Historias de toda una vida

Cartas que agrada recibir

viernes, 29 de abril de 2011

MI MUY ESTIMADO CUATE FERNANDO

La familia nos viene impuesta, los amigos los escogemos nosotros y si el acierto es tan pleno como parece ser en este caso, son más para toda la vida que cuando unen lazos de sangre.
Preciosas fotos de "todas unas vidas".

Abrazos:

Marisa Pérez

MI MUY ESTIMADO CUATE FERNANDO 

Viernes 29/04/2011 10:45
Valladolid, 29 de abril de 2011
Mi muy estimado Fernando, cuatito sangre liviana, muy reata, a todo dar:
 Pues eso, que el tiempo no pasa, pasamos nosotros. Verdaderamente ha pasado medio siglo, han pasado muchas cosas. Ha pasado la vida, pero, por supuesto, no se me despegan de la memoria tantos recuerdos  acumulados de días inolvidables  pasados con vosotros. Fer y todos los tuyos, sois para nosotros amigos particularmente especiales, excepcionales, a quienes agradecemos más de lo que se puede decir la acogida en vuestra casa extraordinariamente amable, simpática y hospitalaria, tal que ha dejado para siempre en nuestro corazón un sentimiento de  agradecimiento y  emoción.
Bonito recordar tantos y tantos días pasados juntos, divertidos al máximo; por poner un ejemplo muy celebrado, la inocentada del gas de Nieto, tan jorgoriosa broma que recordarla nos llena el cuerpo de regocijo y pelados los dientes de risa y risa. 
Tiempos aquellos de alegría y emoción, volved, porque era vida de la juventud que hoy me queda tan groseramente lejos. En la foto de familia, los seis hijos, Pily perece triste, pero no, es sólo efecto fotográfico, realmente es una muchacha llena de optimismo y alegría. En cuanto a mí, salta a la vista que me caigo de viejo, como el tule de Oaxaca, los próximos, noventa; pero mi corazón aún está vivo, tiene sueños e ilusiones, se apasiona por las cosas, todavía es capaz de retener con uñas y dientes las pequeñas alegrías que nos brinda la vida. También conservo memoria para recordar tantas magníficas cosas de México lindo y querido: las extraordinarias amistades, la gastronomía, la variedad infinita de tacos: de maciza, chicharrón, de frijolitos refritos, de queso, de nana, de ojo… la música, los mariachis con sus guitarras, trompetas, violines, guitarrones unidos en el mismo grito interpretando “La Negra”…  
Amigos verdaderamente estupendos, merecedores de toda nuestra gratitud y afecto, besos y abrazos.
Félix

miércoles, 27 de abril de 2011

ROCÍO, ÉSTAS SON LAS MAÑANITAS

Siento haber abierto tan tarde el correo, pero hoy no estuve en casa. Aunque sea con un pelín de retraso, aquí están las mañanitas que tu padre te mandó con amor y yo te las envío con estos simpáticos Mariachis con sones de la tierra que te vio nacer.

FELICIDADES
  
ROCÍO, ÉSTAS SON LAS MAÑANITAS  martes 26/04/2011


Valladolid, 27 de abril de 2011

        

Rocío, querida hija:
        

¡Estas son las mañanitas…¡

Espero que hayas dormido bien, como en un lecho de rosas, y haya amanecido con un cielo sin nubes para que hoy, tu fiesta onomástica, y mientras estás vivita y coleando, tus días transcurran plácidos, tranquilos, regocijantes, muy felices, porque bien se dice que mientras estamos contentos no envejecemos.

Pues eso, muchachita maravillosa, muchas y grandes felicitaciones: por tu fiesta, por ser una hija y una persona estupenda, por merecer, como educadora, el calificativo de excelente…

         Soy testigo de vista, de oído, ha presenciado cómo con buena dosis de entusiasmo, llena de energía positiva, el proyecto de tu vida es dedicarte por entero a formar, enriquecer, guiar a tus jovencísimos alumnos en sus fundamentales primeros pasos. Los niños pasan muchas horas al día a tu lado, y tú realizas tu importante y esencial labor, amorosa, placentera, incansablemente, aunque te canses.

         Querida hija, rodéate de todos aquellos a cuantos quieres, familiares y amigos divertidos, sin olvidarte de ti; cuídate, cuídate con esmero, piensa que la única persona que te acompañará toda tu vida eres tú misma.


         Mil besos y abrazos paternales, llenos de cariño y alegría.



domingo, 24 de abril de 2011

A MI MADRE COMO A JOSUÉ

Ni dudo ni dudaré, que lo que recuerdas es tal como tu madre lo vivió, y tal como ella te lo contó, porque para ella no existió la ansiedad, el estrés o la depresión que aqueja por nimiedades a los humanos ahora.

Tu madre no conoció la defensa de la infancia, ni el castigo de cárcel por dar un resoplido a un infante, tal como ocurre ahora… aunque si estoy segura que desde donde está ahora, va llevando cordura para que no haya más niñas pastoras muertas de pena al añorar a su madre escuchando la música que con ella disfrutaba.
No más niñas sin infancia, ni madrastras tiranas.
Eran otros tiempos, y ni tanto ni tan calvo; que ahora son demasiados derechos y muy pocas obligaciones para los niños que viven en zonas privilegiadas, porque de otros niños y otras infancias, poco ha cambiado la historia.

