OPTIMISMO
Valladolid
Agosto de 2009
Queridos
hijos y nietos: Mi padre, vuestro abuelo Víctor, era más bien tímido y
pesimista; mi madre animosa y optimista, mis genes o carácter heredado se
inclina al paterno, por lo que si un buen día se me apareciese el famoso genio
de la lámpara maravillosa ofreciéndose a concederme un deseo, tengo muy claro
lo que le diría: optimismo.
Menuda
lotería poseer la capacidad de ver siempre las cosas por el lado amable y
esperanzador, vivir como si todo me fuera de maravilla, ir por la vida gozando,
relajado y risueño. Dicho de otro modo, pertenecer a esa clase de gente
especial que al tener por lema “no te preocupes, sé feliz”, desprenden una
energía positiva capaz de alegrar al más triste.
Bueno,
vamos a ver, porque en realidad es cierto sólo a medias. De hecho, cada uno de
nosotros lleva dentro de sí una cierta dosis de ilusión y desaliento, de
entusiasmo y depresión. Es decir, que lo ideal sería ni pesimismo irredento ni
optimismo indomable. Hay pesimistas realistas que son positivos, se concentran
mucho y, digamos, que sufriendo y luchando se relajan, ganando en optimismo.
Tampoco faltan optimistas extremosos llenos de loca euforia y la autoestima tan
por las nubes que se desconectan de la realidad.
Bien,
pero el tipo de optimismo que yo pediría al mago es del que llena el corazón de
conmovedora confianza en la especie humana, en la paz mundial, en la
fraternidad de los hombres, en la erradicación del hambre…
Se
dice, será otra mentira, que está a punto de ponerse a la venta la mágica
píldora del optimismo, en la que todos viviremos felices y confiados, viendo al
mundo a través de un cristal de color rosa. Espero el milagro lleno de
entusiasmo.
Entre
tanto, he echado a volar la imaginación al pasado, hasta el lejano año de 1952,
cuando viajando hacia México en aquel viejo cascarón llamado “Marqués de
Comillas”, por el Caribe, nos azotó la cola de un ciclón, poniéndonos a bailar
de lo lindo, con cierto peligro de naufragio.
Bien,
en tales circunstancias doy en pensar que no hubiera estado nada mal tener a mi
lado dos tipos de persona: un pesimista y un optimista, mi padre y mi madre;
por ejemplo, mi progenitor, por su carácter pesimista de analizar la peligrosa
situación y, consecuentemente, resistir las dificultades; la autora de mis días
resultaría imprescindible para mantener viva la esperanza. Sin su ánimo, la
energía de mi padre podría desvanecerse.
Hijos,
resumiendo, la realidad suele ser distinta, pero al optimista feliz que le
quiten lo bailao.
Besos
y abrazos
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