LO INFINITO
Valladolid 19 de Septiembre de 2001
Queridos hijos: Me hierven los
sesos por el caos que tengo en la cabeza, vosotros que no discurrís mal, buenos
desenrolladotes seréis de líos si me desenrolláis este embrollo:
Jugueteando con la calculadora que
amablemente me obsequiasteis multiplico mil por mil y, exactamente, un millón.
Sigo y multiplico un millón por otro, sin resultado, demasiado para el
sofisticado artilugio, le faltan ceros. No obstante, me emociono y continúo con
los cálculos, ahora imaginativamente
multipliqueo un trillón por un cuatrillón y el enormísimo producto por un quinquillón. Ignoro absolutamente el
resultado, solo sé que es un titipuchal el número de ceros que entran en juego,
pero hilando fino pienso que aunque la hilera del signo aritmético se alargara
tantísimo que alcanzase a dar la vuelta a la Tierra por el ecuador, ni la punta se vería aún
al final de la serie de los números naturales, sencillamente porque es
ilimitada, infinita. Hasta aquí nada raro, lo raro viene ahora, cuando tuve la ocurrencia de
partir en dos la serie total de los tales números naturales, la serie de los
pares una, la serie de los impares otra y, maravilla, doy con que tanto la
serie de los pares como la de los impares son también infinitas. Pruebo entonces
con los simpáticos números primos y, sorpresivamente, compruebo que igualmente
son infinitos. O sea, que cada gajo de la naranja es igual a la naranja entera.
Vamos a ver qué pasa aquí, ¿es
esto aceptable? ¿Tiene lógica? Siempre
he oído decir que el todo es mayor que las partes y aquí se da la paradoja de
que dividiendo el susodicho todo en tres, o en trescientas partes iguales,
todas y cada una de ellas resultan iguales a la parte entera, infinitas.
¿Cuántos infinitos hay?
Hijos, reflexionar porfiadamente
sobre el enigma, sin cejar hasta dar con el enmarañado por qué las partes de lo
infinito son infinitas, si existen
infinitos unos mayores que otros, más compactos o vaporosos; si puede lo
infinito puede duplicarse o partirse por
la mitad, etc., y cuando os borbotee el cacumen, avisáis, entre tanto
paternales besos y abrazos.
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