TENER FÉ EN LOS DESEOS
Valladolid 15
de Diciembre de 2001
Queridos
hijos: Recuerdo que años atrás, no muchos, cuando la gente era más sencilla,
noblota y crédula, frente a un deseo, lo normal era pedirlo, recurrir a un
intermediario para lograrlo. Si era de orden celeste, pondré ejemplos.
Para
solicitar el traslado de alma de un pariente o amigo difunto del purgatorio al
cielo, se hacía un ofrecimiento al santo mediador, tal como un novenario; un
cirio gordo a San Antonio en demanda de un buen novio; un paseo por el campo a
San Isidro Labrador solicitando lluvia… Pero esta es otra época en la que no se
tiene fe en los milagros, únicamente se cree en encuestas, estadísticas o
cálculos de probabilidades; no obstante, por ello se juega, y mucho a la
lotería, o más difícil todavía, a la primitiva… a sabiendas de que la
probabilidad de premio resulta remotísima, una entre nada menos que quince
millones, o sea, que el deseo difícilmente se cumple, pero queda la quimera de
que alguien le ha de tocar.
Por
supuesto, el ser humano está lleno de deseos, por ellos nos movemos, nos
emocionamos, nos apasionamos, de no ser así la vida sería monótona y triste,
pero ha de tratarse de deseos dentro de nuestras posibilidades, realizables, no
suspirar por ser torero famoso o futbolista estrella, porque vamos a ver, si se
nos apareciera el mago de la lámpara maravillosa y nos concediese tres deseos,
¿Sabríamos qué pedir?
Hay,
pues, que ser optimista y atreverse a tener deseos y que se cumplan, que así
será si corresponden a anhelos positivos: ser mejor persona, mejor padre, mejor
hijo, superarse personalmente y en el trabajo, etc., etc.
Está
claro que somos los primeros responsables de que nuestros deseos se cumplan,
para ello cuenta mucho ser sinceros con nosotros mismos, porque, ¿De verdad
cuando deseamos, sabemos qué y si lo necesitamos?
Hijos,
que vuestro máximo deseo sea tener una vida llena de pasión y sentido.
Beso y abrazos