CAMBIO DE PAISAJE
Valladolid 25 de Julio de 2008
Queridos hijos: Otra excursión
más, ésta ha sido algo especial, más bien insólita: ida y vuelta a Gijón en
sólo dieciséis horas.
Salimos temprano y bien entrada
la mañana recalamos directamente en la zona turística, llamada Costa Verde, en la magnífica playa de
San Lorenzo, en las inmediaciones de la ciudad. Agradables paseos por las
arenas próximas al agua para que las olas nos laman los pies, a la vez que
aspiramos unas buenas bocanadas de aire fresco, perfumado y marinero.
Rápido vistazo al activísimo
puerto del Musel. Estamos en el país de las manzanas y se impone la visita a
alguna que otra sidrería. Igualmente resulta obligado dar buena cuenta de una
fabada.
La tarde la dedicamos a dar
garbeos por el centro de la activa, alegre y atractiva ciudad, perdiéndonos un
poco por las calles y plazas. Tras merecido descanso en los cuidados jardines
de la Reina, otra vez de trotacalles, terminando sentados en la terraza de un
bar a la espera de la hora de emprender el regreso.
No soy en absoluto partidario de
estos viajes relámpago, en los que se emplea aproximadamente el mismo espacio
de tiempo en el recorrido del trayecto que en visitar el lugar, pero he tomado
parte por el placer que supone cambiar radicalmente de paisaje, así sólo sea
por unas horas.
Es grande el contraste que se
establece entre la verde Asturias, llena de montes, descensos y subidas, y
nuestra Castilla, ancha, plana, seca, desnuda, solitaria, amarilla y roja, sin
verdor vegetal, aunque de vez en cuando se ven chopos altos, esbeltos, en torno
a los manantiales y acompañando a los ríos; de pronto, cuando menos lo esperas,
en lugar siempre estratégico, aparecen los pueblos: uno en un valle, otro en
una loma, todos como ruinosos y despoblados, sin fallar nunca la iglesia en
medio, con la silueta de la torre recortando el firmamento.
Para nuestros ojos castellanos, hechos
a volar a través de una atmósfera limpia y vacía, sin encontrar obstáculo
alguno llega hasta el infinito, al encontrarnos en el alto del Puerto de
Pajares, si miramos para Asturias lo primero que vemos es que no vemos nada, o
casi nada, una niebla algodonosa nos cierra el paso, y si no es la niebla, los
ojos chocan de frente y muy próximos con montañas redondas y apretadas unas a
otras, cuyas laderas las cubren castaños, robles, sauces, laureles, manzanos…
Por las escarpadas pendientes raptan aquí y allá caseríos y los típicos hórreos
sostenidos por cuatro espigones. También abundan vacas rubias y pías que pastan
y mugen en las praderas pintadas de verde opulento.
Es decir, que estamos en el mejor
escenario para caer en la cuenta de que no todo es Castilla, que la tierra es grande,
rica y variada, que el mundo es de muchas maneras; pero aún hay más, percibir
que desde la llanura sin fin se ven las cosas mejor y más claras que en ninguna
otra parte, y en razón de ello son legión los que consideran que nuestro
terruño es uno de los lugares más bonitos e interesantes del universo.
Besos y abrazos
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