Historias de toda una vida

Cartas que agrada recibir

viernes, 28 de enero de 2011

GUISAR BIEN SIN MIRAR PARA QUIEN

 28/01/2011 10:18

Querida Rebeca y demás seres queridos:

Doy por supuesto que sabéis sin el menor asomo de duda que el buen humor, el buen espíritu ante la vida es una eficaz y económica medicina, que el buen carácter una excelente arma para ahuyentar la tristeza y un imán para el optimismo y la alegría. El reverso de la moneda, las personas malhumoradas se castigan a sí mismas, porque sintiéndose mal, les va mal y la vida es demasiado corta para malgastarla con tristezas existiendo la mínima posibilidad de estar contento.

Coincidiréis conmigo en que los beneficios de tomar la vida con humor, que vivir placenteramente son muchos, satisface a todos en cualquier circunstancia, diría que particularmente a los longevos para quienes reír es vital por la razón de que rejuvenece y saca de la cabeza añoranzas y pensamientos taciturnos.
1.      
El humor es un elemento que además de ayudarnos a afrontar la vida nos mueve a reírnos de nosotros mismos no tomándonos demasiado en serio, incluso a tomar un tanto en broma las cosas serias.

Señalaría como obligatorio controlar y mejorar el mal humor porque de sobra se sabe que gran número de ataques cardiacos ocurren en momentos de irritación, desasosiego, de mala uva.

Como aficionado al noble arte de los peroles me gusta la alegría en la cocina, sobradamente sé que no se guisa igual con buen humor que malhumorado. No se hacen bien las cosas con el estado de ánimo descontento.
El buen hacer gastronómico requiere reine en su entorno un ambiente de razonable humor que desestrese, y el cociner@ será más creativo si goza de un carácter alegre y a la hora de trabajar se siente bien, a sus anchas. Actuando “malagusto” y por obligación, únicamente por obligación en arte cocineril no se llega lejos, se ha de guisar bien sin mirar para quien.

El secreto de la buena cocina consiste en sazonar con generosas dosis de estos esenciales condimentos: cariño, tiempo, imaginación, buen humor y, por supuesto, productos de calidad; paciencia, dar tiempo al tiempo, el fuego suave y la cocción lenta ofrecen muchas ventajas. Imaginación innovadora para salir huyendo de la rutina diaria con toque de originalidad. Todo ello acompañado del mejor humor y la salsa del amor, la consideración y el respeto al comensal. Una comida para chuparse los dedos, rica, rica, rica significa que ha sido preparada con cariño y alegría.

         Queridos seres queridos, creerme, reír a más no poder y derrochar humor avivan la inteligencia y alargan y alegran la vida.

                                            Abrazos y besos.

                                                      Félix

jueves, 27 de enero de 2011

LORENZA Y LA MUERTE DE PLÁCIDO

Como decíamos ayer, para aliviar a mi madre en las tareas del hogar, trabajó en casa Lorenza: una joven mujer bastante singular que nació sin dedos en las manos, es decir, únicamente con las falanges, sin falanginas ni falangetas, pero su minusvalía no suponía obstáculo para ser limpia, responsable y sumamente habilidosa en el manejo de las tijeras y la aguja.
 Tristemente, lo que recuerdo de ella como si las cosa hubieran tenido lugar ayer mismo por la tarde, es una alocada acción que llevó a cabo cuando vivíamos ya en Guardo.
Tenía yo seis o siete años, y se desencadenaron una serie de circunstancias adversas que dieron lugar a mi primer gran disgusto en la vida: la trágica muerte de “Placido”, nuestro perro; un chucho grandullón, noblote y simpático que sabía hacerse querer y con sobrados motivos era el orgullo de la familia.
Estos son los hechos: Lorenza tenía un novio en toda regla, serio y formal, pero surgía un problema, la futura suegra repudiaba a la moza por su deficiencia física.
Así las cosas, con motivo del cumpleaños del hijo, la madre le regaló un pañuelo de seda que entonces era un toque de elegancia llevar al cuello los mozos, pero ocurrió que el novio consideró un fino detalle de galantería obsequiárselo a la novia, y ésta a su vez, tiempo después, el día en que el prometido dio por roto el compromiso por que no ganaba para disgustos con su madre.
La pobre chica al verse vestida y sin novio, se trastornó y tuvo la pésima ocurrencia de hacer tiras el pañuelo, amarrarlas el cuello del perro y con gritos y amenazas lo espantó. El chucho amigo del novio y conociendo bien su casa corrió a refugiarse allí; ¡¡para qué lo haría!!
La bruja desalmada que vio su pañuelo hecho jirones, montó en injusta cólera que descargó sobre el inocente emisario echándole una soga el cuello y lo colgó de un árbol.
Menudo drama organizó aquel ahorcamiento. De mí, digo que después de más de ochenta años aún guardo vivo en la memoria el recuerdo de Plácido.

