VIRGEN SANTA DE LOS GORDOS
Martes y 13-Agosto-2001
Queridos hijos: Guisoteando esta
mañana de pronto la imaginación me ha preocupado con la cuestión que, no
perplejo, me ha dejado de piedra, sin sangre en las venas: Los cincuenta mil
kilos de alimentos que he enterrado en mi estómago durante el curso de mi
existencia. En conjunto lo equivalente a cien bueyes. No exagero, más bien son
cálculos moderados.
Tomo lápiz y papel y hago rápidas
operaciones aritméticas; considerando que no he sido ansioso tragallón, pero
que tampoco le he hecho ascos a los placeres de la mesa engullendo más de lo
que pide la naturaleza y consecuentemente, vamos a ver; entre desayuno, comida,
merienda y cena, un día con otro, un kilito, muy, muy cumplido de sustancia
alimenticia sí que he metido entre pecho y espalda; digamos pues, que grosso
modo, seiscientos kilos anuales.
Multiplicando esta cantidad por
los ochenta años que cumpliré, suma la enorme cantidad de cincuenta toneladas.
Es decir ¿Cuántos vivientes, reses, cerdos, aves, cientos de panes pequeños y
grandes, qué ingente volumen de cereales, legumbres, hortalizas y fruta;
cuantos cántaros de leche, toneles de vino y otros licores he necesitado
tragonear para mantener en pie mi sistema de vida?
Santa Virgen de los Gordos ¿Qué he
hecho yo para merecer el derroche de esa enormidad de riqueza necesaria para alimentar
a un insignificante individuo como yo, que bien mirado, cualquiera de los seres
que dieron su vida para componer mis comidas poseía más dignidad y honor que yo?
Si triunfase la racionalidad sobre
los instintos me convertiría al vegetarianismo, pero para eso se necesita valor
y yo soy humano, muy humano y temo que todo siga igual.
Hijos, espero que las cosas os
marchen como la seda.
Cálidos besos y paternales abrazos:
Félix
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