Historias de toda una vida

Cartas que agrada recibir

lunes, 23 de abril de 2012

EXCURSIÓN A LA MONTAÑA PALENTINA

Hoy –fiesta de nuestra comunidad- nos toca recordar esta excursión a la montaña palentina que tuvo lugar en el siglo pasado, allá por 1991. Una da tantas que realizaste al lado de tus queridos nietos, forjando lazos de un amor interminable, de recuerdos imborrables que gracias a tus cartas, aun son mucho más fuertes.
Esta es la primera por orden de fecha que obra en mi poder y mi archivo de tus cartas.

Feliz día escritor y lectores.

Marisa Pérez

EXCURSIÓN A LA MONTAÑA PALENTINA -14-JULIO-1991-

Julio, 14 del 91
Otro Domingo más de Aventuras y peripecias sendereando por la montaña palentina.

Caminatas multitudinarias por rutas bien planeadas con participación no menor de treinta autocares y un millar largo de alegres paseantes amigos de la montaña.
Resultaba un espectáculo emocionante y multicolor  recorrer con los ojos la dilatada columna de personas marchando en fila india monte arriba.

En esta ocasión la excursión deportiva  tiene como destino “Piedra Labra”.
La concentración y la partida se realizará en el puerto de Piedrasluengas.

Como había que madrugar, para ganar tiempo, los nietos durmieron en casa y, efectivamente, antes de que el día abriera el ojo ya estábamos en el autocar emprendiendo viaje, y cuando el sol, como ampolla de oro, asomaba su carota alegre y relumbrante por el Este, cruzábamos Palencia, la capital del Carrión. Pronto, a la distancia, muy lejanamente, a través de la dilatada llanura, del gran espacio abierto, con la atmósfera cristalina y el aire fino y limpio, los ojos vuelan lejos, alcanzando a ver nítidamente la poderosa muralla caliza que cierra el horizonte.

      Circulando por la carretera de Saldaña a Cervera de Pisuerga y cruzar la vega de la Valdavia, rozamos Cornoncillo (hoy Santa Ana), pueblecillo pobrete y minúsculo que en época invernal permanece cerrado, y el cierre hubiere sido definitivo si los cornitenses no llevan a cabo, apanas hace unos años, la feliz ocurrencia de levantar un pequeño dique sobre el río Cornón a su paso por el centro del pueblo, hecho que les permite gozar de múltiples ventajas.
Como el agua por donde pasa moja,  tienen bien regados los pequeños huertos donde cosechan hortalizas para los días de riguroso calor, arboladas las calles, frondosa alameda,  y lo mejor: disponen de una estupenda piscina de agua fresca y clara, que es la que actúa de poderoso imán para atraer a los nativos residentes en la ciudad hacia el rincón natal como delicioso lugar para disfrutar de plácidas y placenteras vacaciones veraniegas. Razón bastante y suficiente para que el pueblo se mantenga limpio,  bien cuidado y las casas en perfecto estado de habitabilidad. Todo debido al río Cornón, apenas un regatillo de agua cristalina a la que los cornitos nos cabe sólo la gloria de darle el nombre, porque, efectivamente, nace dentro de los límites del territorio  cornito, pero en el último confín, por lo que no gozamos de ningún otro beneficio.

      Pero dejemos Cornoncillo para acercarnos a tiro de piedra de mi pueblo; allá, tras lomita, acurrucado en una hoya, se ubica Cornón. Si;  ce, o, erre, ene, o, ene, Cornón, ¡qué nombre tan rotundo y tan sonoro! Recuerdo que de mozalbete, pusilánime, se me caía la cara de vergüenza pronunciar el nombre de mi terruño natal delante de la gente, lo camuflaba pronunciándolo mal para que pareciera otro cosa. Ahora no me pasa en absoluto. Todo lo contrario, rechazo frontalmente la idea sugerida de cambiar el nombre al pueblo, me integro en el grupo de los que dan a entender  que, en último término, sea Alcornocal de la Peña, por lo que de alcornoque pueden tener los que optan por el cambio, por cierto, absoluta  minoría.