A MI MADRE COMO A JOSUÉ
06-OCTUBRE-2001

No lo digo por fanfarronear, ni por avasallar, pero a mi madre, cuando  aún no era más que una jovencísima pastora de apenas diez años de edad, un día de calor de fritura que apacentaba el rebaño de ovejas en la sartén del páramo de su pueblo, se le paró el sol en la mitad del cielo.
¡Uy! Menudo fue aquello, bien quisiera ya poseer la fuerza de imaginación bastante para alcanzar a comprender el cómo y el por qué ocurrió aquel imposible, pero, bueno, pese a tener  todo el aire de tratarse de una ilusión óptica, ¿por qué no? ¡A otras pastorcillas se les ha aparecido la Virgen en carne mortal!
Por supuesto, quizá también pudo ocurrir que metida siempre en fantasía y luchando con la imaginación, inconscientemente no aceptase como válida la realidad ilusoria y relativa que la envolvía, ni viese lo que la gente normal suele ver en las cosas, lo obvio, superficial y hasta errado, y  lo que ocurrió fue que hizo un desgarrón en la realidad para poner un poco de magia en la vida triste y monótona de la paramera. No lo sé, lo que sí sé es que a mi madre la he querido tantísimo, a más de por  ser un cielo de madre, porque era un vivero de anécdotas por ella protagonizadas tan reales como insólitas.
Aventuras que yo siempre escuchaba con los ojos iluminados por el asombro y la  admiración, y que tan emocionantemente me impactaron que pese al mucho tiempo que sobre ellas han pasado no han envejecido ni se han ajado, razón por las que puedo traer a mi memoria con  pelos y señales este pasmoso caso, que quizá cueste creer porque parecerá que lo estoy inventando, con todo, si  deseo contarlo es porque creo que merece la pena ser contado.

