Historias de toda una vida

Cartas que agrada recibir

sábado, 7 de abril de 2012

EL NIÑO DE MI MADRE

¡¡Cuanta ternura desprende esta carta!! Sobran las palabras y comentarios.
Enhorabuena por haber tenido una madre así, digna de ser recordada con tanto amor.
Feliz domingo de resurrección.

Marisa Pérez Muñoz

EL NIÑO DE MI MADRE                                                             
 Melilla 31 de Mayo 2001

Querida nieta de la autora de mis días: He tirado del sutil hilo que pone a funcionar el complejo y mágico artilugio de la memoria y en un flash instantáneo tengo ante mí a mi madre con la misma edad con que cuento yo ahora, época en que por razones insuperables, los nietos que la hacían compañía tuvieron que irse de su lado; ellos que eran el motor que movía su corazón y estimulaban su instinto maternal, lo que supuso que la casa se le llenase de olor a soledad y tristeza, el gran problema, por supuesto  revistiendo importancia máxima si ataca a personas mayores.
Sus baterías vitales permanecieron bajas por poco tiempo; imaginativa como era, palió el problema escapando de la dura realidad por la ranura de la fantasía. Eran días navideños y unos entrañables amigos conocedores de la situación, su fervor religioso y el acrecentado amor a los niños, actuando como ángeles llegaron del Cielo, se presentaron con la imagen de un encantador Niño Jesús:
-        Señora Mena –le dijeron- ahora que se ha quedado sin la compañía de sus nietos le traemos este niño que no permitirá que nunca se sienta sola y triste.
Sucedió cuando no lo esperaba y más lo necesitaba y fue maravilloso, porque en el momento mismo que lo tuvo en sus manos se obró el prodigio, dado que lo que mi madre recibió no fue una imagen de escayola, si no un niño… ¡Vivo! Bueno, vivo únicamente a los ojos de la autora de mis días y de la manera más singular y maravillosa: el niño no hablaba, ni lloraba, ni hacía nada de lo que hacen los demás niños, sólo en el fulgor de sus ojos y en la dulzura de su sonrisa reflejaba sus deseos y sentimientos, algo que mi madre interpretaba a las mil maravillas.
¿Locura? Un chispazo de sana locura muy de agradecer al Cielo, porque resultó ser un vivero inagotable de gozosas satisfacciones, una bendita locura que le permitió disfrutar a lo grande de la última década de su existencia ejerciendo de amorosa madre dedicada por entero al cuidado de la angelical criatura, suponía mantener abiertos de par en par los cinco sentidos. Levantarse cada mañana sintiéndose renacer, con el corazón lleno de fuerza y la emoción colgada del alma. Allí no cabía el tedio ni el desánimo, ni tristeza, ni soledad. Tenía su vida llena a tiempo completo. ¿Lo recuerdas?
Pilonchi,  hija mía y nieta de  mi madre: Como el final de un camino es el principio de otro, sigo con mi progenitora y con lo sorprendente que resultó el hecho de que el tema del niño no atacó la credibilidad de nadie, cada cual creyó y pensó lo que Dios le dio a entender, pero sin exteriorizar nada. No hubo caras de risa, ni la menor nube de burla y menos que nadie tomase el asunto como rareza de vieja risible asida desesperadamente a un muñeco,  lo más lejos, y es que a los ojos de la autora de mis días todo era tan real y lo vivía de  la manera más natural y seria, sin la menor extravagancia, el niño no era un juguete, ni tampoco lo tomaba como algo sobrenatural, era simplemente su niño, un niño al que había que prodigar todas las atenciones y cuidados que todo niño necesita y merece. Y actuando así, con sencillez y espontaneidad  causaba admiración y se hacía merecedora de respeto. Y como a la vez era ocurrente, jovial y optimista por naturaleza, a su lado no faltaban nunca las jugosas anécdotas, la charla amena y las amistosas discusiones; menudeaban las visitas, por aquello de que si eres feliz y estás contento tendrás  muchos amigos, la gente prefiere la  compañía de personas alegres y bien humoradas.

No me canso de pensar y agradecer que Dios viniese a verla de un modo que ni imaginado en el mejor de los sueños. Tener motivos sobrados para tirarse cada día de la cama con la alborozada ilusión de tener de quien ocuparse, algo tan fácil y gozoso como ejercer de madre y procurar permanentemente de que el niño fuera feliz y estuviera contento, y si alguna vez su carita entristecía, tratar de  que  recobrase la alegría cantándole nanas, con arrullos y amorosos piropos: adorado chupitel, dorado tesoro, chiquitirrín...y un sistema con el que instantáneamente recobraba el brillo de sus ojos era asomarlo a la ventana para que viese a los niños que gozosos jugaban corriendo y saltando en el arroyito que corría calle abajo.

Así, con la vida  llena de sentido, o sea, sintiéndose viva y necesaria pasó los últimos diez años de su existencia; próxima ya a los noventa, que es cuando voló al cielo, la memoria se fue deteriorando, y como sin la memoria no somos nada, se fueron alejando de su pensamiento recuerdos y sentimientos y se olvidó del niño, de hijos, nietos y todo lo que le rodeaba y significaba algo para ella. Su muerte fue quedarse dulcemente dormida.

Abrazos. Mañana más.
Tu padre