Historias de toda una vida

Cartas que agrada recibir

viernes, 25 de marzo de 2011

LA SAL DE LA VIDA ES LA AMISTAD

Continuando con el relato de "México lindo y querido" nuestro Félix nos deleita con estos otros recuerdos del principio de su vida en su pais de adopción.
A disfrutar.

Saludos.

Marisa Pérez

LA SAL DE LA VIDA ES LA AMISTAD     jueves 03/03/2011 9:56

Queridos hijos y nietos:

La sal de la vida es la amistad y puedo decir que simpaticé con éxito con el maestro mecánico, persona excepcional que desde el principio me dispensó un trato abiertamente cordial y con su asesoramiento pronto pude hacerme con la marcha de la oficina, es decir, para encajar en el ambiente.

Excelente ser humano que pese a una salud frágil a consecuencia de un problema cardiaco poseía un carácter alegre y combativo, su más notable característica era la valentía para enfrentarse a la vida. Era una persona que ocurriese lo que ocurriese siempre se mostraba contenta, sin dejarse abatir por las serias dificultades que le ocasionaba  su delicado corazón que no le ofrecía un futuro seguro, pero el presente era suyo y lo vivía.

No se le conocía por su nombre de pila, para todos era “Maifren”, mi amigo, y, efectivamente, era amigo de todos, creando a su entorno un ambiente alegre y divertido, contribuyendo en gran medida a mantener buena  armonía entre chóferes y mecánicos.

Fue un estupendo amigo, pero por poco tiempo, murió joven, treinta y pocos años, le falló el corazón. Muerte verdaderamente  sentida; a mí me dejó profundamente conmovido, fue el primer sepelio de un amigo al que asistí en México.   

Se trató de una ceremonia funeraria plenamente católica plagada de tristeza, pero no siempre ocurre así, hay allá un dicho famoso “El muerto al cajón y el vivo al fiestón”, o sea que después del entierro en ocasiones se organiza una fiesta, no se trata, por supuesto,  de falta de respeto al difunto, en absoluto, es un homenaje al fallecido. Ocurre también entre los mexicanos, se diría que como si familiarizados con  la muerte no la temen, ni se ocultan de ella, la miran cara a cara y se ríen de ella con canciones, refranes, chistes y fiestas. En razón de ello el Día de los Muertos lo celebran alegre y divertidamente, mezclando sentimientos encontrados, dolor por la pérdida del ser querido y el espíritu de fiesta y diversión, y para honrar a los difuntos acuden al cementerio  familiares y amigos con comida, bebida, flores, incluso con música.

Se dice que quien hace un amigo encuentra un tesoro, y quien encuentra un tesoro no le faltaran amigos, y así, otra temprana y entrañable fue la establecida con Antonio, ese era su nombre, Salazar el apellido, personaje singular por su aspecto físico, línea de raza azteca pura con la tez morena aceituna, alto y robusto, sobrepasaba el metro noventa y los cien kilos de peso y diré que por corpulencia, enérgico carácter, espíritu de líder y la influencia con el dueño del negocio por ser el más veterano de los conductores, como algo lógico y natural se autoerigió en el jefe de los chóferes.
Nuestra amistad se inició con ocasión de asistir a la carrera automovilística Panamericana, por entonces una de las más famosas del mundo, si no la más, participando los más renombrados pilotos, guardo aún en la memoria el nombre de algunos de ellos: Fangio, Ascari, Tarufi…y  las marcas de los coches: Mercedes, Ferrari, Jaguar, Porche, Lincols, Cadillac…y el más largo recorrido, de frontera a frontera, con salida en Tustla Gutierrez  y meta en Ciudad Juárez.

El tumultuoso espectáculo era considerado poco menos que fiesta nacional, y no era para menos, el ambiente resultaba tan indescriptible que acudían a presenciarlo varios millones de espectadores a lo largo de los 3.300 km.
Por los frecuentes y graves accidentes dejó de organizarse, pero en las ocasiones que tuvo lugar resultaba un espectáculo obligado a asistir, y, en efecto, capitoneados por Antonio, en compañía de un nutrido grupo de mecánicos y conductores nos desplazamos desde la tarde anterior hasta un lugar al pie de la carretera dispuestos  a pasarlo bien durmiendo al aire libre, para ello bien pertrechados de metates, cobijas, surtidos de comida y bebida,  en torno a una gran hoguera jugamos, corrimos, cantamos, comimos, bebimos y mal dormimos, pues vimos nacer el nuevo día.
Para la comida campera, yo, a quien ya se me despertaba la afición cocineril, preparé una suculenta paella y unas tortillas españolas, añadiendo un toque muy de su agrado, picante a rabiar, resultando un éxito sonado, tal que en cierta medida fue motivo para sellar con Antonio estrecha y sincera amistad, más diré, para declararse mi decidido protector, dando con ello radical fin a los papelitos por debajo de la puerta y a los radicalmente falsos rumores de espía.

Bueno, a lo que habíamos ido: quienes conocían la carretera palmo a palmo eligieron una atalaya privilegiada para contemplar a placer un tramo de la etapa de lo más espectacular: saliendo de una curva como alma que lleva el diablo,  se enfilaba un largo ascenso en el que resultaba más que emocionante, estremecedor, ver llegar a los bólidos como exhalaciones a 200 km. por hora para tomar otra curva tan vertiginosamente que allí se dejaban buena parte de los neumáticos. Verdaderamente inolvidable, como inolvidable resultó otro hecho que tuvo lugar ese día a la hora del regreso: quedamos atrapados en la más inverosímil y gigantesca encerrona de circulación.
Decía Einstein -que no hablaba únicamente por abrir la boca- que dos cosas hay infinitas, el universo y la imbecilidad humana, y no seré yo quien le contradiga si ocurre a veces verse obligado a pensar que la masa, que somos todos, es ignorante, clínicamente estúpida, incapaz de elegir lo  que conviene, así que incomprensiblemente, la marabunta de miles y miles de vehículos, automóviles, autocares, camiones…que circulaban en sentido de regreso invadieron la totalidad de la carretera en ambos sentidos, taponando a cal y canto el paso de quienes iban y aquello  fue lo nunca visto, lógicamente, restablecer la fluidez del tráfico requirió horas sin fin.

Continuará…
      Abrazos y besos.  Félix