DESTINATARIO
Valladolid 18 de Agosto de 2001
Queridos hijos: Dice el refrán
que los hombres son mejores cuando escriben que hablando, más de verdad, más
sinceros, pero escribir cuesta, no gusta, da miedo, miedo a no saber hacerlo
como es debido, resulta más fácil y cómodo largar por el móvil. O sea, que no
es lo mismo parlotear con risas y gestos con alguien que se tiene delante que
escribir, puesto que se trata de hallarte solo con la pluma en la mano, frente
a un papel de un blancor amenazador, teniéndotelas que ver con un idioma mudo y
sirviéndote de garabatos para manifestar
las ocurrencias que llevamos dentro, y expresarlo sin saber muy bien como
hacerlo. Y después del esfuerzo, a más de ser una carta de única dirección,
porque nunca obtiene contestación, queda la dula de si cumplirá su ciclo, que
es perfecto cuando es leída y sentida.
Insisto en que la aparente
sencillez de escribir una carta no es tan simple, tiene sus intríngulis, muchos
otros a demás de loS expuestos, porque veréis, lo diré así, vosotros sois los
destinatarios de la carta, pero en realidad soy yo el primero que la lee, el
primero y mejor enterado de lo que digo y quiero decir.
Surge de entre las letras el reflejo
de mi vida interior. En lo que escribo, antes que ninguna otra cosa, me veo a
mí mismo. Por eso cuando no me agrada lo que veo hago pedazos lo escrito,
porque no me veo satisfactoriamente, y si no me gusta a mí, tampoco os gustará
vosotros.
Por supuesto, existe el prurito
de hacerlo bien, y si logro terminarla de
modo y manera más o menos grata y apropiada, porque siento que encierra
el amor y el humor que acerca el corazón del padre al de los hijos, me llena de
alegría.
Hijos, en resumen, el paternal
propósito de mis cartas, escritas directamente del corazón al bolígrafo, sólo
pretende llevaros a si sólo sea alguna
migaja de emoción y regocijo.
Besos y abrazos
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