Querido yayo Félix. No quiero que acabe este día sin publicar esta
hermosa carta con la que estoy una vez más absolutamente de acuerdo contigo.
Es tan fresca y tan actual, que parece
que ayer mismo la escribiste; aunque poco podías imaginar dónde han llegado esos aparatejos. Hace más de 11 años, con los casi recién
nacidos móviles aparecieron los mensajes escritos –mal escritos eso si- que
cambiaron las Q por las K y abreviaron toda clase de escritos haciendo
desaparecer vocales, arrejuntando consonantes de forma que casi hubo que inventar
una “universidad de los móviles” –celulares para tu hijo y sus paisanos- para
entender el casi ilegible lenguaje de mensajes; tan extendida práctica, que por
móvil ya casi no se habla, sólo se mensajea o se “Guasapea”, que aunque suena a
guasa, sólo es costumbre.
Además quiero pedirte especialmente un
favor. Dile a mi padre que él sabe por qué hoy no mencioné esta fecha especial
en mi Blog. Ayer mi madre me censuraba no haberle querido mientras vivía y hoy –segundo
aniversario de su partida- no podía referirme a ello sin antes felicitar de
corazón a las madres en su comercial día (recordando que el verdadero día de la
madre siempre se celebró el 8 de diciembre). Para que mi madre no pueda
reprochar que escribo a mi padre y a ella no.
Sé que mi padre sintió mi amor de hija
desde que nací cada uno de los días de su vida y eso me hace feliz. Por la
diferencia de opiniones que tenemos mi madre y yo, algunas veces tengo que
escuchar estas cosas que hacen daño. No fui a la misa que mi madre encargó para
él. En memoria de mi padre le ofrezco esa frase, como sacrificio mucho más
valioso que una misa.
Hoy (5 de mayo enlazado a 8 de diciembre; días de las madres) más que nunca brilló la estrella en la que
los dos estáis y cerrando fuerte los ojos por un momento os vi sonreírme.
Os mando a los dos un gran abrazo y os deseo dulces sueños.
MENOS MÓVIL Y
MÁS BOLI
Valladolid Octubre de 2001
Queridos hijos: He leído y leído
docenas de veces (quién no lo ha leído y oído) que un hombre no puede acabar
sus días sin hacer tres cosas en su vida: tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro. Pues bien, yo
de retoños estoy bien servido; árboles tengo plantados en el Campo Grande no se sabe cuantos, pero no son pocos. En
cuanto a escribir un libro, por mucho que me afane no va ser posible; labor tan
noble y tan notable no está al alcance de molleras cerradas, hay que contar con
un cerebro morrocotudo y bien organizado, que no es mi caso. Mi estrecho
cerebro no da para tanto. Escribo, como bien os consta, cartas y más cartas,
porque creo que es recomendable escribirlas. Es más, si se me permitiese dar un
consejo, le recomendaría a todo el mundo que en vez de tanto móvil más boli,
que escriban cartas ,diarios, notas, lo que sea, pero que escriban.
Escribir, lo diré así, como que se
entiende mejor el papel que desempeña uno en el mundo al colocar el alma por
escrito, pues el hecho de escribir nos ayuda a organizar los pensamientos y ver
con más claridad lo que nos rodea. Se dice, y yo lo creo, que un papel y una
pluma hacen como la risa pequeños milagros: curan dolores, desarrollan la
estimación, llevan y traen recuerdos y aún hay más, producen íntimo regocijo.
Para mi estrecho cerebro, supone gran
esfuerzo de memoria e imaginación, escribir cotidianamente una carta y no hago
otra cosa que cavilar y cavilar sobre lo que voy a decir. Unos días con el
cerebro ofuscado cuesta pensar, el pozo está vacío, sin ocurrencias
interesantes; otros afluye alguna ideíta alegre y así voy saliendo adelante, no
sé si con atractivo suficiente para captar vuestro espíritu y corazón, excitándoos
a leerlas.
Pero siguiendo con lo que íbamos,
escuchad lo que dicen los que saben de
qué va el tema: hablar, bien, vale, porque las palabras tienen valor, pero
escritas lo tienen aún más.
Besos
y abrazos