Historias de toda una vida

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viernes, 22 de agosto de 2014

08 YA SÉ LEER



YA SÉ LEER
Valladolid 5 de Septiembre de 2001
Queridos hijos: Permitirme recordar viejos tiempos y felices días, aquellos en los que para mí ser abuelo era un auténtico privilegio, toda una categoría, un orgullo. La bella época de la  aparición de los hijos de mis hijos,  seres profundamente queridos fue como una inyección de juventud y de optimismo, una nueva razón de vivir.
Aquellos chiquirritines, pequeños seres maravillosos que al tomar en los brazos  se convirtieron en el centro de nuestras vidas. Con su cariño y alegría me brindaron infinitas horas gozosas colmadas de regocijo. Pasé tiempo sin fin contemplando fascinado sus gestos, sus mohines, sus manos... He asistido al milagro de su primera sonrisa, su primer balbuceo, sus primeros pasos torpes y tambaleantes, la conquista fascinante del lenguaje, el cómo inventaban palabras: pelílica, helicóptiro, múmero...o como, por ejemplo, un buen día Rebeca leyó una frase pintada en el suelo, entendió el significado y exclamó entusiasmada: "¡ya sé leer!"  O Cristina que aprendió leyendo carteles del modo más simpático posible.
He sido un abuelo afortunado que viviendo día a día su vida llenaron la mía de emociones saludables, de ilusiones y buenas vibraciones. He compartido con ellos desde dentro  mil aventuras por doquier, en el Campo Grande conociendo el nombre de nuestros amigos los árboles, y plantando algunos de ellos que señalan fechas significativas; por la cuesta del psiquiátrico encendiendo hogueras que tanto les entusiasmaba; por las márgenes del río, callejeando por la ciudad; la piscina era el gran atractivo del verano. ¿Cuántas excursiones hemos realizado a la montaña palestina? ¿Recordáis el río de montaña en Fuente Agudín, entre los  pueblos Cardaño de Arriba y de Abajo, de agua cristalina y tan sumamente fría que unas horas antes era nieve? Todo ello  experiencias enriquecedoras para ellos.
Hemos comido en gratísima compañía "cienes" de veces, por y para ellos aprendí a cocinar y descubrí los tres ingredientes, que llamo espirituales, de la cocina: tiempo, cariño e imaginación. Mis nietos me concedieron el honroso título de "mejor cocinero del mundo".
Hijas, vuestros hijos me han dado infinitamente más que les di,  les debo más que me deben.

Familia, saber que sois felices me llena de gozo

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