El sorprendente e imposible hecho  tuvo lugar un día de los de mayor rigor estival y solemnidad del año, la festividad de Nuestra Señora de Agosto, coincidiendo con las grandes fiestas patronales de la aldea  de la autora de mis días. 
Sin tomar en consideración lo festivo de la fecha, la zagalilla, como todos los días del año, al alborear la mañana y en compañía de los demás pastores, emprendía camino hacia la ineludible cita cotidiana con las ovejas; llegando al aprisco cuando el sol se desparramaba por el llano.
En esta ocasión en vez de permanecer en el brezal, como era lo habitual, tentada por la golosina de la fiesta bajó a la vega acercándose al pueblo y apacentó el rebaño por la verde y arbolada rivera del Río Carrión.
El ganado, tranquilo, pacía a dos carrillos buenos bocados de hierba tierna y jugosa que allí con el frescor del agua crecía abundantemente. Gran, ocioso, sin cosa mejor que hacer, con bostezos desgarradores dormitaba a la acogedora sombra de un fresno; entretanto la pastorcilla se apiporraba de frutos silvestres en su justo punto de maduración: endrinas, majoletas, garamochos, moras...
         En esto estaba muy quitada de la pena cuando de pronto estalló la fiesta en el pueblo, llenando el aire el pimpampún de la cohetería, el tatachín de la música y el tilín tolón de todas las campanas de la torre de la iglesia llamando a misa mayor.
Con aquella explosión repentina de ruido y alegría, algo muy fuerte  agitó sus sentimientos, y con los escalofríos de la emoción se le alborotó el corazón  y en la cabeza se le atropellaban sensaciones aflictivas: la dolorosa nostalgia  por la ausencia materna, que había sido para ella como un sol cálido y resplandeciente, pues ya se sabe que amor grande, amor de madre, y a ella la suya la había querido con tanta ternura que por verla feliz cualquier sacrificio  le parecía poco.
Unamos a esto el recuerdo de lo que significaba día tan señalado en su compañía, cuando lavada y repeinada, con zapatos y calcetines nuevos, muy tomaditas de la mano acudían al templo profundamente adornado con plantas y flores, la atmósfera cargada de fragancias a campo verde, incienso y cera, resonando emocionantes cantos religiosos.
         Mi abuela María Cruz -madre de la mía- por lo que tengo oído, fue una de las admirables señoras de antañamente, auténticas heroínas, mujercísimas de estirpe espartana que soportaban estoicamente cuanto les cayese encima para sacar adelante a la familia, pero pese a su moral de hierro, su fortaleza y capacidad de trabajo, tenían un "pero", uno solo, pero de bulto: inverosimilmente  se dejaban morir con una facilidad pasmosa, y a mi madre con la temprana desaparición de la suya se le vino el diluvio encima ya que la madrastra la inició en el oficio del pastoreo a una edad nada apropiada para andar trotando por el pedregal de brezos tras una punta de ovejas.
Con la añoranza de los días fáciles y felices ganó a la cría gran desconsuelo, y sintiéndose infinitamente sola, inquieta y desasosegada le dio por derramar lágrimas como nueces, y no siendo ésta la actitud más lúcida, tuvo el primer alarmante presentimiento de que allí pasaba algo, que no todo era normal, que , como decirlo, tal como si el viejo sol, sofocado, vacilante y tambaleante surcara la rampa celeste a pasitos tan menudos que parecía fijo en el aire, sin moverse de donde estaba, y, lógicamente, con la calma solar, el tiempo espesaba y enlentecía, con lo que las horas pasaban a rastras y la mañana resultaba enloquecedoramente larga, sofocante y cegadora, pues claramente se percibía que a menor aceleración solar, mayor ardor y fulgor, por lo que quedó como ciega y sólo percibía la gran luminosidad. Quedó también como sorda, pues aunque todo vibraba, todo sonaba, sus oídos únicamente percibían la música entre el campaneo y el  estruendo de la cohetería.
En aquel escenario confuso, fuera de sí, perdido el control de si misma, se dejaba conducir por las ovejas que satisfechas, con la andorga repleta, por su cuenta emprendieron el regreso al páramo, provocando en el camino una polvorera densa y flotante. Atosigada por la nube de polvo que al posarse sobre su piel sudorosa la impregnaba de tierra, y ofuscada por el chisporroteo del sol y la excesiva luminosidad, estaba cada vez más dolorosamente persuadida de que su peor presentimiento, "el parón solar", se estaba haciendo realidad.
Devota de la Divina Pastora,  por  afinidad  de  oficio, le rogaba  fervorosamente que obligase al astro del día a acelerar el paso y evitase la faena de quedarse quieto.
         De regreso en el llano tapizado de brezos, atosigada por los zumbidos y las picaduras de moscas, mosquitos y moscardones, a merced del calorón que se pegaba a todo el cuerpo -se pegaba incluso a los pensamientos- llenando la cabeza de bochorno y pereza, envuelta, para empeorar las cosas en el ebullente reverbero que avanzaba por la planicie entre reflejos que desfigurando y difuminando contornos proporcionaban una visión viscosa e irreal de las cosas. Con tal apariencia engañosa es perfectamente posible y hasta natural que la idea de realidad se le volviera a la chiquilla ambigua, y el sol un resplandor inmóvil en el corazón del cielo.
¿Puede alguien imaginar la escena? No, no creo que pueda, hay que haber sido niña pastora y haber estado allí,  chupando gota a gota días abrasadores, redondos, sin fronteras, repletos de minutos elásticos que se alargaban hasta antojarse horas, y horas que resultaban pequeñas eternidades. Perdón por la reiteración, pero después de pasar por semejante experiencia, a nadie debiera asombrar que a los ojos de la niña con la cabeza llena de pajaritos y gran dificultad para deslindar la realidad de la fantasía, las cosas envueltas en tan misterioso camuflaje variasen  de significado, por lo que no siempre lo que veía era exactamente lo que creía ver.
Lo que tampoco carece de su puntito de lógica, sabiendo como sabemos que " la realidad es tan varia -tan irreal en realidad- que presenta tantas apariencias como individuos la viven”. Es por todo ello que creo que la cría es merecedora de simpatía, comprensión y admitir que a cualquiera en su lugar viviendo aquel alud de circunstancias adversas, probablemente hubiera sufrido una alucinación cuando menos tan rara y singular como la por ella vivida.