Besos y Abrazos de vuestro padre.                      
Félix


MI MADRE, CORNITA A SU PESAR


Queridos hijos:

Mira que hay pueblos en España, pues tuvo mi madre que dar con sus huesos en el más inadecuado imposible.
Por eso de que uno ha de mostrarse siempre fiel al terruño en que abrió los ojos a la luz, proclamo mi humilde orgullo de ser cornito, pero ni puedo ni quiero silenciar que Cornón es millonario en estrellas, pero a ras de suelo no pasa de ser un poblachín de perrachica pobre, triste y desconejado, pues en aquellos días el único cordón umbilical que le conectaba con el mundo era un accidentado caminucho terrero trazado por las ruedas de los carros y las pezuñas de los animales. Por lo demás, sus tierras de secano resultaban poco agrícolas; Dios y su hija, la madre Naturaleza, se han mostrado poco generosos, lo que dio  justificado motivo para que se produjera el duro problema de la emigración que en su momento lo despobló.

Pese el escaso rendimiento, o precisamente por ello, los cornitos, que eran ambiciosos, no dejaban baldío ni un palmo de terreno, cultivaban hasta el último rincón, razón bastante y sobrada para exigir que la familia en pleno, incluidos niños, prácticamente desde que echaban a caminar, y las mujeres a vivir como burritos de carga. De ahí que en Cornón no se diese el sexo débil y las féminas con mayor predicamento fuesen las viriles con músculos de toro y las manos que resultaban más atractivas eran las duras y ásperas, grandes como trillos para manejar con brío y eficacia las rudas herramientas agrícolas.

Mi pobre madre, mocita decorativa, con dulce y linda apariencia de señorita, manos pequeñas, blancas, regordetas, suaves como el pompón de aplicarse los polvos en las mejillas, muy apropiadas manos de novicia para bordar y tejer tapices, leída y escribida, limpia y repeinada, pero como mujer, con escaso poderío físico para manejar aquel arado; chismarraco que no había sufrido trasformación desde la época de los romanos, (imaginaros a vosotras mismas empuñando la esteva de aquella herramienta anacrónica en un terreno duro y pedregoso e imaginaros también parir valientemente como ella lo hizo para traerme al mundo).

Pues, eso, ¿qué hacía en Cornón una mujer como mi madre que para esposa de un cornito no reunía condiciones, que resultaba un honor superior a sus merecimientos y los ropajes como tal le quedaban grandes?
Con los cien ojos cornitos pendientes de ella, por ejemplo: sus surcos superficiales y torcidos eran motivo de escarnio y risas de cornitos y cornitas; ellas decían, “ésta no es la otra”; ellos, machísticamente, “tanto que sabe ler y escrebir, ¿pa`qué? La mujer ensabiendo saber bien a hembra, sobrao sabe” Así que pronto se hizo famosa por  “mala fama ganada a pulso” Y lo explico:
Razón primera: Además de guapa, educada y fina, sabía leer y escribir.

         Segunda razón o motivo: Introdujo en el pueblo el uso del calzoncillo, que ni remotamente se conocía.
En Villalba, el pueblo de mi madre, ya existía uno depositado en el ayuntamiento para  uso comunal, a disposición de cualquier vecino que emprendiera un viaje, lo que estaba muy bien, sólo tenía una pequeña pega, como la gente no estaba acostumbrada a ponérselo, tampoco a quitárselo a la hora de... Bueno, el caso es que la limpieza brillaba por su ausencia.

         Tampoco este detalle cayó nada bien en Cornón, y cuando la autora de  mis días lavaba los de  mi padre y los tendía al sol para su blanqueo, la gente pasaba  mirando de reojo, y con gestos de asco exclamaban: “uf, uf, uf, que aparato”, las más claras muestras  de desaprobación.
Costó lo suyo lograr que su uso se pusiera de moda.

Sin embargo no se piense nadie que mi madre vivía ociosa, simplemente lavando el calzón de su marido o en un lecho de rosas; saltaba de la cama la primera, antes de que el astro del día empezase a alzarse por el firmamento y era la última en acostarse.
Entre tanto la jornada era de movimiento continuo de sol a sol: el ajetreo de las labores del hogar, escobetear, fregar, lavar, preparar el fuego, acarrear el agua, guisar, dar de comer al cerdo, ordeñar, amamantar al hijo y asearle el culito…y después de este trajín acudir al campo a arar o a segar agachándose e irguiéndose hora tras hora bajo un sol amodorrante, atropando y atando las gavillas de mies con el polvillo flotante pegado a la garganta como engrudo.

