Historias de toda una vida

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miércoles, 6 de agosto de 2014

19 NACIMIENTO DEL DÍA



NACIMIENTO DEL DÍA
Valladolid Agosto de 2001
Queridos hijos: Bien conocéis mi nada común e insólito modo de ser respecto al sueño, pues apenas oscurece me agarra por la oreja Morfeo y, quieras o no, a la cama, o sea, que me acuesto como las gallinas y me levanto como los gallos, cuando aún brillan las estrellas en el cielo.
Como bien cornito me chiflan las estrellas que te entran  por los ojos y se te meten dentro produciendo una sensación de calma y pasmo.
En Valladolid no resulta fácil presenciar el nacimiento del día, y aunque lo fuese el espectáculo ni remotamente se asemejaría al que admiraba en Melilla, el que voy a revivir dando un corto paso hacia atrás en el tiempo y situándome en la terraza de la casa de Rocío que constituía un mirador excepcional, desde donde me resultaba hasta emocionante ver como después de desvanecerse las estrellas, poco a poco la noche se iba haciendo penumbra y la penumbra día. Llegaba gradualmente el día y la hora mágica en que brotaba el primer resquicio del sol, cuyos primeras rayos eran como un milagro que teñía de brillantes tonos el agua.
Rápidamente se hacía visible en su totalidad el medallón de oro, y el sol y el mar en su mayor esplendor, como unidos en amistoso abrazo se confundían, se veían iguales con idéntico restallante azul.
Y el mundo, nuestro globo de colores, se llenaba de luz, de un calorcillo tibio y acariciador, de gozoso optimismo por la sensación de maravilla.
No hay nada más bonito que la vida, y sentirse un afortunado mortal vivito y coleando te penetra en lo más intimo del alma un sentimiento de gratitud y admiración hacia el Creador. Quien haya vivido tales momentos sabe de qué hablo, quienes no lo hayan experimentado no saben lo que se pierden.
Hijos, que Dios nos conceda el privilegio de verle en todas las partes,  sino no le veremos en ninguna.
Paternales besos y abrazos

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