Historias de toda una vida

Cartas que agrada recibir

jueves, 21 de abril de 2011

VIERNES SANTO… LA PASIÓN DE ROCÍO

Esta carta me pareció preciosa cuando la leí por primera vez y me lo sigue pareciendo una década y una semana después.

Un abrazo fuerte:

Marisa Pérez

VIERNES SANTO…  LA PASIÓN DE ROCÍO
Melilla 13 abril 2001

             Querida hija: En fecha exactamente a esta, 13 de Abril, coincidiendo que también era Viernes Santo, hace 22 años, murió mi madre, un cielo de madre. Con esto está  dicho todo.

Es  esta la primera ocasión en treinta años que estoy ausente de Pucela en fecha tan significativa como es esta de Semana Santa, y año a año, sin faltar uno, he asistido a la magna fiesta religiosa, rodeado siempre de un nutrido grupo de críos, primero vosotros, después, como he sido un abuelo muy nietero, con vuestros hijos, a quienes agradezco hayan llenado mi vida de tantos días de alegría y emoción.
Tampoco han faltados pequeños sustos. Pongo un ejemplo. Conservo vivo en la memoria el recuerdo de  una anécdota tan insólita como divertida que también tuvo lugar en Viernes Santo. La protagonizó Rocío hace un titipuchal de años, tantos que tengo que remontarme a su primera infancia.
Acudíamos a presenciar la procesión con antelación suficiente para ocupar los primeros lugares y nuestro espacio preferido era el paseo de Recoletos por sus amplias aceras donde podíais jugar a vuestras anchas corriendo y saltando.
Sofocadas por las carreras ocupasteis como asiento el umbral de una puerta. Después de  un rato la puerta se abrió y salió un señor que cerró de nuevo, y ve tú a saber cómo, ocurrió algo imprevisible, un ejemplo notable de que andando con niños, a veces, ocurren cosas bastante inverosímiles.
Rocío, una niña llena de gracia y simpatía, aquel día actuó con la ingenuidad de un pato de goma, dejándose, inocentemente, atrapar por el pelo con la puerta y lo más extraño que no dijo ni muuu hasta que el hombre  se  perdió entre la multitud, creando una tan desconcertante situación que dejó a sus  hermanos cacareando de risa, y yo mismo aún me estaría riendo de no haberme  percatado de que se trataba de un problema serio.
-       Que a nadie se le ocurra reír, que no es cosa de risa.
Y efectivamente, no era un momento coma para tirar cohetes. Prisionera por el pelo en una puerta de aúpa, un portón enorme imposible de mover ni un milímetro por más empeño que se pusiera en ello, y para complicar más las cosas, por un resquicio veíamos que daba a un enorme patio vacío, con lo que nos asaltó el convencimiento de la inutilidad de llamar a golpes -la susodicha puerta carecía de timbre y de cualquier otro tipo de llamador- y resultaba imposible que nadie nos oyese.
La cría, sumamente incómoda, temblando como un flan, lloraba con un desconsuelo sin límites, y nosotros -más bien yo- sin saber que tecla tocar y puesto en lo peor, me decía:
-       Ay, Dios, qué lío, si esto es el no va más, ¿y ahora qué hago?
- Tranquila, Rocío, que no pasa nada -le decía tratando de calmarla-. pero sí que había pasado, porque yo no hallaba otra opción que cortar el pelo; una melena larga y brillante, muy repeinada, orgullo de su madre, y de ella misma, muy presumida.
- Papá, ¿me vas a cortar el pelo?
- No necesariamente, pero es probable, parece irremediable.
Y la cría asustada como una perdiz tiroteada, todo nervios, el cuerpo agitado por los sollozos entrecortados, y no digo nada de mí que perplejo, sin saber qué determinación tomar, pero obligado a hacer algo, lo que fuese y rápido, pero a todo esto la procesión se aproximaba con su emocionante estruendo de trompetas y tambores, y yo sin atreverme a resolver el gran dilema atacando drásticamente con la eliminación de la hermosa cabellera...
Cuando, de pronto, vimos el cielo abierto con la afortunada aparición del buen hombre que nos informó que chiripudamente regresaba debido a un olvido, pero que la casa estaba deshabitada  por reforma y que aquella puerta no sería abierta  hasta el lunes próximo, cuando acudiesen los obreros a su trabajo.
Una vez  liberada Rocío vivita y coleando de su prisión capilar, y secas las lágrimas con el dorso de la mano, como todo había vuelto felizmente a la  normalidad, ocupamos nuestros puestos en la primera fila y durante dos horas asistimos en silencio y admirados a la impresionante procesión.

De nuevo arrivoidire, mañana más

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Se tan educado en tus comentarios como quieres que lo sean contigo