Relataba que en ocasiones, cuando se sentía más agobiada y afligida, se detenía a observar a las hormigas que con inaudito esfuerzo avanzaban por dificultosas sendas entre la hierba cargando a la espalda pesos muy superiores a sí mismas, e imitando su ejemplo hacía un esfuerzo supremo de voluntad para seguir adelante hasta rematar la faena, para jadeante y sin aliento regresar a casa.
Contaré la anécdota del estercolero, que puede parecer una tontería, pero no lo fue en absoluto. Las tierras poco agrícolas y la agricultura en pañales trabajada, por poner un ejemplo significativo, con un arado que muy probablemente la fecha de su invención puede  remontarse a la lejana época en que la madre Naturaleza  era apenas una virginal doncella; en los años de sequía, de vacas flacas de raquítica cosecha, con los trigales abrumados de amapolas y mariposas, más que espigas, la gente vivía tan austeramente que rezaba la miseria, sedienta de pan.
      Pues eso, que se avecinaban las fiestas del pueblo, san Antolín, y las calles de Cornón, estaban empedradas de boñigas, cagajones, cagalitas y todo ese cacao maravillao y mi madre no supo resistir la tentación de adecentar el pueblo recogiendo toda aquella riqueza regada por el suelo. Así que escobetón y pala en ristre y cuévano a la espalda se lanzó a la faena.
¡Para qué lo haría! Cornón, convertido en una colmena zumbona, estalló en carcajadas burlonas, sin que creo faltase algún problema de diafragma por espasmos de risa. Hablando cornitamente  se decía, “que discurriato el de la güetagones esa que la mu sansirolona que tanto sabe ler sin servir p’a cosa otra que atropar mierda”.
      Eso fue de entrada, pero conforme crecía el estercolero, se fueron excitando los ánimos y la cuestión se volvió vidriosa y todo  eran  miradas cargadas de sospechas. Los cornitos de nerviosismo incordiante decían de la autora de mis días “¡que cuajo el de la intrusa!”
      Total, y resumiendo, que se reunió en consejo y por unanimidad y arbitrariamente decidieron que para ser barrendero de pueblo había que pagar un canon, pero con la siguiente inicua condición, si se trataba de un indígena la cuota  eran diez reales y dos cántaros de vino anuales, si se trataba de la  intrusa, doble: un duro y cinco cántaros. Hay que considerar que aquel duro de entonces suponía casi una riada de dinero, pero mi madre lo pagaba, porque sabía que “la boñiga cría espiga” y algo mejoraba las cosechas.
Además de  todo esto, tengo que referir la enorme complicación que suponía para ella salir de casa a trabajar.

Cuando era yo un bebé alimentado en el pecho materno me llevaba con ella donde quiera que fuese; si al campo, me arrebujaba en una manta y me acurrucaba al pie de un árbol o en medio de un matorral al abrigo de fríos y calores, pero pronto crecí y empecé a caminar y a correr.
También llegó mi hermano y entonces era a él, el niño de pecho a quien llevaba con ella, y conmigo ¿qué hacer?
A veces se animaba a cargar con lo dos, pero dice el refrán, “ara con niños y recogerás cardillos”, o sea, que imposible trabajar con dos críos, uno de ellos cosido a sus faldas, ¿qué otra solución? Ni pensar dejarme en casa solo, ni en la calle, ni al cuidado de una vecina porque a todas se les presentaba igual problema. Entonces, como mal menor, con el corazón acongojado, me dejaba amarrado a la pata de la cama. Por ello, en cuanto podía, corría a casa angustiada a rescatar al hijo cautivo.
Me hallaba siendo pasto de las moscas, embarrado de mocos hasta los ojos, excrementado, hambriento, sediento y desgañitado de tanto berrear.

 ¿Era eso realmente vivir? ¿Era aquello el prometedor porvenir que esperaba a sus hijos? La complicada situación la movió a reflexionar sobre la obligación de buscar una solución por aquello de que “quien no se amaña no se apaña” y estaba claro que vivir en aquel villorrio chismoso y trasconejado consistía en sudar la gota gorda a fin de lograr un poco de comida con que recuperar fuerzas para volver a trabajar y nunca medrar, pues evidente que practicando aquel tipo de agricultura resultaba el sueño de lo imposible pensar siquiera en mejorar de posición.
Y eso no era todo, en Cornón no había novedad alguna, nunca ocurría nada, la vida se la comía el cáncer de la rutina, hoy igual que ayer, lo mismo que mañana. Siendo esto así se imponía tomar la decisión irrevocable de emprender graciosa huída hacia el futuro que por allí no pasaba. El mundo, se decía a sí misma, está ahí fuera, lleno de caminos que conducen a muchas partes con personas que piensan, que ríen, que viven…
Era mi madre muy dada a concentrar los pensamientos en las cuestiones, le gustaba pensar y pensar, volver a pensar, y pensando, pensando llegar hasta tener ordenadas las ideas, y una vez decidida a echar a caminar no resultaba fácil detenerla.
Contaba graciosamente la autora de mis días que una gallina clueca que amorosamente cuidaba y enseñaba a su dorada prole a escarbar a la caza de lombrices, le descubrió el filón, le inspiró la idea salvadora: sería “recovera”, negociaría con  leche, huevos y aves de corral.