Pero vamos a los hechos que más o menos se desarrollaron así o así lo vio mi madre, y si para la autora de mis días resultó patente realidad, también para mí, pues para un hijo lo que dice su madre va a misa.
El sol remolón ascendió cielo arriba y entre  patinazos y reculones éste logró, al fin, alcanzar lo más arribones, la mera picorota del firmamento, y una vez allí, pisó el freno y paró en seco. Y cuando digo que se detuvo en seco no estoy hablando en sentido figurado, quiero decir que se paró definitivamente. Y con él, el tiempo.
Supongo que no faltará quien no lo admita, pero trataré de explicarme: se dice que el tiempo no existe, que es sólo una metáfora que usamos para medir lo inmedible e incontable, que el hombre es tiempo  y la vida del hombre otra metáfora y etc. etc.; pero yo, que no deseo filosofar y menos aún polemizar, sino contar la realidad de los hechos punto por punto, digo que exista o no el tiempo, ahí está y visto, digamos, desde un punto de vista  cósmico, sin oscilaciones, siempre igual, las horas no pueden ser  ni largas ni cortas, todas tienen sesenta minutos de sesenta segundos exactos. Pero la cosa, no obstante, tiene su intríngulis. El mismo Einstein, que sabía lo que traía entre manos, aseguraba que el tiempo es de goma y se dilata o contrae según y como, y le concedo toda la razón, porque el tiempo será siempre todo lo igual que se quiera, pero nunca constante, puesto que incontrovertiblemente siempre será por entero diferente la apreciación del mismo, para un individuo a quien la carga del susodicho tiempo le resulta confusa y aplastante en razón de tener un carrillo hinchado y le pesa una barbaridad a consecuencia de un dolor de muelas aparatoso y terrible, que a una pareja de tórtolos enamorados arrullándose a la plateada luz de la luna, a  quienes las horas  se les  tornarán instantes.
No es cosa de dramatizar, pero la pastorcilla, a pesar de discurrir y obrar cual corresponde a su edad, es decir, viviendo de confusión en confusión, cayó en la cuenta de la situación verdaderamente inaudita en que se hallaba: con el globo  solar anclado como zepelín cautivo, el tiempo sin el soporte de los giros solares que son los que originan los días y las noches, también roto, clavado en un mediodía exacto, en un puntual momento presente inacabable, y, consecuentemente, con el futuro vacío. Y ahora viene lo más grave: con el paso de los días cambiamos por dentro y por fuera, pero si el tiempo se ha hecho pasta espesa y no pasa, la vida también queda en un punto muerto, y, consecuentemente, suspendido el proceso de crecimiento, permaneciendo como estaba en aquel momento, en estado de niñez a perpetuidad.
Con la angustia de verse en aquella situación límite, le dio por llorar acongojantemente, y entre lágrimas y suspiros se ovilló a Gran, su perro y único consuelo, y hecha apretado nudo con él, pronto quedó profundamente dormida, dado que su madre era una presencia continua en su imaginación, y lo  bien conocida que es la maravillosa facilidad de que gozan los niños para servirse de la magia de los sueños para hacer asequibles deseos insatisfechos, lo más probable es que de inmediato se pusiese a soñar a todo gas para  satisfacer plenamente su anhelante deseo de disfrutar de la compañía materna a pleno y prolongado placer.
Tan extendida resultó la siesta que la interminable espera terminó por romper los esquemas mentales de las ovejas que inquietas y desorientadas terminaron por organizar un ruidoso concierto, agitando nerviosamente esquilas y cencerros, acompañados de  patéticos balidos, be, bee, beee... El escandaloso cencerreo despertó sobresaltada a la soñadora, que como impulsada por un resorte se incorporó de un salto. El corazón le daba vuelcos y los ojos escapaban de las órbitas no dando crédito a lo que  veían: un enorme sol de oro caía en picado cielo abajo, y ya a media altura el calor había perdido su fiereza y la acritud de la luz se  difuminaba alargando las sombras.
¡Ay, Dios! O sea, que todo había pasado sin pasar. Cuando al fin quedó por entero persuadida de que no había pasado nada, que todo había sido nada, como si  nada, y las cosas habían vuelto a la normalidad, supo lo que es alegrársele a uno las pajarillas, pues tal fue su regocijo que trémula de emoción rió y lloró de alegría. Pero no por  mucho tiempo, de pronto se asustó de nuevo, era tarde y tenía la perentoria orden de estar de regreso en casa después de la puesta de sol, pero antes de que anocheciera totalmente. No convenía a la madrastra el retraso de la cría, porque con la tardanza de la hija, el padre desasosegado y nervioso se ponía intratable.
Lo inmediato era reunir el rebaño  disperso. No resultaba difícil con la eficaz ayuda de Gran, que allí estaba, todo ojos, en espera del menor gesto para entrar en acción y atar corto al ganado. A más de que las ovejas son -aunque algo atolondradas- animales de temperamento dócil y bastan unos silbidos; el ademán de lanzar una piedra y cuatro gritos  raros: ¡eh,  uuui, ahí, ahiiii, perro, eeeeeh,  ovejas....! y obedecen como novicias.
Y en un periquete quedó reunido el rebaño, y desplazándose en piña volaban más que corrían hacia el corral. El sol se marchaba con sus resplandores tras las montañas y el cielo empezaba a desangrarse por el horizonte cuando cerraban las puertas del redil y emprendían camino del pueblo felices y alborozadas. 
- Gran, a la una, a las dos y... ¡A las tres! Tonto el último.
Y con la alegría de la niña, el perro, loco de contento no sabía qué hacer, y transmutándose en niño... en niña, jugando con ella brincaba como mono a su alrededor, corría después lejos y con increíble pirueta daba la vuelta para regresar desbocado, ladrando en tono regocijado y moviendo dislocadamente el rabo mostrando su contento.
Llegaron al pueblo en fiestas con las últimas luces del día. En la alameda sonaba la música y todo el mundo bailaba, perro y pastora trepados sobre un montón de piedras presenciaban fascinados el festivo jolgorio en su apogeo con gran trajín de colores y voces.
No cabe duda, mi madre no tuvo una infancia ni fácil ni feliz, pero sí  de lo más emocionante. 

