Historias de toda una vida

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viernes, 17 de octubre de 2014

REY TENORIO



REY TENORIO
Valladolid Octubre de 2001

Queridos hijos: Hemos tomado un vino en el bar del hotel Felipe IV y como en las cantinas se habla de lo habido y por haber, se comentó que la figura del Rey Felipe IV despierta simpatía y, francamente, no veo razón alguna para ello, pues si es cierto que en su tiempo fue el monarca más poderoso de la tierra, pero de voluntad más que débil, inexistente, lo abandonó todo en manos de su valido, el Conde Duque de Olivares para ser enteramente libre y parrandear, dedicándose exclusivamente a callejear en busca de aventuras falderas.
Tan frívolo fue el Rey y tan impetuosos en sus amores que cambiaba de amante cada día. El objeto de su vida no era otro que perseguir felinas, devaneos con mujeres y más mujeres de todo tipo, altas, bajas, de todas las categorías morales, sociales y estéticas, teniendo faldas, todo valía. Dicen que se arrepentía cada día de sus locuras, pero se le desmoronaba la voluntad y cada día  de nuevo volvía a las andadas. Pero había algo peor, como buen tenorio no solo era infiel día tras día, sino que gustaba de rodear sus aventuras del mayor escándalo posible. Tuvo más de treinta hijos bastardos.
Contrariamente su cónyuge, Isabel de Borbón, hija del gran Rey francés Enrique IV, fue sin duda una de las damas más interesante de su época, modelo de esposa, leal e intrépida, a más de mujer adorable por su belleza singular, toda ella bañada del atractivo espíritu de su Francia natal y garbo español del que pronto se apropio, pues fue una francesa muy española.
Alegre y fiestera, pero de elevada moralidad, heredó de su padre el talento y la simpatía, que como Rey fue estupendo, pero en el terreno mujeril, igual que el casquivano de su esposo, de conducta libertina. La virtud de la Reina, cuentan las crónicas, era como una perla en el fango de aquel Madrid en el que reinaba el relajo más absoluto siguiendo el mal ejemplo de su disoluto esposo que no se cuido de otra cosa que de correr en pos de señoras de todo tipo, cómicas, damas, golfas e incluso monjas.
A propósito de monjas se cuenta esta anécdota: le llegó el chisme de que en cierto convento había una religiosa muy joven y muy guapa. El monarca tenorio, lleno de curiosidad quiso conocerla y disfrazado acudió a visitarla y, en efecto, era jovencísima y preciosa, se prendo locamente de ella y desde aquel momento no vivió más que para lograrla. Con dádivas, promesas, amenazas y todo tipo de artimañas logro su propósito. Adosado al convento existía una casa y en la bóveda de la misma se practicó un boquete por el que se coló el Rey para llegar al lugar de la cita. Hasta aquí todo salió bien, pero la superiora que era una religiosa de conciencia recta no podía consentir una faena semejante para una de sus monjitas, preparo una puesta en escena tan espectacular como efectiva: al presentarse el Rey en el lugar del sacrificio de la pobre monjita se la encontró fingiéndose muerta, amortajada, con un crucifijo entre las manos y rodeada de cirios. Ante tal luctuoso espectáculo el Rey huyó empavorecido y burlado.
Este monarca con parálisis de la voluntad que sólo ejercía su facultad de determinación para perseguir mujeres es el que despierta simpatías.
Besos y abrazos