No resultó fácil, pero con tesón y una pequeña suma de dinero que le facilitó su padre, el abuelo Francisco y contando con la inestimable ayuda de “Ruche”, una burrita en la flor de la juventud, más lista que algunas mozas, inició el negocio, por supuesto, en pequeña escala, pero toda marcha empieza con el primer paso, y éste consistía en recorrer de puerta en puerta las casas de los pueblos circundantes más próximos, y el mismo Cornón, recogiendo la mercancía que revendía en el importante mercado de Guardo.
Cornón, en principio se mostraba reacio a vender, pero concurría una singular circunstancia, en aquel entonces, por aquellas tierras, el dinero en efectivo brillaba por su ausencia. Nadie disponía de dinero contante y sonante, y quien tuviera necesidad  urgente de alguna peseta en el bolsillo tenía que acudir al mercado a vender, por ejemplo, un saco de trigo. Por la necesidad absoluta de dinero la venta de estos productos representaba magnífica oportunidad para obtenerlo, así que se desvivían por reunir algunos huevos y criar algún pollo tomatero para acudir presurosos a ofrecérselos a mi madre que pagaba al contado.

Para contar con libertad de acción requería de ayuda, la que obtuvo con una persona bastante singular: Lorenza era su nombre, bien la recuerdo porque estuvo largo tiempo en casa.

Bien, tal como decía, al permitirse el lujo de liberarse de la seria preocupación, mi madre pudo dedicar más tiempo a la actividad para la que estaba claro que poseía mejor actitud que para destripar terrones; comprar y vender, porque bien compra y vende quien bien regatea y ella se hallaba en su salsa practicando ese arte en el que decía se conoce al personal, su inteligencia, su tolerancia y hasta se puede establecer juego de palabras con cierta ironía entre vendedor y comprador.

Con entusiasmo y mayor dedicación fue posible ampliar el campo de acción y organizarse mejor procurándose ayuda que se cuidaba de hacer el acopio de la mercancía, evitando corretear de puerta en puerta, su cometido era cuestión de cargar y acudir directamente al mercado.

Practicaba la autora de mis días el lema de respeto al cliente, es decir, siempre la verdad por delante y las cuentas claras. No contaba torpemente con los dedos, manejaba con soltura la Aritmética para los cálculos y la liquidación de las cuentas. A esto se sumaba presentarse siempre con una sonrisa en los labios y gozar de un cierto carisma con el que se ganaba la confianza de los clientes, a más de caer simpática promocionando donairosamente sus productos: Leche honrada, decía, sin bautizar, cremosa, y tan reciente que ayer tarde era un brazado de hierba, y los huevos más frescos: sólo trayendo la gallina debajo del brazo para que los ponga directamente en la sartén del cliente.

Era costumbre de mi progenitora frecuentar las golosinerías para que no le faltasen en el bolso chuches, porque decía que cuando correteaba por los pueblos echaba de menos a sus hijos y le servía de consuelo acariciar a cuanto crío se cruzaba con ella y endulzarles la boca con confites y caramelos.

Es de hacer notar este detalle; como la visión humilde de negocio se elevó de nivel a ojos vistas, las cornaladas de los cornitos se volvieron exclamaciones de admiración: “coño, coño, la Filumena, que despabilá, feriando güevos le se salen los reales por las sus orejas”.

Lógicamente, la buena marcha de las cosas exigía viajar diariamente al mercado, que resultaba llevadero contando con la burrita, que era gran parte del éxito, dado que con su trotillo alegre, suave y ligero, según su dueña, una alfombra voladora en la que los huevos en serones entre paja iban seguros. Pero, ida y vuelta sumaban dos leguas largas con frío, lluvia, nieve o sol, por lo que resultaba necesidad absoluta la aproximación a la clientela, pero mi padre hecho al modo y condición cornita y con una visión del mundo que no pasaba  más allá de la punta de la nariz, resultaba singularmente difícil arrancarle del pueblo. 

Vámosnos, Víctor, suplicaba insistentemente mi madre, ¿qué hacemos en este poblachín de parra chica donde los alimentos no caen de la atmósfera, todo lo contrario, los años de vacas flacas, no pocos, en los que la cosecha se recoge prácticamente grano a grano, poco menos que escasea el pan, la vida de los pobres?
Saca los ojos de Cornón y verás que hay más mundo que este…

La tenacidad y los buenos resultados dieron su fruto y al fin vio cristalizado la ilusión de residir en Guardo, poblachón minero donde los obreros del carbón  con su dura faena de perforar la tierra obtenían jugosos salarios que solían derrochar rumbosamente y, consecuentemente, en el próspero pueblo resultaba fácil ganarse la vida, y allí se establecieron con un puñado de vacas selectas; recuerdo los nombre de algunas, Lista, Chata, Linda, Mora…, nobles animales que daban abundante y excelente leche, tan cremosa que flotaba sobre ella una capa de un par de dedos de nata. Conservo en el paladar el sabor de las gustosas meriendas; una buena rebanada de pan con generosa capa de flor de la leche, con azúcar o miel.