jueves, 21 de abril de 2011

VIERNES SANTO… LA PASIÓN DE ROCÍO

Esta carta me pareció preciosa cuando la leí por primera vez y me lo sigue pareciendo una década y una semana después.

Un abrazo fuerte:

Marisa Pérez

VIERNES SANTO…  LA PASIÓN DE ROCÍO
Melilla 13 abril 2001

             Querida hija: En fecha exactamente a esta, 13 de Abril, coincidiendo que también era Viernes Santo, hace 22 años, murió mi madre, un cielo de madre. Con esto está  dicho todo.

Es  esta la primera ocasión en treinta años que estoy ausente de Pucela en fecha tan significativa como es esta de Semana Santa, y año a año, sin faltar uno, he asistido a la magna fiesta religiosa, rodeado siempre de un nutrido grupo de críos, primero vosotros, después, como he sido un abuelo muy nietero, con vuestros hijos, a quienes agradezco hayan llenado mi vida de tantos días de alegría y emoción.
Tampoco han faltados pequeños sustos. Pongo un ejemplo. Conservo vivo en la memoria el recuerdo de  una anécdota tan insólita como divertida que también tuvo lugar en Viernes Santo. La protagonizó Rocío hace un titipuchal de años, tantos que tengo que remontarme a su primera infancia.
Acudíamos a presenciar la procesión con antelación suficiente para ocupar los primeros lugares y nuestro espacio preferido era el paseo de Recoletos por sus amplias aceras donde podíais jugar a vuestras anchas corriendo y saltando.
Sofocadas por las carreras ocupasteis como asiento el umbral de una puerta. Después de  un rato la puerta se abrió y salió un señor que cerró de nuevo, y ve tú a saber cómo, ocurrió algo imprevisible, un ejemplo notable de que andando con niños, a veces, ocurren cosas bastante inverosímiles.
Rocío, una niña llena de gracia y simpatía, aquel día actuó con la ingenuidad de un pato de goma, dejándose, inocentemente, atrapar por el pelo con la puerta y lo más extraño que no dijo ni muuu hasta que el hombre  se  perdió entre la multitud, creando una tan desconcertante situación que dejó a sus  hermanos cacareando de risa, y yo mismo aún me estaría riendo de no haberme  percatado de que se trataba de un problema serio.
-       Que a nadie se le ocurra reír, que no es cosa de risa.
Y efectivamente, no era un momento coma para tirar cohetes. Prisionera por el pelo en una puerta de aúpa, un portón enorme imposible de mover ni un milímetro por más empeño que se pusiera en ello, y para complicar más las cosas, por un resquicio veíamos que daba a un enorme patio vacío, con lo que nos asaltó el convencimiento de la inutilidad de llamar a golpes -la susodicha puerta carecía de timbre y de cualquier otro tipo de llamador- y resultaba imposible que nadie nos oyese.
La cría, sumamente incómoda, temblando como un flan, lloraba con un desconsuelo sin límites, y nosotros -más bien yo- sin saber que tecla tocar y puesto en lo peor, me decía:
-       Ay, Dios, qué lío, si esto es el no va más, ¿y ahora qué hago?
- Tranquila, Rocío, que no pasa nada -le decía tratando de calmarla-. pero sí que había pasado, porque yo no hallaba otra opción que cortar el pelo; una melena larga y brillante, muy repeinada, orgullo de su madre, y de ella misma, muy presumida.
- Papá, ¿me vas a cortar el pelo?
- No necesariamente, pero es probable, parece irremediable.
Y la cría asustada como una perdiz tiroteada, todo nervios, el cuerpo agitado por los sollozos entrecortados, y no digo nada de mí que perplejo, sin saber qué determinación tomar, pero obligado a hacer algo, lo que fuese y rápido, pero a todo esto la procesión se aproximaba con su emocionante estruendo de trompetas y tambores, y yo sin atreverme a resolver el gran dilema atacando drásticamente con la eliminación de la hermosa cabellera...
Cuando, de pronto, vimos el cielo abierto con la afortunada aparición del buen hombre que nos informó que chiripudamente regresaba debido a un olvido, pero que la casa estaba deshabitada  por reforma y que aquella puerta no sería abierta  hasta el lunes próximo, cuando acudiesen los obreros a su trabajo.
Una vez  liberada Rocío vivita y coleando de su prisión capilar, y secas las lágrimas con el dorso de la mano, como todo había vuelto felizmente a la  normalidad, ocupamos nuestros puestos en la primera fila y durante dos horas asistimos en silencio y admirados a la impresionante procesión.

De nuevo arrivoidire, mañana más

MIENTRAS HAYA FULMINANTE...

No sabes cómo te entiendo y hasta qué punto envidio tu forma de anteponer el buen ánimo sobre el desánimo que nos inunda con más o menos razón en tantas ocasiones a lo largo de nuestra vida.
El sentir de esta carta fechada hace casi una década, estoy segura que ha podido ser actualizable muchas veces y otras tantas has levantado tu ánimo con la misma vitalidad.
Mi “fulminante” -mojado en este momento- trato de secarlo a golpe de papel y lápiz porque no quiero que prevalezca el desánimo sobre mi ánimo.
Me aferro a tantas cosas buenas como me rodean y pido al destino que pase esta página negra porque no es justo.
No es justa la vida… no es justa la muerte… no es justa la forma de morir.

MIENTRAS HAYA FULMINANTE...

Valladolid,  13  Octubre de 2001

                 Queridos hijos: Los viejitos, será por eso de que estamos próximos a emigrar, saltando de éste al otro mundo, a veces tenemos momentos difíciles con bajones de moral que nos hacen sentirnos incómodos  y deprimidos, con una extraña sensación de hallarnos sin energía, vacío de ti mismo, pero se ha de luchar para que el talante mental nos mantenga a tono, y el mejor método para eliminar malos pensamientos es valorar más la vida y llenar la cabeza de ideas que influyan en nosotros positivamente.

                 No sé si me explico, pero yo me entiendo y me digo que nada de sentirme insatisfecho ni lleno de temor y decepción, porque, ¿quién dijo miedo? ¡Mientras haya fulminante, fuego y adelante! Y dejando volar libre la imaginación me pongo a soñar despierto en un mundo fabuloso donde no haya penas, ni necesidades, ni dolor, ni injusticias; un mundo lleno de color, de risas, de luz y solidaridad, de paz y alegría. Después sueño que todo lo que sueño es realidad, que no tiene sentido que un mundo tan estupendo lo convirtamos en algo feo y difícil. Sigo soñando que todos soñamos y deseamos una vida mejor, que no seamos lobos para nosotros mismos, que seamos la vida, que seamos la esperanza.

Besos y abrazos

miércoles, 20 de abril de 2011

SUEÑO DE FÁBULA

Hay quien afirma que no sueña y yo, que ellos se lo pierden, porque soñar –cuando se tiene la conciencia tranquila y el ánimo sereno- hace la noche amena y divertida; es como ver una animada película pero con nosotros mismos como protagonistas.
Soñando somos capaces de bravuconadas que “a ojo abierto” jamás se nos ocurriría ni desearlas. Vivimos aventuras fabulosas y volvemos a departir buenos ratos con aquellos que ya no están.
Algunas veces al despertar recordamos tan perfectamente el sueño, que es absolutamente real, por muy surrealista que haya sido la historia de aquella noche.
Cuando la vida es una pesadilla, los sueños agradables nos ayudan a remontar y coger fuerzas… aunque ni cuenta nos demos de ello.

