Valladolid 17 de Diciembre de
2004
Queridos
hijos: El cielo de Valladolid tan consentidor de los caprichos del termómetro
sabe mucho de fríos intensos, de hielos y escarchas, de espesas y persistentes
nieblas, de cierzos heladores, pero no sabe nada, o casi nada, en lo referente
a la emoción de la nieve.
Hoy ha
nevizneado pegando a los niños pucelanos a los cristales de las ventanas con
los ojos emocionados y el corazón, desbordado de alegría esperando el mágico
espectáculo, pero apenas ocurrió nada, no se obró por completo el prodigio. Por
un corto rato el cielo se salpicó de sortilegios blancos que se iban posando
mansamente sobre los árboles, pero sin llegar a prestarles la apariencia de
almendros en blanca floración. Escasos diez minutos que por lo intenso y tupido
de la nevada se llegó a experimentar esa sensación de gozo que produce ver
cosido el cielo a la tierra, pespunteado por infinidad de puntos de algodón en
rama. Remolinos de grandes copos semejantes a mariposas de esponjosas alas
revoloteaban caprichosamente a la deriva que, como volando perezosamente,
terminaban aterrizando sin mucha prisa por pisar el suelo. Se oye que por
doquier hay carreteras con necesidad de usar cadenas, de puertos cerrados, de
carreteras con dificultades, etc., pero os trastornos circulatorios quedan
compensados por el hecho de que para el campo la nieve es oro blanco.
Lástima que
mis nietos y los nietos de todos los abuelos se hayan quedado acodados en la
ventana sin poder gozar por completo de la ilusión de ver caer del cielo el
maravilloso juguete de la nieve.
Recuerdo las
grandes nevadas de mi infancia y adolescencia de mi terruño que se alargaban
varios días con sus noches cayendo espesos y persistentes copos de nieve semejantes
a plumón de ganso.
Recuerdo también el olor fresco y alegre de la
nieve recién caída. Para la chiquillería ver caer la nieve era sentir que algo
portentoso estaba pasando. Constituía un espectáculo de lujo, la fiesta del
cielo contemplar como copos semejantes a albas mariposas se posaban con idílica
placidez, cubriéndolo todo de blanco silencio.
El más
divertido de los juegos consistía en tomar un puñado del suave y frío elemento
entre las manos, estrujarlo y hacer una bola levemente endurecida y arrojarla
con divertido y cariñoso cuidado contra personas amigas. El prolongado juguete
dejaba las manos ardiendo y la garganta no pocas veces sin voz. Faringitis,
desagradable ronquera con la que perdíamos la voz por completo, inflamaciones
en las cuerdas vocales que exigían reposo vocal, es decir, en un par de días no
decir ni pío para no irritar más la laringe. Las afonías las aliviaban las
madres de manera sencilla y eficaz con inhalaciones de vahos de hojas secas de
eucalipto. La humedad del vapor de agua ejercía un efecto muy eficaz. El
procedimiento era sencillo, se hervía el agua con las hojas y se cubrías la
cabeza y el recipiente con una toalla y, con los ojos cerrados, a sudar
inhalando el vapor por la nariz y expirándolo por la boca y luego al revés. Las
afecciones de garganta eran la única complicación que acarreaba el agua helada
que cae del cielo, lo demás era pura diversión, salvo cuando lucía el sol que
se experimentaba cierta sensación de tristeza
al ver desaparecer poco a poco la alegre nieve con su extrema blancura, por supuesto, si no
estaba pisoteada.
Besos y abrazos