Querido
yayo Félix. A nadie se le escapa que volver a escuchar tus retahílas sería un
regalo, pero hoy quiero ser yo quien te diga una vez más al oído lo que pienso
y que servirá para aclarar algunos puntos a quien nos lea y no te conozca tanto
como los que te conocemos.
Una
de tus peores virtudes, que te hizo granjear muchos gritos de los que tanto
querías huir, era esa manera de decir depende qué cosas de forma incisiva, casi
insolente y cargada de buena intención.
Decías
que había que aceptar las críticas, pero después no te gustaba cuando tenías
que escuchar las de nosotros. La carta de hoy (y varias de las que quedan por
publicar) son prueba de ello. Te molestaba que tus cercanos tuvieran "SENSIBILIDAD EXCESIBA" al escucharte, pero no aceptabas con idéntico agrado escuchar.
Querido Yayo, las canas no siempre tienen razón... Por eso, yo me las tiño por si acaso.
Todo
el mundo sabe que puede ocurrir: sin estar premeditado, en algunas ocasiones,
ante cualquier situación (la vida está llena de ellas y las cosas sólo ocurren
durante la convivencia en el día a día), veías o escuchabas algo que podía no
gustarte, pensabas, madurabas tu sabia opinión y sin más lanzabas al viento tus
pensamientos y tu sí o sí tener razón, sin darte cuenta que las orejas que
tenías frente a la cara sufrían por tu forma de decirlo.
Sufrían
porque su lucha por ser perfectos a tus ojos
era tan tremenda, que al oír tu queja perfumada de ironía, no podían por
menos de lanzarte con el mismo amor la respuesta. Entonces te sentías incómodo
sin entender por qué disgustaba tu consejo. En definitiva, tú y ellos molestos
por un rato. ¿Quién no ha vivido algo así?
Tú
lo arreglabas con una preciosa carta y ellos guardaban la pataleta para la
siguiente ocasión.
Por
todo ello te ganaste el galardón de mejor padre, mejor abuelo, mejor bisabuelo,
mejor persona…
Dicho
lo cual, te diré que eras, y serás, mi gruñoncete preferido. Jamás me atrevería
a denominarte “tocacojones”, porque mi exquisita educación y tu refinado oído
no lo permitirían.
Hasta
en esto eras, eres y serás único y hasta echamos de menos esas “peleíllas” que
dan sal y azúcar a la vida.
Te
ruego que des a mi querido padre un abrazo tan fuerte como los dos podáis
soportar.
Dulces
sueños.
SENSIBILIDAD EXCESIVA
Queridos hijos: No exagero si aseguro que en
la familia más allegada, una de cada dos es de ese tipo de personas que se
ofende con el roce de una flor.
Haber ahilos tan excesivamente
sensibles que la más leve crítica les levanta ampollas.
Su orgullo, la opinión demasiado buena
porque es frágil como un cristal y con igual facilidad salta hecho añicos.
¿Qué tal si hacéis rápido repaso por
los diferentes caracteres familiares?
Si este repaso
es sincero, legal, seguro que daréis más uno y más de dos y de cuatro
hipersensibles que utilizan ese rasgo de su carácter para protegerse contra los
demás. Por poner unos simpáticos ejemplos: Pily tiene ganada a pulso fama de
elaborar las sopas de ajo que son todo un poema, pero si yo, queriendo ser
gracioso, digo que “las mías son el no va mas y que yo en ese terreno soy el
rey” su legitimo orgullo súbitamente explota y sintiéndose profundamente
ofendida, al menos por un rato me retira, no sólo la amistad, si no el cariño
de hija. ¿Verdad o mentira?
Como quiero evitar a toda costa que la
mitad o más de la familia, quiera cortarme en cuadraditos la lengua, sólo diré
que mi muy admirado Jorge posee un exceso de sensibilidad muy superior al
materno.
Hijos, reconocer los errores y admitir
las críticas nos hace más personas.
Besos, abrazos,
paz, salud y alegría