Saludos y achuchones queridos lectores.

Marisa Pérez

SUEÑO DE FÁBULA
Melilla, 6 de mayo de 2001


Querida hija terrícola: Anoche tuve un sueño de fábula. Por arte de birlibirloque o artificio sobrenatural se obro en mí el prodigio de transformarme en un hombre fantásticamente amillonado, y contando con tan abultada cuenta corriente me planteé con máxima urgencia repetir la excitante aventura que llevó a cabo Dannis Tito, el sexagenario californiano de hacer turismo aereoespacial. Pensando como él me dije que sólo se vive una vez y merece la pena hacer real el sueño de una aventura tan legitima  como completa.
Trajeado de astronauta abordé el cohete, no sólo impávido, sino que desbordante de entusiasmo. El corazón se sobresaltó algo, pero aguantó estoicamente, sin dar muestras de turbación ni en el momento emocionante de escapar de este mundo nuestro, dejando allá abajo el brillante planeta azul.
Ya en órbita juego con la ingravidez; con gravedad cero revoloteo como pájaro por la cabina, y así, flotando, sin peso, me cosí al ojo de buey de la cápsula en órbita que girando como trompo en el vacío ofrece un panorama que no admite comparación como ninguna otra cosa. Las estrellas locas de alegría lucen con brillo muy superior a lo que  ofrecen observadores desde la Tierra, que la atmósfera y el azul del cielo en algo altera el esquema celeste dado que al filtrar la luz disminuye la visión de las cosas, y atenúa, y hasta apaga el centelleo deslumbrante de los astros.
Después bajo un poco los ojos y miro al frente, algo a la derecha y distingo a lo lejos una diminuta luz rojiza, tendente a anaranjada, es la señal para que aparezca en escena el Astro Rey, que al alzarse en el cielo llenándolo todo de luz y color, surge una aparición maravillosa: la Piel de Toro, España ni más ni menos, al borde mismo del océano Atlántico. Y aquí acaba el fantasioso viaje. Algo me despertó. Sería posiblemente, la fuerte emoción: es lo más probable.
Se dice, y será verdad, yo así lo creo, que quienes han visto desde lo alto el sobrenatural espectáculo quedan tan profundamente impresionados que empiezan a padecer una extraña enfermedad. El síndrome de  no entender el porqué de las fronteras y de las guerras, y a todos se les despierta el irreprimible deseo de proteger a esa bolita azulada que es nuestro hogar.


Yo, hija, me uno a ellos, y te abrazo.


martes, 19 de abril de 2011

EL CINE DE ANTAÑO Y LA TELE DE AHORA

Una cosa más que tienes en común con mí querido padre: el amor por el cine de antaño.
Siempre me contaba cosas tan parecidas a lo que hoy publicamos, que al leerte me parecía escucharle hablando de aquel cine con butacas numeradas (y entradas sin numerar) butacones en los laterales tapizados de marrón, desde donde se veía el cine y terminaban con tortícolis de mirar “al bies”; atrás también había esas sillas de madera plegables y ruidosas sobre  suelo de madera y cubierto al terminar cada sesión de cáscaras de pipas y “cacagüeses” previamente adquiridos a la entrada en los puestos de “Las Carameleras”. 
También había un "gallinero", al que se accedía por unas escaleras de madera que también sonaban alto y recio al bajar "los gallinos" como potrancas una vez terminada la sesión.
Mis recuerdos son algo menos minuciosos, pero si me esfuerzo un poco, escucho el sonido de las sillas al cerrarse cuando terminaban las sesiones de aquellos cines que sin recordar título alguno, recuerdo haber visto… Sí, recuerdo que vi “La Violetera” de Sara Montiel, y cuya canción, yo,  niña vivaracha y poco tímida, terminé cantando a grandes voces e imitando el baile sensual de la Montiel ofreciendo ramitos de violetas, camino de casa ante el regocijo de mi padre que alardeaba de lo bien que me había aprendido la canción siendo tan pequeñita.
Me suena mucho también lo que cuentas de  las airadas protestas del público en los interminables cortes de las viejas cintas, o el grito de “¡¡cuadro!!” cuando “el tió cinista” ebrio como un piojo, se quedaba dormido y el cañón de luz del proyector apuntaba al techo… tantos y tantos recuerdos que él ha olvidado y tú me recuerdas.
Abrazos cinéfilos.

Marisa Pérez

Félix guapísimo

EL CINE DE ANTAÑO Y LA TELE DE AHORA
14-01-2001

La tele y el cine televisado no son lo que eran, creo que la calidad es inferior a la de hace unas décadas. También puede ocurrir que si me falta apasionamiento se pueda atribuir a la edad que en algo destruye el entusiasmo.
Tengo un pariente muy televisionero, con unas muy conformistas tragaderas para la telebasura y una capacidad inaudita para soportar una sesión diaria y continua de hasta diez horas; capaz de verse de una larga sentada cuanto bodrio echen: telenovelas, concursos y con especial preferencia telecine, esas películas actuales de lo más desagradable, repletas de violencia y absolutamente faltas de originalidad y talento, en las que brilla por su ausencia la alegría que antes era tan esencial en el cine.