Como era de esperar las cosas marcharon a pedir de boca desde el primer momento, y pronto contaron con clientela fija entre las primeras y principales familias. Como clientas muy a destacar recuerdo a una señora cubana, esposa de un ingeniero de minas, padres de quince hijos que para proveer las necesidades de leche y huevos a tan numerosa familia todo lo que se les suministrase era poco, con lo que resultaba que pronto tuvieron más clientes de los que podían atender.
Así las cosas, resulta evidente que la vida fuera de Cornón se desarrolló con absoluta normalidad, habían alcanzado un vivir modesto, pero digno y tranquilo. Atrás quedaban fatigas y estrecheces, se habían liberado de la esclavitud del trabajo rudo e improductivo.

Mi infancia y adolescencia en Guardo transcurrió todo lo feliz que un crío puede ser, la chiquillería éramos libres como el viento, gozábamos de libertad para obrar a pleno placer. Aunque es cierto que pasaron cosas significativas que me impactaron y otro día contaré.

                                      Besos y abrazos
Félix


miércoles, 26 de enero de 2011

FILOMENA, TRINO DE RUISEÑOR

Valladolid  25-01-2011

Queridos hijos y nietos:
Voy a  seguir hablando de vuestra abuela y bisabuela, conocida por muchos como la señora Filo, por otros como Mena, la otra mitad de Filomena, nombre de origen griego inmerecidamente en desuso, porque es sonoro y eufórico, para ser pronunciado con alegría. Etimológicamente  "trino de ruiseñor"  o algo similar.

El destino no contento con robarle tempranamente los brazos de su madre y hacerla una niña pastora en manos de una madrastra insufrible, además le quitó la ilusión de ser monja para –como decíamos ayer- casar del peor modo con un absoluto desconocido.

Afortunadamente la maternidad la liberó del miedo al marido. La hija, según la madre, era un querubín que pronto voló al cielo, apenas a los dos añitos.
El dolor de la pérdida de su Mariacrucita lo llevó en el corazón durante toda su vida.
Pili tiene muy presente la anécdota protagonizada por la abuela, cuando recién nacida Rebeca viajó a Zaragoza a fin de presentarle a su bisnieta.
Próxima ya a los noventa otoños, con problemas de senilidad, le fallaba la memoria; la imaginación, al ver a la niña se le llenó la cabeza de fantasía y la confundió con su Mariacrucita; imaginando que tenía sus pechos rebosantes de leche se apresuró a darle la tetita; al hacerle saber que ya había comido, se lamentaba: “Qué ignominia cometéis conmigo, ahora qué hago yo con esto?, refiriéndose a la ilusoria abundancia de secreción de su seno.

Después de perder a Mariacrucita, aterricé en el mundo; poca cosa, pero muy querido y deseado por mis progenitores, precisamente, sin duda, por ser la oveja negra de la familia, porque mis hermanos son otra cosa.

Sin embargo, tengo que puntualizar ciertas peculiaridades meritorias que elogiosamente destacaba mi madre referidas a mi comportamiento infantil: sanote, nada llorón y “limpio”.
Esto ocurría así porque mi progenitora me atribuía méritos que eran suyos.

Me explico: entre mi hermano y yo existe una diferencia de edad de dos años y medio. Pues bien, usurpando sus derechos, disfruté de la abundante, exquisita y beneficiosa alimentación del pecho materno hasta próximo a cumplir dos años, es decir, seis o siete meses antes de la llegada de mi hermano a este mundo.
Parece ser, lo dicen los que lo saben,  que un periodo tan largo de alimentación natural está lleno de ventajas de todo tipo: una madre dando pecho al hijo está dando su cuerpo, se está dando a sí misma,  y el hijo mamando se comunica con la madre, la manera perfecta de establecer vínculos afectivos entre madre e hijo.

Igualmente se  asegura que el largo amamantamiento es motivo y razón de buena salud, al verse el crío libre de los peligros que acechaban a los niños privados del pecho materno y ser alimentados, -hecho tan frecuente por aquel entonces-, con sopas de ajo o de vino, previamente ensalivados por la madre.

Sin problemas de estómago ni de vientre, mis suciedades, mis caquitas, eran pulcras, impolutas, semejantes a cagalitas de oveja, que mi madre tomaba entre los dedos con un papel y sin más arrojaba al corral, quedando el pañal limpio para seguir usándose. Y aún hay más.

Los niños mamoncetes, porque la leche  materna posee nutrientes abundantes y notablemente ventajosos para desarrollar la inteligencia, gozan de mayor nivel de coeficiente intelectual. En este punto tengo mis razonables dudas. 
Soy listo porque en Cornón no hay tontos, pero mi listeza, pese a que pocos chavales habrán tomado tanta leche como yo, es la justita para no ser tonto de capirote; seré pues la excepción de la regla, porque a mi, a la vista está, se me ha desarrollado más el tamaño de la cabeza que “el taliento en el celebro”. ¡Qué se le va a hacer!

