirse en un buen literato, y
a la vez se iba convirtiendo cada día en
mejor persona. Estudiaba psicología, metafísica,
matemáticas, literatura, informática, cocina…
Y todo lo que aprendía lo intentaba llevar a la vida , enseñándoselo a
sus hijos y nietos. Aconsejando, escuchando,
acompañando, ayudando, discutiendo…
En el año 2001, comenzó a escribir sus ya
conocidas cartas , las de su Blog "el yayo Félix, una vida apasiónate” a raíz
de la operación de una de sus hijas y de un viaje
Melilla.
Papá fue un gran padre, un gran abuelo, un maravilloso bisabuelo, un buen amigo de sus
amigos y una muy buena persona. Nos
queda su recuerdo, sus cartas, sus consejos y
su música, y montones y montones de
cuadernos que al leerlos nos permiten saber tantas historias y como fue
evolucionando como escritor y como persona
Hoy, 6 de enero del año
2015, papá cumpliría 93 años. Ojalá hubiéramos podido disfrutarle muchos más
años. Le haríamos una fiesta de esas en la que le disfrazábamos con gorros y
narices de payaso, le enrollábamos con
serpentinas y le cantábamos las mañanitas mientras soplaba las cada vez más
numerosas velas.
Papá, yayo Félix, esposo,
amigo. Te echamos de menos, mucho. Tanto que aún no llegamos a creérnoslo a
pesar de haber superado ya los dos años de tu ausencia. Pero no te preocupes, te has marchado, pero
aquí en la tierra, seguimos hablando de ti. , pensando en ti, llorándote y
sobretodo, intentando seguir los consejos que quisiste dejarnos como mejor
legado.
Mil besos y no dejes de cuidarnos desde tu estrella, esa que tantas veces
miramos juntos en las noches de verano, cuando no podíamos dormir y hablábamos
de la vida, de la muerte, de Dios y del
universo.