      Claro que apasionadamente cornito, lo máximo que se puede ser, decía en broma mi tío el Rojo, con la alegría de la proximidad al terruño natal, me parecía percibir su olor, sintiendo cómo se me esponjaba el alma, y a tope los canales emotivos, que suficientemente impresionado como para pasar el resto del viaje rememorando paisajes y personajes, idealizándolo todo un poco. Quizá demasiado.

      Aunque tengo que empezar diciendo que hoy por hoy Cornón en ningún sentado es lo que era. Por un lado, con los problemas de éxodo y emigración se ha quedado sin gente dentro, sin nada que ver, pero nada. La población se ha visto reducida a la mínima expresión: docena y media de abueletes y poco más. Y en patente contrasentido, como se han alcanzado más altas cotas de bienestar, el cambio logrado es increíble, goza de buena carretera, las calles alumbradas y asfaltadas, agua corriente, teléfono público, tele-club... Cuando yo florecí en el mundo, allá por los alegres años veinte, Cornón era un aldea anodina y trasconejada, pero llena de cornitos hasta el borde,  apretujados como sardinas en lata, pero sin más cordón umbilical para comunicarse con el resto del mundo que un dificultoso caminito que trepando cerros habían trazado las pezuñas de los animales y las  ruedas de los carro; sin más agua que la que proporcionaba una fuentecilla  situada a medio kilómetro del pueblo, alumbrado con pusilánimes candiles atizados con sebo de oveja que más que  alumbrar creaban sombras y fantasmas. En años de vacas flacas -que no faltaban- el mejor amigo del hombre, el pan, en algunas casas, podía, incluso, llegar a brillar por su ausencia.

      Pensándolo mucho y bien, aunque parezca que en el corazón de estas mínimas y poco favorecidas aldeas no late el más leve amago de cosa buena, qué va, qué va, nada de eso, la gente es fundamentalmente buena, lo que ocurre es que la pobreza, -aunque no extrema- la escasez de diversión, el vivir con reiteración casi fatigosa: convivir en reducido espacio con las mismas personas, dirigiéndose las mismas palabras en el mismo lugar y a la misma hora, a la larga llegan a no soportarse. Las envidiejas son su dedito malo, porque si nacen pared con pared, casi en la misma cuna y viven mezclados como guinda en canasta hasta que les cantan el gorigori y les entierran codo con codo para, según su costumbre, seguir dándose la espalda. .
Mi madre, nacida en un pueblo en nada parecido al mío, que no encajaba en aldea tan dura de roer, ni tampoco armonizaba con los cornitos porque decía que en vez de andarse buscando el talón de Aquiles y disputándose el garrote para atizarse con él, lo que se imponía era un esfuerzo unido y un corazón común, y ante imposibilidad tal, mi madre soñaba despierta y dormida  en integrarse en un bando de aves migratorias y emprender graciosa huida  del pueblo hostil, porque tenía muy claro que ella no había nacido para carne de arado, ni había venido al mundo para sufrir  corniteces. Razón por la que nuestra salida del pueblo fue temprana, cuando yo apenas contaba cuatro o cinco años. Pero esto no evita que sea un terruñero de hueso colorado, ni tampoco que admita que mi pueblo, a ras del suelo sea muy poquita cosa. Su atractivo está en el cielo. Está feo que yo lo diga, pero alegremente digo que Cornón no es Madrid, pero que ya quisiera Madrid ser Cornón. Bueno, me explico: Madrid con su cielo desestrillizado, cuatro estrellucas  lánguidas y timoratas, situadas lo más lejos posible unas de otras, como enemistadas, ya quisiera para sí la deslumbrante espectacularidad  del nuestro firmamento con la aglomeración abigarrada de estrellas florecidas y pestañeantes. Que me caiga de espaldas si exagero al afirmar que por cada estrella del cielo madrileño  le corresponden al de Cornón mil, o más. Más digo, es decir,  lo voy a decir todo, pero eso será mas tarde, ahora contaré algunas anécdotas sencillas que retratan de cuerpo entero a sus protagonistas.