 Cuando se ilumina la pantalla la forma más difundida de hacerlo es con alto grado de tensión, trepidantes y truculentas acciones de lo más desagradable, esto es: lo primero que se suele ver son individuos  trastornados criminales despiadados y repulsivos que con apetito de violencia organizan frenético tiroteo, o bien, coches que persiguiéndose a velocidades de vértigo terminan por colisionar, produciéndose enorme explosión, acompañada de llamaradas y a renglón seguido el tableteo de metralletas que siembran la escena de sangre y horror, pues  parece que de lo que se trata es de matar para sentir que Estás vivo.

Mi   allegado no logra entender que  los demás,  hartos de barbaridades pistoleras y monstruos violentos, guerras, misiles y muertos, tomen el mando y hagan zapping, pero con resultado nulo, porque entonces te cae encima toda la glorificación de la majadería: violaciones, vejaciones de todo tipo, escarnios, drogas, sexo... 
Rápidamente hacemos de nuevo zapping, pero  continúan las bajezas borriquiles y bragueterías a destajo de cerdícolas en celo, todo ello con alarde de grosería y palabrería soez que repugna, desagrada e irrita porque degrada a la lengua misma, a quien las pronuncia y, a la larga, a quienes las escuchan para después repetirlas. Ciertamente con tal peliculaje se termina por apagar la tele y hacerte el firme propósito de llamar a "Reto" para que vengan a recoger la "caja tonta" en cuanto amanezca el día.

Pero, bueno, como se dice, con razón, que el derecho a la emoción y a la alegría es uno de los primeros derechos humanos, siempre queda la opción de recurrir, en el video-club, a las viejas películas de tema western que se recuerdan con placer porque ingeniosas y divertidas se ven sin el menor aburrimiento ni enojo, aún con sus espectaculares peleas y puñetazos graciosos, porque es cierto que no faltan las ensaladas de tiros, haciendo una abstracción mental sobre la escalada de violencia te convences de que aquello todo es un juego de mentirijillas.

Mi generación es la inmediatamente posterior a la que nació con el cine y tengo en la retina la imagen de aquellos míticos caballistas del cine mudo, Tom Mix, Tim Mc Coy... de disparo rápido y puntería infalible con sus revólveres mágicos  que disparaban inacabablemente. Cierro los ojos y los veo pasar cabalgando veloces como flechas en rescate de la chica secuestrado por los malos y peores, forajidos todos ellos desastrados y desagradables, con la conciencia de la maldad muy desarrollada, capaces de matar por la espalda, razón por la que para ellos no había refugio de descanso y su vida consistía en huir permanentemente del sheriff y los aguaciles que los buscaban para cumplir con la justicia, los buscadores de recompensas, y hasta de los peligrosos pistoleros jóvenes ansiosos de notoriedad.

Esas azarosas persecuciones por escenarios  tan espectaculares como, por  ejemplo, el Cañón del Colorado me trae un recuerdo que me enternece revivir: el cine del pueblo en mis años adolescentes y juveniles, que ten remotamente groseros me quedan.
Un galerón habilitado como sala cinematográfica, el "gallinero", la parte alta, unos estrechos tablones de madera colocados a modo de escaleras; el patio de butacas:  sillas plegables y movibles.
Domingos y festivos, alegres como golondrinas, acudíamos  a la primera hora de la tarde  a la proyección de la película con nuestras dos perrinas, importe de la localidad, y la bolsa de cacahuetes, que constituían otro elemento fundamental de la fiesta.
 Pronto el local se llena de bote en bote, ocupando ruidosa y desordenadamente las localidades sin numerar, e indescriptible el ambiente del bullicioso espectáculo: humo espeso, sofocante calor, saludos a gritos, ruido ensordecedor.
La gente excitada y divertida no puede estar quieta, se sienta, se levanta, baja y sube por las escaleras del  "gallinero". Con palmas de acompañamiento y mucho pataleo de impaciencia, con gritos a coro de "que salga el toro con rabo y todo", se exige el comienzo de la función, y ya iniciada los cortes de la película, o cualquiera otra deficiencia, eran motivo de abucheos y silbidos prolongados. 
En la pantalla prosiguen las peripecias de la persecución, el publico fascinado, estupefacto estremecido de emoción  con las heroicas hazañas del chico, la gran figura que respirando vitalidad y ofreciendo confianza en la justicia, permite a la gente identificarse con él, y en su apoyo se vocifera unánimemente, "bien por el chico, bien, bien, bien", acompañado de salvas de aplausos y ovaciones  cerradas. Y aquel clamor, y aquel rugir del publico parecía que nos rebotaba en el estómago y nos hacía  sentirnos dentro mismo de la acción. Lo pasábamos de cine, nunca mejor dicho. Máxime cuando el realismo era tal que el acercamiento de los caballos y la locomotora a primer plano asustaba al personal, y no digo en quienes el susto era tal que gritaban espeluznadas amos a las féminas  novatas en quienes el susto era tal que gritaban espeluznadas temiendo morir tiroteadas por los forajidos que disparaban sus revólveres hacia el público, o descuartizadas bajo las ruedas del tren  que con ululantes silbidos  se precipitaba sobre ellas arrolladoramente.

