Historias de toda una vida

Cartas que agrada recibir

martes, 1 de marzo de 2011

MÉXICO LINDO Y QUERIDO

Nunca te arrepientas del tiempo empleado en seguir recordando y compartiendo vivencias. Presume cuanto quieras de arrugas y de estar en la mera picota, porque mientras lo haces, seguirás estando ahí; vivito, coleando, ironizando y  gruñeteando; mientras, nosotros no dejaremos de abrazarte sabiendo que sabes quién te abraza.

Recordar es volver a vivir y tú, revives cada día. No dejes de sonreír mexicanito lindo y querido.

Abrazos y apapachos, vejete adorable.
Marisa

  Martes /03/2011 9:42


Queridos hijos y nietos:

La vida ha pasado aceleradamente y como el tiempo inexorablemente nos gasta, nos arruga, nos aplasta, resulta evidente que estoy en la cima de la vida, en la mera picorota con las consecuentes secuelas, desminuido ostensiblemente, o sea, achaparrado y torpe de movimientos, pero, vamos a ver, como aún conservo algo de memoria, vuelvo la vista atrás y contemplo retrospectivamente el camino recorrido de mi existencia  y le encuentro sembrado a penas de otra cosa que hechos cotidianos de escasa monta, pero dado el interés que mostráis por conocerlos, continuo, recordando vivamente la emoción que me produjo desembarcar en Veracruz, puerta de México, ciudad llena de alegría, animación y gente despreocupada que entiende que la vida es bella y que hay que disfrutarla. Capturó mi atención lo animados y bulliciosos que eran los portales donde permanentemente se oye alegre música y se admira a las jarochas, lindas muchachas ataviadas elegante y graciosamente con los trajes regionales y moviéndose al son de la bamba; la obligada visita al Gran café de la Parroquia, siempre de bote en bote. Ciertamente, emocionante, acogedor y melodioso resultó el lugar donde por primera vez puse el pie en tierras mexicanas.

El camino hacia la ciudad de México es sorprendente y me sorprendió, era nuevo para mí el benigno clima tropical y lo fértil del suelo con sus paisajes maravillosos de exuberante vegetación que lo envolvía todo. Se dice que el mundo está lleno de belleza y que quien sabe verla es porque lleva la belleza dentro de sí. 
Impresionante resultó su complicada y espectacular geografía, pues al ser región de altas montañas, las más altas del país, el Pico de Orizaba con próximo a los 6000 de altitud, da lugar a un trayecto de lo más accidentado y sinuoso, con sin fin de cumbres, pendientes impresionantes, repechos, desniveles, curvas cerradas…verdaderamente transitar por ruta tan zigzagueante era para amigos de las emociones fuertes. El trazado de modernas autopistas pasan de largo de las famosas cumbres de Maltrata.

Ya en la inmensa ciudad de los Palacios, recuerdo que la primera impresión que recibí fue de asombro por el marcado desequilibrio de la riqueza, pues existen colonias, o barrios, en que se muestra ostentosamente el vivir en la opulencia con suntuosas mansiones, y en deplorable contraste otros de jacales inauditamente menesterosos. Cerros que brotando como hongos, de un día para otro se organiza un laberinto de chabolas tristes e inhospedas construidas con material de desecho, madera, latas, cartón, sin luz, sin agua, sin desagües…  
En tocante a mí, por eso de que en cada tierra su uso y sus costumbres, no me resultaba fácil seguir el acomodo de la gente, pues consciente de que ir contra corriente no es de hombre prudente, hablando con absoluta franqueza, las cosas no tuvieron buen principio, el comienzo no fue bueno.

El lunes siguiente a mi llegada, sin saber cómo meterle mano, perfectamente desorientado, ya estaba trabajando en algo por completo desconocido para mí: encargado de la oficina de una importante empresa de transportes propiedad de Bascós, que he de decirlo,  me recibió y siempre me trató con verdadera afectuosidad. Independiente de ello, no me adaptaba al nuevo sistema de vida, no sabía cómo comer, ni cómo beber, ni cómo dormir, ni cómo hablar. Para ser más tajante, ni cómo vivir. Las comidas, para no singularizarme, las hacía en compañía de mecánicos y chóferes en un puesto callejero en el que la limpieza brillaba por su ausencia. El sabroso manjar que hoy son para mí las tortillas retacadas de rabioso picante, en aquellos días me resultaban incomibles, las famosas gorditas se convertían en el estómago en una masa indigerible y los chiles me abrasaban  la boca y me hacían llorar y moquear. Para colmo de desdicha, en una ocasión encontré en un taco un repugnante gusanote, supongo que se trató de broma, sería un gusano de maguey que ellos consideran un manjar exquisito, pero para mí supuso una tragedia, imposible volver a comer allí.