      Echo los ojos atrás y me parece estar viendo a la  señá  Exuperancia, “la Murciégala”, y a la tía Torcuata, “la Cagalita”, ambas de muy escasa palabra, que después de toda una tarde juntas en el zaguan de la casa cardando lana, a la señá Super se le desató la lengua y dijo:
      -¿Quééé?
A lo que la tía Cagalita, más locuaz, contestó:
      P'os naaa. Y eso fue todo.

      A don  Sisibuto no lo conocí, era el maestro cuando mi padre iba a la escuela, contratado por la aldea en igualdad de condiciones que el pastor, una casucha donde vivir, equis reales, -pocos- anuales, unos costales de trigo con el que amasarse el pan, en tales condiciones poco podía esperarse de él, y así era efectivamente, fue  famoso porque apenas sabia leer y escribir, pero eso no importaba, su fuerte eran los temas religiosos: "el  probe señor don Yesucristo que por la culpa de nosotros en la faz le escopieron, y a la cruz le subieron y le pincharon en el costillas, junto a la tetilla, y cuando se morria, vertió mucha sangre, y escapao se morió ya. Pero alegrarsos por la resucitación del señor san Cristo, que jue endespués de ir al infierno, y  con mucho bullicio y ruido de cornetas"....También recuerdo con pelos y señales el bulle bulle entre el tío Joaquín y su costilla la señá  Grigoria,  respecto al tío Grabiel y la su burra preñá, decía ella:
      -Probe burrica, p'a parir y el mu desahogao subido arriba d`ella, no tene concencia.
      El tío Joaquin: -Será burro, bien viejo qu'está y cojitranco y la su burra de señoritinga  y él andando a pata.
      Aborrecido de los dimes y diretes, bien enojadote bufó:
      “Estomagao estoy  y encalentada la mi cabeza de oír consejas de cagarraches que ni saben bien en onde tienen el su culo. ¿sabis el qué?, que me dejis descurrir por mi mesmo, que sabré sobrao lo          que quero, p'os iré abajao o subido arriba de la mi asna  cuando me s'eminflen los mesmísimos”.

      Por último, para patentizar lo aficionada que es la gente a poner apodos, contaré lo que le ocurrió a Abundio, “el Cigüeñito”, que conociendo el percal como lo conocía, el muy pirulo, -ingenuo como Adán antes de morder la manzana- comento: "lo qu'es la mi Domitila, por mucho que sea el friazo que haiga, los sus piese siempre calientitos como la hornacha". Para qué lo diría, en el acto quedaron rebautizados con el remoquete de los "Patasfrias".

