MÚSICO CALLEJERO
Valladolid 24
de enero de 2002
Querida hija: Te cuento, en la esquina del
clausurado bar Lucense, sin vecinos que protesten, se ha instalado
permanentemente un músico ambulante. Más exacto es decir un musiquilla de alma
sorda y saxofón enfermo que interpreta machaconamente una música ratonera que más que consistir en
combinar sonidos agradables al oído, lo lastima y acongoja un poco. Y esto
tiene lugar en este invierno largo y glacial, soportando a la intemperie
temperaturas extremas día tras día, sin faltar uno, de la mañana a la noche.
A
qué mentir, a punto estoy de afirmar que no
conozco músico capaz de aguantar impávido horas sin fin envuelto por la
niebla o azotado por los hachazos gélidos y traidores del viento, a la par que
más descompasado y desentonado. Conoce apenas fragmentos de las piezas que
interpreta y resuelve el problema con un popurrí o zarabanda de aires
populares: pasodobles, tangos, polkas, zarzuelas, jotas... pero demuestra hasta
el límite su escasa disposición para la
música porque todo lo interpreta, le sobran
notas.
Hace sus arreglos de modo que cuanto sale de su
instrumento esta cargado con exceso de
florituras superfluas que camuflan de tal manera lo que interpreta que
resulta difícil identificar de qué melodía se trata. O sea, para decirlo todo de una vez, lo que
con tanta insistencia ejecuta no dice nada, pero que nada, a favor de su
virtuosismo como saxofonista, y que, con seguridad, tampoco está llamado a
participar en el florecimiento de la música.
Pero, sin embargo, lo que son las
cosas, la gente le ha cobrado cierta simpatía, más por caridad, que por méritos
artísticos, y no deja de despertar admiración verle con las facciones
desencajadas y la faz sin color, pero él ahí está toca que te toca con entusiasmo
y tenacidad. Los transeúntes que pasan rápido
y ateridos, le miran y sonríen, y si son amigos de practicar la caridad con los necesitados, los más
compasivos y generosos, se aproximan y depositan alguna moneda en el sombrero.
En las entrañables fechas navideñas ha repetido
hasta la saciedad, sin resquicio alguno de distracción, los primeros compases
de "Noche de Paz" (se conoce que el pobre hombre no conocía más),
pero que sin duda enternecía los corazones, tornándolos más desprendidos, por
lo que es muy posible le haya rendido buenos beneficios.
En consideración a que la haría perder tiempo y
dinero resisto la tentación e traerle a casa a comer al amor del dulce
calorcillo de la calefacción. Limitaré, de momento, mi impulso generoso a
calentar algo su sombrero.
Bueno, hija, dice el refrán, con acierto: "no
hay como tocar mal para tocar mucho".
Besos y abrazos de tu padre