REY TENORIO
Valladolid Octubre de 2001
Queridos hijos:
Hemos tomado un vino en el bar del hotel Felipe IV y como en las cantinas se
habla de lo habido y por haber, se comentó que la figura del Rey Felipe IV
despierta simpatía y, francamente, no veo razón alguna para ello, pues si es
cierto que en su tiempo fue el monarca más poderoso de la tierra, pero de
voluntad más que débil, inexistente, lo abandonó todo en manos de su valido, el
Conde Duque de Olivares para ser enteramente libre y parrandear, dedicándose
exclusivamente a callejear en busca de aventuras falderas.
Tan frívolo fue
el Rey y tan impetuosos en sus amores que cambiaba de amante cada día. El
objeto de su vida no era otro que perseguir felinas, devaneos con mujeres y más
mujeres de todo tipo, altas, bajas, de todas las categorías morales, sociales y
estéticas, teniendo faldas, todo valía. Dicen que se arrepentía cada día de sus
locuras, pero se le desmoronaba la voluntad y cada día de nuevo volvía a las andadas. Pero había
algo peor, como buen tenorio no solo era infiel día tras día, sino que gustaba
de rodear sus aventuras del mayor escándalo posible. Tuvo más de treinta hijos
bastardos.
Contrariamente su
cónyuge, Isabel de Borbón, hija del gran Rey francés Enrique IV, fue sin duda
una de las damas más interesante de su época, modelo de esposa, leal e
intrépida, a más de mujer adorable por su belleza singular, toda ella bañada
del atractivo espíritu de su Francia natal y garbo español del que pronto se
apropio, pues fue una francesa muy española.
Alegre y
fiestera, pero de elevada moralidad, heredó de su padre el talento y la
simpatía, que como Rey fue estupendo, pero en el terreno mujeril, igual que el
casquivano de su esposo, de conducta libertina. La virtud de la Reina, cuentan
las crónicas, era como una perla en el fango de aquel Madrid en el que reinaba
el relajo más absoluto siguiendo el mal ejemplo de su disoluto esposo que no se
cuido de otra cosa que de correr en pos de señoras de todo tipo, cómicas,
damas, golfas e incluso monjas.
A propósito de
monjas se cuenta esta anécdota: le llegó el chisme de que en cierto convento
había una religiosa muy joven y muy guapa. El monarca tenorio, lleno de
curiosidad quiso conocerla y disfrazado acudió a visitarla y, en efecto, era
jovencísima y preciosa, se prendo locamente de ella y desde aquel momento no
vivió más que para lograrla. Con dádivas, promesas, amenazas y todo tipo de
artimañas logro su propósito. Adosado al convento existía una casa y en la
bóveda de la misma se practicó un boquete por el que se coló el Rey para llegar
al lugar de la cita. Hasta aquí todo salió bien, pero la superiora que era una
religiosa de conciencia recta no podía consentir una faena semejante para una
de sus monjitas, preparo una puesta en escena tan espectacular como efectiva:
al presentarse el Rey en el lugar del sacrificio de la pobre monjita se la
encontró fingiéndose muerta, amortajada, con un crucifijo entre las manos y
rodeada de cirios. Ante tal luctuoso espectáculo el Rey huyó empavorecido y
burlado.
Este monarca con
parálisis de la voluntad que sólo ejercía su facultad de determinación para
perseguir mujeres es el que despierta simpatías.
Besos y abrazos
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