SENTADO BAJO UN GALLARDO
CEDRO
Valladolid,
14 de Junio de 2007
Estimado
amigo José Luis: En la tarde de
ayer la temperatura ambiente era tan
agradable que invitaba a pasear, y dónde
mejor que por el Campo Grande, sonrisa pucelana, pulmón de Valladolid , alegre
y concurrido parque, jardín romántico lleno de rincones poéticos...Me produce
placentera satisfacción deambular por los sombreados paseos entre mis amigos
los árboles cuyo nombre de todos ellos conozco: abedules, abetos, acacias,
álamos, arces, aligustres, aladiernos,
encinas, enebros, fresnos, fosticias, evónimo, ginkgo, liquidanbar, macluras, moreras, olmos,
palmeras, robineas, robles, pinsapos, sabinas, secueyas, tejos, tilos, tuyas,
viburnos, etc., etc., etc.
Sentado bajo un gallardo cedro,
sintiéndome estrechamente vinculado a la naturaleza, va atardeciendo, los
últimos resplandores solares largos y oblicuos dan a las cosas nueva y
misteriosa dimensión; así, gozando en plenitud de la realidad circundante,
dejándome penetrar por los dorados rayos del sol, embriagándome de su luz,
recuerdo tu invitación a seguir con los correos, que acepto, y qué decir a
alguien cuyos lazos amistosos van echando raíces, sino, precisamente de
amistad. Tener amigos es estupendo, es por ello que la amistad siempre es
valorada como uno de los más nobles
sentimientos. Los amigos nos ayudan a vivir, gracias a ellos nos conocemos
mejor a nosotros mismos y entendemos mejor el mundo. La sentencia popular dice,
“cada uno muestra lo que es en los amigos que tiene” Las amistades nos cargan las pilas vitales
con energía positiva y nos curan del mal
de los abueletes, la soledad con las divertidas y disputadas partidas de mus. A
propósito, ¿recuerdas tu deuda?
Liquídala si no quieres tener en la puerta de casa al tío de frac.
Pues eso, amigo José Luis, que te deseo
lo óptimo.
Un
abrazo
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