Estas grandes y conmovedoras películas siempre tenían un final feliz, con el chico y la chica, una flor de muchacha, sana, atractiva, bella y agradable, fundidos en ostentosos besos de larga duración.
Tampoco faltaban las historias de indios, que esa era otra. Indígenas felices y pacíficos cazando búfalos en sus tierras, pero obligados a defender en legítima defensa su territorio, se volvían belicosos y despiadados; atacando a los colonos, quemaban sus casas y dejaban el lugar sembrado de cadáveres descabellados o, bien, caían de sorpresa sobre una caravana de colonizadores camino de Oregón, atacando en círculo y oleada tras oleada, avalanchas sin fin que hacía suponer que se trataba de un ataque en el que participaban todas las tribus de la nación india: Navajos, Cheyenes, Apaches, Comanches mezcaleros, sigilosos Sioux... con sus históricos jefes: Garra de Cuervo, líder de los Pies Negros, Ala de Águila, Pluma Roja, Toro Sentado, Oso de Pie, Jerónimo... Pero, por supuesto, siempre las circunstancias eran favorables a los "rostros pálidos", los pobres indios resultaban permanentemente los perdedores.
No podía ser de otro modo, si sólo el chico, con mortal puntería y disparando a dos manos, organizaba la gran escabechina, enviando al otro mundo un sin fin de guerreros pintarrajeados: disparo efectuado, piel roja muerto; la vida de un indio valía menos que la bala que lo mataba, y al final de la refriega eran tantos los tiros y tantos los indígenas muertos, que, pese a su arrojo y persistencia, daban media vuelta y, diezmados y amedrentados, huían despavoridos, para volver a la carga a la salida del sol, con idénticos resultados desastrosos.
Tanto en la ficción como en la realidad fueron barridos del mapa tribus enteras, cientos de miles de indios perecieron a manos de los blancos, y exterminados los bisontes de las grandes praderas. 
Pero aún había más, lo que quizá se veía con mayor interés y complacencia: el cine cómico.

Aquellas primeras películas y sus hilarantes interpretes que perviven en la memoria con placer intensificado y renovado, como si con el  correr del tiempo crecieran y adquirieran nuevos valores  aquellos personajillos totalmente disparatados pero con una simpatía contagiosa y tan arrolladora que desbordaba la pantalla y se esparcía por la sala para llegar a la totalidad de los espectadores que como entonces se veía el cine con inocencia, con sabia ingenuidad, y mucha pasión, inundados de regocijo,  la emoción llegaba hasta las lágrimas y se lloraba a carcajadas.

Obligado resulta sentir entusiasmo y agradecimiento por aquellos geniales “tontos”: Laurel y Hardy, dos personajes contrapuestos muy graciosamente.
 Buster Keatón, Lloyd, Tomasín, Salustiano... que con su capacidad para divertir provocaban explosiones de la alegría necesaria para la vida, y de risa, prodigiosa medicina.

A todos, en alguna medida eclipsaba el cómico superlativo: Charlot, hombrecillo de bigote, bombín, bastón,  andares chaplinescos, gran gestualidad y ojos inmensos; personaje humilde, desventurado, perdedor en sus andanzas como bailarín, peregrino, boxeador, buscador de oro, panadero, patinador, pero, rey de la pantomima, la gracia y la picardía, desplegando imaginación y dando pruebas de talento e inventiva inagotables. Ejemplo de ello: la manera sorprendente y digna de elogios sin fin, de olisquear una flor, o, su famoso golpe de gracia en el que azuzado por una hambruna que el estómago le trepa por las paredes del esófago hasta la boca en busca de comida, con dignidad y elegancia saborea una bota hervida, los cordones como espaguetis, y los clavos, cual si fueran espinas,  relamía  con minuciosidad y esmero.

Pero entonces el cine era joven y, por supuesto, mudo, y  si no había palabras, todo había que demostrarlo con acciones y expresiones, porque no se contaba con más ayuda que su talento de actores y los carteles que  de vez en cuando interrumpían la proyección de las imágenes para insertar una mínima explicación.
Estas películas cortas, pero divertidísimas, daban fin a la sesión de cine. Después del largometraje la emocionante aventura donde se exaltaba el riesgo, el valor, con una meta que era la justicia, el triunfo de la bondad sobre la maldad, cabalgando por llanuras sin fin, montañas difíciles de franquear, ríos caudalosos, árboles espléndidos y cactus enormes... llegaba la risa y salíamos de la sala con la boca llana de carcajadas y el ánimo y el corazón alegres y alborotados.

De aquellos remotos tiempos guardo el grato recuerdo de la entrañable figura de un profesor, un maestro en el más amplio sentido de la palabra, quien para dar las clases en vivo y en directo de naturaleza organizaba frecuentes y divertidas excursiones al campo.
Las de Astronomía aún resultaba más emocionante, en alguna noche tibia y callada nos reunía en la era y sentados a su alrededor,  bajo en cielo y nos hablaba de constelaciones, estrellas,  luceros, satélites y cometas que centelleaban como diamantes en el espacio infinito superpoblados de astros. Y aún tenia otro detalle simpático el admirado maestro: para aquellos que no habían asistido el domingo a la sesión de cine, el lunes contaba la película, y lo hacía mejor que nadie, maravillosamente, daba toda clase de detalles y ponía tanta pasión  a la cosa que emocionaba pensar cómo había sido aquello, y hasta quienes la habían visto escuchaban entusiasmados.

Por esto y por todo lo demás, el cine fue, en gran medida, el eje sobre el que giró el mundo de nuestros años dorados, cuando viviendo  bajo la obsesión provocada por la oleada de emociones de la película dominical, en unión del resto de los chicos de la escuela jugábamos a ser el sheriff, los alguaciles, los cowboy's   y hasta los cuatreros.

¡Aquello era vida!