UN HOMBRE BUENO
Valladolid 8 de Julio de 2001
Querida hija: He leído en alguna
parte que por la conciencia que tengo de mí, por la conducta, experiencia,
impulsos, historia personal, etc. Estoy obligado a conocerme y ser yo mismo,
pero vamos a ver, mi documento de identidad recoge una serie de datos en torno
a mi persona con los cuales trata de
definir la indefinible singularidad que soy: único e irrepetible, libre,
distinto de los demás, inconfundible con nadie, o sea, yo mismo. Pero eso no es
todo, el anhelo mayor del hombre es conocerse más hondamente, de verdad, en las
complejas profundidades del alma, y entonces viene la peliaguda pregunta,
¿quién soy yo en realidad?
D. Quijote decía y lo creía: "yo
sé quién soy" y lo sabía porque era un loco, un loco genial, un héroe loco
que lo sabía porque se veía por dentro, en sus mismas entrañas, pero no todos podemos decir lo mismo; yo con
mis escasas comprendederas, la respuesta sincera es: ¡yo qué demonios sé quién
soy realmente! Porque ¿soy el Félix que creo ser? ¿El Félix que creen los demás que soy? ¿O
uno completo diferente, enteramente
desconocido para mí? Aquí tenemos el embrollo de la famosa teoría de los tres
Juanes, ¿Qué Juan soy?
Como ese conocerse a sí mismo resulta
una complejidad propia D. Quijote, Sócrates y gente así, voy a plantear el tema
de modo más simple, dejándolo únicamente en saber quien me gustaría ser: un
hombre bueno. Un hombre auténticamente bueno. Un hombre bueno donde les haya,
un hombre generoso y desprendido, celoso de mis alrededores, de carácter
dialogante, eternamente curioso, capaz de vivir como san Francisco, que
necesitaba poco para vivir, y ese poco necesitarlo muy poco. Un hombre sencillo, sin
dobleces...
Definitivamente, un hombre buenazo
como un pedazo de pan. Difícil, por no calificarlo de imposible, pero ¿a que
seria estupendo?
Hijos, os besa y abraza vuestro padre que aspira a ser un humilde
hombre bueno.
Besos y abrazos