Como queda dicho, ya era yo un mocete fortachón y enredador que correteaba por la calle practicando mi deporte favorito, consistente en acarrear de la bolera al patio de mi casa, arrastrando las bolas y rodando los bolos. Pues bien, un día que mis padres habían recibido la visita de algunos parientes forasteros, y en tanto los atendían, entré yo en casa cansado, sudoroso y sediento. Por lo acelerado y lo deslumbrado no me percaté de la presencia de los invitados y precipitándome sobre mi madre, yo mismo desabroché su blusa, saqué la tetita y me puse a succionar golosa y glotonamente.
Ante tan insólito espectáculo, los presentes estallaron en risas. Tan de sorpresa me cogieron aquellas risotadas, que corrido como una mona, di la espantada hacia la calle. Fue un desmame radical, un destete irrevocable, dejé de mamar para el más jamás de los jamases.

Como me lo contó quien me dio la vida, os lo cuenta quien os la dio a vosotros y es vuestro afortunado abuelo, que os besa, abraza y os desea lo más y lo mejor: salud, alegría y amor.
Félix

BODA DE LA AUTORA DE MIS DÍAS

BODA DE LA AUTORA DE MIS DÍAS

Valladolid  25-Enero-2011
Queridos hijos y Queridas y encantadoras nietas en la florida edad del casorio:

Pongo a funcionar la máquina de los pensamientos y doy en considerar que los tiempos han avanzado una barbaridad, y en cuestión femenina, dos barbaridades o más. 

Las chicas de hoy a la hora de matrimoniarse, mejor dejarlas solas y por libre, no les gusta que las case nadie, porque unos son sus  gustos y otros los de los demás. Si una madre pretende meter por los ojos de la hija a un mozo, lo más probable es que la cuestión se plantee de ésta forma o similar:
¿Te gusta el chico, mamá? Pues mira que bien, no quiero darte un disgusto, te lo cedo, cásate con él.

El modo propio y característico de pasar por la vicaría ha dado un giro considerable desde que mi querida madre recibiera las bendiciones. Vosotras, mis hijas, organizáis la sociedad conyugal haciendo pleno uso de libre voluntad, con absoluta libertad de reflexión y de elección. Incluso vuestra madre y abuela Obdu actuó con igual autonomía.

En cuanto a mí, cuando planteé a mi madre -ya viuda- los  planes de boda, bien recuerdo sus palabras:
Hijo, nada tengo contra esa chica, bien conozco a sus abuelos y demás parientes, excelentes vecinos, personas de conducta intachable, pero la chica no te conviene por su temperamento nervioso y causa de que en su modo de ser se refleja que primero yo, después yo, y siempre yo.
-        Madre- respondí riendo- se equivoca usted; más generosa, dulce y complaciente, imposible.
-        Bien -aceptó-.  Si estás seguro de lo que dices, adelante hijo, ojala nunca te arrepientas.

Como decía, las modernas féminas tienen otra mentalidad: emancipadas, seductoramente seguras de sí mismas, no viven sino atendiendo a su libre albedrío, así que el viejo sistema pudor-virginidad-noviazgo-matrimonio, en gran medida ha pasado de moda.
Son autónomas, tan independientes que muchas veces sus matrimonios son de poca duración, casi simbólicos, porque las parejas se casan y descasan como descosidos. Los matrimonios de antes, no hace tanto, eran vínculos indisolubles, sólidos como junturas de soldadura eléctrica que duraban toda una vida, y aún más: "que lo que dios unió no lo desate nadie".
Pasó a mejor vida el viejo y romántico sistema de cortejo, noviazgo, petición de mano y toda esa parafernalia; otro es el sistema, más rápido y eficaz: la pareja se conoce, se acuesta, si se preñan abortan y se van cada uno por su lado, para comenzar de nuevo por separado.
También es frecuente hacer el camino al revés: casarse después de hacer vida marital y tener hijos -pocos, ciertamente-  tenerlos no se estila en absoluto. Se han extinguido aquellas mujeres que cada dos por tres quedaban preñadas hasta el gaznate… “las muy conejas".

Por el extremo diametralmente opuesto está el atropellado desposorio de la autora de mis días, a quien, pisoteado su anhelado sueño monjil, casaron a sobre cerrado, embarulladamente, de un día para otro, un atropellado casorio con un novio incógnito con un desconocido un hombre que no conocía ni de oídas, y a quien una semana antes de la boda no había visto ni de lejos ni de cerca, ni remotamente, vamos. Bodorrio por sorpresa que la dejó restregándose los ojos y pellizcándose las moyas de los brazos para cerciorarse de que  no se  trataba  de una alucinación. Eran tiempos en que los padres manipulaban el destino de los hijos. Imagino la respuesta de una de estas mujeres de moral emancipada a la madre que pretendiese imponerle un novio…

Hasta “ayer mismo por la tarde”, en la época de la autora de mis días, se practicaba la peor de las virtudes: la sumisión regía el concepto de que los hijos eran propiedad de los padres, y ser buena hija consistía en mostrar docilidad ilimitada; esto es, no tener voluntad propia y estar decidida a no decidir nunca nada por cuenta propia. Enorme diferencia, como de la noche al día, lo que viven las afortunadas mujeres actuales tras la llegada de la revolución femenil.