Me sopló de frente la fortuna al salir en mi auxilio la familia Navarro, personas rematadamente buenas, generosas y hospitalarias que durante varios meses me invitaron a sentarme a su mesa regalándome el paladar con exquisiteces resolviendo el problema, pero forzoso es reconocer que durante algún tiempo viví despistado al confundírseme las fisonomías de las personas,  tan semejantes me parecían que, como los chinos, visto uno, vistos todos. 
Lo mismo me ocurría con su simpático y peculiar modo de hablar en que todo se les iba en: ¿Qué hubo cuate?; P’os ahí no más; éntrale a lo tupido; ¿Cómo te jue?; oritita mismo; p’os quién sabe; ay, chirrión, ora sí que sí la amolamos; voy, voy, a poco; ya me cayó el chauistle…y entre ellos otras expresiones más léperas: no chingues, pendejo; muy chingón él; méndigo mono; pinche achichimcle; órale pinche güey, no seas malora…Con tal panorama ya os podéis imaginar el inicio de mis primeras conversaciones tímidas e indecisas.

Con todo,  lo peor eran las noches debido a que en un callejón ciego, sin salida ni iluminación que al ponerse el sol resultaba oscuro como boca de lobo y en él se hallaba ubicado el taller de reparación de camiones de la empresa, un enorme localón, no precisamente limpio ni ordenado y en un rincón estaba instalada la oficina, más bien un almacén de repuestos para la reparación de motores, y en tan poco acogedor lugar se había instalado provisionalmente un sofá-cama donde yo dormía.

Pues bien, a la caída de la tarde, cuando concluía la jornada y el personal se ausentaba, me quedaba solo y triste, obligado a refugiarme en tan desangelado habitáculo dado que por los alrededores no existían bares  ni lugares de reunión donde acudir a pasar un rato divertido, así que recluido allí, aburrido, acosado por la soledad y el silencio de la noche que avanzaba lentamente me sobraba tiempo para darle vueltas a la batidora de la cabeza con pensamientos nada alegres, más bien deprimido, desesperanzado, intranquilo y desazonado máxime con la lectura de las notas que de este cariz me pasaban por debajo de la puerta: “Gachupín, regresa a tu tierra, aquí no te queremos ni necesitamos”. 
Pronto conocí a los autores, dos chóferes manifiestamente antiespañoles que además, sin dar la cara, hacían circular la sospecha de que yo estaba allí actuando de espía para el patrón.

 La verdad es que no estaba acostumbrado a aquel aislamiento y añoraba Madrid, el movimiento, el bullicio, la alegría de la calle llena de gente. En efecto, como decía Camtinflas, para qué desnegarlo, en aquellos primeros tiempos lo pasé solamente regular. Pues por si todo eso fuese poco, estaba bien apercibido de que no sólo resultaba peligroso pasear por las oscuras y solitarias calles con intenso tráfico rodado, mucho coche que va y viene, pero ni un alma deambulando a pie, es decir, que resultaba una temeridad callejear, porque lo que sí  no faltaban, eran  gentes de mal vivir dispuestas a hacerte pasar un mal rato.  

Efectivamente, mal principio, pero tenía que superarlo y me daba ánimo diciéndome a mí mismo que tenía que entender con entera claridad que no podía dejarme dominar por la desesperanza y la intranquilidad, pues se trataba de una circunstancia temporal y pronto las cosas empezarían a funcionar y de hecho empezaron a funcionar bien, porque yo no había llegado allí a espiar a nadie, ni  crearme enemigos, ni a entristecerme por nada ni a enfadarme con nadie. 
Sinceramente y sin ánimo de darme jabón, mi madre tenía un natural tranquilo y facilidad para establecer amistades, y supongo que algo de ello heredé, porque siempre he tenido muy presente que hacer un amigo es una gracia, tener un amigo un don, conservar un amigo una virtud y que el amigo te conserve a ti un honor.

Después de Bascós, mi primer amigo fue el jefe de taller, una estupenda amistad que me favoreció mucho. Pero, bueno, mañana será otro día y seguiré contándoos.   
Besos y abrazos.