Historias de toda una vida

Cartas que agrada recibir

martes, 18 de enero de 2011

LOS PUENTES DE MADISON

 Tras cerrar la puerta, cada casa encierra una Franchesca que sin darse cuenta, espera que su amado se convierta en Robert.
No desea cambiarlo por otro porque es el que ella misma eligió enamorada, aunque diste mucho de ser lo que esperaba a cambio de darlo todo... No sólo de pan vive el hombre... ni la mujer

Muchos y grandes besos.

Marisa Pérez

17/01/2011 22:13

Querida Rebeca y todos demás seres queridos:

 Reconozco que tocante a cine soy un tipo raro, raro, raro, será, supongo, por la razón de que abundan las películas basura. Por supuesto, tampoco escasean las estupendas. Por citar una, la que acabo de ver en la tele: “Los puentes de Madison”, un drama romántico, sencillo elegante, emocionantes, magníficamente interpretado por la bien formada pareja, Maryl Steep, (Francesca) y Clint  Eatwood, (Robert).
Vamos a ver, el esposo y los hijos realizan un viaje turístico de fin de semana, la esposa no les acompaña; con tal decisión la tranquilidad y el monótono siempre igual de ella -Francesca- una buena y plácida ama de casa de mediana edad, se ve perturbada con la llegada  ocasional a su granja de un talludo fotógrafo de la revista Nacional Geographic que realiza una serie de fotografías del Puente, con cuya presencia la vida de la granjera cambia; conoce un mundo distinto a la rutina diaria y sensaciones que nunca antes había vivido, ello en razón de  nacer en la nueva pareja un verdadero, apasionado y otoñal amor a primera vista.
Contado a grandes rasgos, Francesca, con el corazón contento y bien dispuesta a la alegría, en la gozosa circunstancia que viven suya es la  iniciativa en todo momento  y suya la invitación  a cenan en su casa.
Maryl, excelente actriz, me encanta, está muy bien como exterioriza su alegría, por poner un ejemplo, eligiendo y estrenando un vestido para la ocasión y mostrándose activa con movimientos de manos nerviosos y simpáticos.
Cuatro días viven los enamorados repletos  de alegría y buen humor, disfrutando de la magia del amor y de todo lo bonito  y emocionante por lo que están pasando, pero llega la hora de la despedida con el regreso de los hijos y el esposo a quien acompaña a la ciudad, y en esos inolvidables momentos finales, ante el semáforo rojo y verde, están las escenas realmente emocionantes, llenas de gestos sin palabras.
Llueve a cántaros, empapado, chorreando agua el hombre íntegro, duro que vive recorriendo el mundo, llora de amor bajo el aguacero. Ella con lágrimas en los ojos y la mano en la manilla del coche resiste la fuerte tentación de dar un paso fundamental en su vida, escapar hacia la libertad, hacia la felicidad, hacia el amor, pero la responsabilidad, o el temor a la sociedad, al futuro, a la seguridad económica, al dolor de romper con el esposo, que aunque ya no existe ni un atisbo de pasión, se basa en  el cariño a los hijos y en esos mil detalles que hacen que las parejas duren, aunque el amor ya se haya agotado.
No me resulta sencillo juzgas si la decisión de Francesca fue acertada y coherente, si actuó valientemente, o se mostró cobarde, o quizá egoísta optando por lo fácil, renunciando a sus sueños para volver a ser la apacible madre incapaz de sacrificar el bienestar de la familia; no aventurarse en una hazañosa andanza que sabía cómo había empezado, pero no como terminaría.
Queridos seres queridos, pues eso, en definitiva una bonita y triste historia de amor que no tiene un final feliz.

                      Abrazos y besos.

                               Félix