La mía fue una madre a la que no había oro en el mundo para pagarle; sin la más leve duda: había nacido para flor de convento.
La vocación es como una luz, una necesidad nacida en lo más profundo de nuestro ser, de ahí que desde muy joven llevase dentro de sí una monja con una capacidad pasmosa para la oración; rezaba saltando de virgen en virgen y de santo en santo, recorriendo el cielo de cabo a rabo, sin la menor muestra de cansancio ni desmayo.
Chapurreaba el francés por ser novicia de un colegio de monjas de esa nacionalidad en el pueblo de Hortaleza, Madrid, del que momentáneamente se había ausentado por grave problema de salud.
Se reponía en casa de los padres de la traqueotomía que le había sido practicada. Restablecidas las fuerzas y la lozanía, dispuesta a reincorporarse al noviciado, de sopetón el destino se precipitó sobre ella cuando la madrastra, una madrastrota de rompe y rasga que era quien partía el bacalao, con absoluto desprecio de sus deseos y vocación, cometió la ignominiosa e inapelable decisión de casarla con mi padre, recientemente viudo, y ya lo dice el refrán, “casa sin mujer y barco sin timón, la misma cosa son”, lo que deja claro que un hombre manejándose solo se enfrenta a dificultades sin fin, agravándose en el caso de un pobre lugarejo como Cornón, donde para procurarse el cuscurro de pan cotidiano no basta con luchar como un  león; resulta imprescindible la ayuda de una esposa.
Digamos que en el caso de mi madre, una cónyuge que era sinónimo de mujer multiusos, para usar y abusar, dado que además de atender el hogar, exigía cooperar hombro con hombro con el hombre en las rudas faenas del campo.

Dos esposas tuvo mi padre, vuestro abuelo Víctor, ambas paradigmas de cónyuges  cada una por un extremo. La primera encajó perfectamente en el pueblo, la segunda, mi madre, no armonizaba, Cornón no le resultaba tierra firme.

Cumplidos los veinticinco años, el 27 de febrero de 1910, contrajo matrimonio con Eugenia Lomas: impetuosamente trabajadora. El desposorio resultó un acierto pleno porque aún siendo forastera, conectó en el pueblo perfectamente, y en él se hallaba en su propia salsa.

Mi progenitor, desde que supo andar y tuvo fuerzas para ello no hizo otra cosa que trabajar, sin gozar del privilegio de asistir a la escuela ni un solo día de su vida; por consiguiente era analfabeto, como la mayoría de los hombres y la totalidad de las mujeres del pueblo. Pero era ésta una cuestión que por aquel entonces carecía de valor; a lo que sí se concedía suma importancia, era el caso de mi padre, destacar como trabajador infatigable.

Eugenia, impetuosa y activa; notablemente dotada para manejar los rudos aperos de labranza -se decía de ella que con un arado en la mano era capaz de bordar filigranas-  resultaba la compañera ideal para un cornito.

En numerosas ocasiones oí contar una anécdota protagonizada por ella que la retrata de cuerpo entero. Recién casada, un domingo de verano en la bolera surgió un singular desafío entre mi padre, orgulloso de su flamante esposa, y Danielón, el mozo más forzudo del pueblo. El autor de mis días apostaba lo que fuese a que segando el mozo no dejaba atrás a la moza.
No se trataba de una fanfarronada; presentados en el trigal, se inició la competición; aferrada ella las manos como garfios a la guadaña, con fuerza que no se sabía de donde la sacaba, aguantó codo con codo el empuje del forzudo, terminando la siega del trigal en singular y emocionante empate.
Con esta hazaña se metió en el bolsillo a los cornitos, elevando hasta las nubes su valía y ganándose el apelativo de “La Loba” apodo ponderativo que llevaba con orgullo. Es más, el fenómeno Víctor-Loba empezó a ser considerado como los futuros riquillos del pueblo.

El vaticinio, sin duda acertado, no dio lugar a cumplirse. La muerte se equivocó con ella al llevársela de un día para otro, joven, sin descendencia, llena de fuerza y de vida. Se la arrebató  la grave epidemia de gripe de 1918, tan virulenta que causó pánico no sólo en Cornón y en España, sino en el mundo entero, pánico justificado, ya que se llevó por delante a cerca de cien millones de personas, es por ello considerada la peste más mortífera que ha sufrido la humanidad. La principal característica de aquella infecciosa y contagiosa enfermedad no fue atacar a los más débiles, niños y ancianos; sus víctimas fueron jóvenes saludables. Para mi padre se dio la lamentable circunstancia de ser su esposa, la última víctima en Cornón; después parece ser que harta de tronchar familias enteras, la epidemia colgó la guadaña y dejó de segar vidas.

Para el autor de mis días la desaparición de su esposa fue un tremendo mazazo, y en situación de viudo, teniendo que manejarse solo para realizar las labores absolutamente necesarias de la casa, guisar, fregar, lavar… y el ajetreo del campo se sentía incapaz, tan arrastrado y desvalido que se veía imperiosamente obligado a casarse de nuevo.

