Historias de toda una vida

Cartas que agrada recibir

viernes, 24 de enero de 2014

MÚSICO CALLEJERO



MÚSICO CALLEJERO
Valladolid  24 de enero de 2002
Querida hija: Te cuento, en la esquina del clausurado bar Lucense, sin vecinos que protesten, se ha instalado permanentemente un músico ambulante. Más exacto es decir un musiquilla de alma sorda y saxofón enfermo que interpreta machaconamente  una música ratonera que más que consistir en combinar sonidos agradables al oído, lo lastima y acongoja un poco. Y esto tiene lugar en este invierno largo y glacial, soportando a la intemperie temperaturas extremas día tras día, sin faltar uno, de la mañana a la noche.
            A qué mentir, a punto estoy de afirmar que no  conozco músico capaz de aguantar impávido horas sin fin envuelto por la niebla o azotado por los hachazos gélidos y traidores del viento, a la par que más descompasado y desentonado. Conoce apenas fragmentos de las piezas que interpreta y resuelve el problema con un popurrí o zarabanda de aires populares: pasodobles, tangos, polkas, zarzuelas, jotas... pero demuestra hasta el límite su escasa  disposición para la música porque todo lo interpreta, le sobran  notas.
Hace sus arreglos de modo que cuanto sale de su instrumento  esta cargado con exceso de florituras superfluas que camuflan de tal manera lo que interpreta  que  resulta difícil identificar de qué melodía se trata.  O sea, para decirlo todo de una vez, lo que con tanta insistencia ejecuta no dice nada, pero que nada, a favor de su virtuosismo como saxofonista, y que, con seguridad, tampoco está llamado a participar en el florecimiento de la música.
            Pero, sin embargo, lo que son las cosas, la gente le ha cobrado cierta simpatía, más por caridad, que por méritos artísticos, y no deja de despertar admiración verle con las facciones desencajadas y la faz sin color, pero él ahí está toca que te toca con entusiasmo y tenacidad. Los transeúntes que pasan rápido  y ateridos, le miran y sonríen, y si son amigos de practicar  la caridad con los necesitados, los más compasivos y generosos, se aproximan y depositan alguna moneda en el sombrero.
En las entrañables fechas navideñas ha repetido hasta la saciedad, sin resquicio alguno de distracción, los primeros compases de "Noche de Paz" (se conoce que el pobre hombre no conocía más), pero que sin duda enternecía los corazones, tornándolos más desprendidos, por lo que es muy posible le haya rendido buenos beneficios.
En consideración a que la haría perder tiempo y dinero resisto la tentación e traerle a casa a comer al amor del dulce calorcillo de la calefacción. Limitaré, de momento, mi impulso generoso a calentar algo su sombrero.
Bueno, hija, dice el refrán, con acierto: "no hay como tocar mal para tocar mucho".
Besos y abrazos de tu padre