      Estando tan encima del terrón de tierra donde aterricé en el mundo, insoslayablemente  he de regresar a mi tema favorito: reconocer que no resulta fácil ser humilde cuando se ha nacido en un pueblo con un cielo que es más cielo que el cielo de cualquier otro pueblo. Bueno, vamos a ver, razonemos seriamente: probablemente no es que allí haya más estrellas que en otro cielo cualquiera, lo que ocurre es que por su atmósfera nítida y transparente como un cristal perfecto, se ven más.
      Quizá, -es lo más probable- por haber nacido bajo aquel mar de astros  florecidas y pestañeantes me pirra el firmamento y cuanto en él existe, pero me ocurre lo que en el pintoresco lenguaje de mi pueblo se dice, me falta “taliento en el celebro” para entender tan compleja cosa.
Pese a ello, me interesan las estrellas. Tantas estrellas. Dicen los que saben de lo que hablan, que en el Universo visible, una parte insignificante del Universo, puede haber billones de galaxias con billones de estrellas, ¡Qué enormidad! Para mí esa cantidad disparatada de cuerpos celestes es prueba irrefutable de la existencia de un ser superior. Se me ocurre ponerme a imaginar a Dios loco de alegría lanzado a hacer estrellas, estrellas y más estrellas, sin cuento, sin medida, ya puesto, a lo colosal, a lo inmensurable, a lo inacabable, a lo divino. Pienso que hizo bien, porque las estrellas son apasionantes. De nuevo según los cerebrudos, somos polvo de estrellas. Estamos hechos de carbono, oxígeno, hierro, cinc y otras mil sutiles materias que se cocieron en el interior de una estrella que explosionó, esparciendo sus interioridades por el espacio que evolucionó y de ello procedemos. Es emocionante saber que somos estrella en polvo, que somos un trozo de estrella.
      Resumiendo, y perdón por lo reiterativo, soy cornito y estoy orgulloso de serlo, ¿pero quién no? Si en una noche tibia y callada te acercas a la era  y tumbado boca arriba, en aquel firmamento tachonado de astros  titilantes y cintilantes  sientes la inefable sensación de que allí Dios palpita, se palpa al Creador. Más digo, lo digo todo: que allí sólo falta dar un paso adelante, abrir la puerta, entrar y abrazar al Altísimo.
      Llegamos al lugar de la cita e iniciación de la marcha con el tiempo justo para acercarnos al estratégico mirador de Piedrasluengas y después de contemplar el extraordinario panorama, repetir la mirada, pero ahora a la manera típica del lugar: vueltos de espaldas al paisaje e inclinados para contemplar el profundísimo valle por entre las piernas entreabiertas, que resulta aún más impresionante.
      Nos integramos  en la alegre,  colorista e interminable cadena humana que emprendía la marcha monte arriba. Ascendemos parsimoniosamente para no sofocar el corazón por praderas donde pastan lucidas vacas entre matorrales fáciles de penetrar y ramaje poco apretado de brezos. Vamos remontando el repechón acariciados por un fresco y perfumado airecillo y breves detenciones para inhalar largas bocanadas de aire ozonizado.
Cada repecho ganado produce la grata sensación de logro. Al coronar el encrespado risco donde esperábamos contemplar un extraordinario panorama, nos vemos envueltos en una niebla blanca y espesa como el algodón que nos desorienta total al no permitir ver más allá de la punta de la nariz.
Bien, hubo suerte y poco a poco, después de unos guiños del sol, la tupida bruma rueda cuesta abajo desleída por un sol, ahora sí, alegre y brillador. ¡Qué maravilla! Nos rodea un espectáculo sobrecogedor.
Tenemos sobre nuestras cabezas, bajo un cielo fantástico, como recién hecho, de un azul ideal, la inmensa mole de Piedra Labra ofreciendo una perspectiva alucinante: un auténtico mar de verdor, con hermosos y profundos valles, pintorescos desfiladeros entre montes y más montes cubiertos de robles y hayas, y más lejos, cerrando el horizonte, las infinitas cresta y agujas de los rocosos Picos de Europa.
      Con ser todo tan espectacular, lo que resulta  más sorprendente y admirable es ver al personal que, aunque embelesado en la contemplación del bellísimo paisaje, se capta de manera patente el florecer de la amistad y la cordial convivencia. Todo el mundo habla con todo el mundo afable y simpáticamente, manifestándose mutuamente su admiración y su emoción.
      Alegre y gratificante ha resultado la excursión deportiva, regresando con el ánimo feliz y alborotado, acariciado por el cálido bienestar que proporciona ver reflejada en la cara de los nietos la alegría de haber sentido la vida como una fiesta, impregnada la imaginación de novedades y situaciones nuevas, pues saltando de emoción en emoción se han fundido con la Naturaleza, percibiendo y gozando de cuanto les ha rodeado: ver nacer el día; oír el canto de los pájaros; aspirado el olor de las flores silvestres; disfrutado persiguiendo con los ojos los quiebros caprichosos de llamativas mariposas, aprendido el nombre de algunos árboles y escalado una elevada montaña, y en la cima, nimbados por el impetuoso azul del cielo, vieron, muy por debajo del nivel al que se hallaban, nubes de formas veleidosas correr presurosas empujadas por el viento.