Vuestro abuelo Víctor necesitaba casarse a toda costa, como fuese y con quien fuese; pero ocurría una extraña circunstancia, que era causa y razón de que pensar en casorio resultara una utopía: partos y el azote de la terrible epidemica enfermedad infecciosa y contagiosa, había diezmado el elemento femenino y las mujeres casaderas escaseaban como los mirlos blancos. Pero ¡buena suerte! Llegó a los oídos de mi progenitor la fausta información de que en Villalba florecía una moza soltera, y espabilado, más que correr, voló como si tuviese alas hacia allí, y sólo Dios sabe qué argumento esgrimió para lograr que la madrastra organizase el amañado e irrevocable matrimonio. Así lo anunció:

-        Filomena, te he encontrado un buen novio y te casas.
-        ¿Casarme? Qué ocurrencia, soy incasable, nací para monja.
-        Tanto me da que hayas nacido o no para monja, tú te casas sin rechistar, porque lo digo yo y sanseacabó y sanseterminó.

Y se hizo realidad el caprichoso y bochornoso matrimonio. Por supuesto, tocante al modo y manera con que se llevó a cabo, emito mi voto de todo punto desfavorable; pero, con perdón de mi madre, del hecho en sí estoy encantado, de no haberles leído la epístola de san Pablo, ni yo ni vosotros estaríamos aquí, y en lo que a mi respecta estoy más que feliz de haber nacido de ella y vivido a su lado.

¿Qué cómo conozco tantos pormenores del máximo interés de aquellos viejos tiempos? Me conocéis, preguntón compulsivo; cosía a preguntas  a mi madre y también asaeteaba a todos los cornitos: Pinto, Chato, Danielón, Rojo, Paula… recabando detalles importantes referidos al ser y vivir de mis progenitores.
Mi tío Pedro, padre de mi primo Isauro, como hermano de mi padre, asistió a la boda y fue para mi todo un noticiero, un manantial de información. Esto explica que sepa que un día cualquiera en misa de alba, en una ermita en un descampado, como si se tratara de algo indigno, con un vestido de percal estrecho y rabón, sin flores, sin arroz, sin fotos ni banquete, humildemente, ocurrió todo aquello: nerviosa, desencajada y trémula se acercó la novia al altar y a la obligada pregunta de: “Quiere usted, etc., etc.”, contestó con un imperceptible cabeceo; el señor cura la conminó a decir alto y claro “sí” o “no”.
El viaje de novios consistió en cruzar el páramo a lomos de un burrote asilvestrado, para, sintiéndose como una sardina comida por el gato, entrar en un hogar ajeno con un hombre extraño.

Una recién casada enamorada, en la noche de novios correrá hecha mieles hacia el esposo, pero para una monja arrancada del convento como una estrella de su órbita, por comprensible pudor se silenciaba el tema, pero dadas las circunstancias concurrentes resulta fácil imaginar la situación: semiviolada y semivirgen, un día vomitó y supo que estaba embarazada, y nació una niña.
La maternidad la liberó del miedo al marido. La hija, según la madre, era un querubín que pronto voló al cielo, apenas a los dos añitos.
El dolor de la pérdida de su Mariacrucita lo llevó en el corazón durante toda su vida.

Vuestro padre y abuelo,  os besa, abraza y os desea lo más y lo mejor: salud, alegría y amor.
Félix

martes, 25 de enero de 2011

LÓGICAS LIMITACIONES

LÓGICAS LIMITACIONES  Martes 25/01/2011 9:40

Querida Rebeca y demás seres queridos:

Ayer en el “Centro de Juventudes Jubiladas” nos dieron una charla en la que más o menos vinieron a decir que aunque seamos del año uno, por mucho que nos pese la añada se ha de tener muy presente que vivir no es sólo no morirse, sino existir, es decir, pensar, emocionarse, reír, gozar, sufrir, cantar, jugar, moverse…

No todas las personas, lógicamente, dependiendo de factores de herencia, medio ambiente, alimentación…, envejecen de igual modo, pero el envejecimiento es un proceso evolutivo sin marcha atrás y todos perdemos neuronas, nos disminuye la memoria, la estatura, vista, oído, la masa muscular, la cabeza se puebla de canas y la cara de arrugas, se reducen las capacidades funcionales, cardiacas, respiratorias, renales, en suma calidad de vida.

No obstante, dijeron animándonos,  pese a hallarnos próximos a la culminación de la existencia, por mucha juventud acumulada por detrás que tengamos resulta de importancia primordial no permitir que el ánimo decaiga y nos tumbemos derrotados, descansar será empezar a morir, y de morir nada, eso es lo últimos, como se suele decir, ¡que se mueran los otros! Es decir, aunque con las lógicas limitaciones, no se ha de dejar de pensar, de respirar, de moverse… Exactamente es lo que hago, ejercitar la mente, respirar lenta y profundamente, y aunque con las bisagras rechinando, con forma de cachaba y paso de anciana tortuguita, me muevo, ahí voy pian pianito repartiendo abrazos y besos.
                                Félix