LA EXCURSIÓN
Valladolid
21 de Julio de 2001
Querida hija: Es sábado y la casa se llena del bullicio que organizan
los nietos. Para que reine la calma, después de comer, en compañía de Eva,
Rocío, Javi, Raúl, Rodrigo y María, planeamos un paseo por la cuesta del
Psiquiátrico. Es una tarde alegre, con clima propio de la época, bajo un sol
tibio y luminoso. A los críos, niños de ciudad, poco hechos al campo, les llama
la atención que al remontar el pindio camino todo este verde y florido. Al
borde de los senderos todo son pequeñas flores silvestres: margaritas,
amapolas, campanillas, malvas, cardos y unas flores amarillas que huelen a
miel. En la rama más alta de un álamo trina feliz un mirlo. Digo que me
gustaría tener alas, porque la tarde esta para volar. Y efectivamente, el lugar
es bonito y agradable, los críos lo perciben y zambullidos en el ambiente,
contentos como mariposas disfrutando de la luz y de las flores, corren, trepan,
descienden, gritan y se divierten de lo lindo.
Desde el mirador, dejando
explayar la vista se contempla a lo largo y a lo ancho Valladolid. Por el cielo
azulón un grupo de nubes blanquísimas de algodón en rama flotan perezosas. A lo
largo del poyo de piedra del paseo, los almendros se cargan de fruto. El amplio
y arbolado paseo, sin problemas de tráfico resulta un lugar ideal para
corretear a placer. Sugerimos a la gente mundana organizar una carrera,
señalamos la meta al final del pretil, les animamos a dar unos buenos trotes,
corriendo como si tuvieran alas en los pies, pero los chicos, apáticos,
indolentes, remolonean a nuestro lado y no se animan, no así María, que cargada
de dinamismo corrió haciendo eses entre los árboles, marchó y contramarchó, dio
vueltas y revueltas sin fin, toda una deportista.
Continuamos la caminata
entre los pinos, hasta que sudorosos y sedientos esperamos cómodamente sentados
mientras las madres se acercaban a Continente a comprar bebidas. A todo esto la
tarde se nos escapaba de entre los dedos, y ya con la luz incipiente del
atardecer emprendemos el regreso. Tocante a mí, viejecito, cansado y algo
adolorido, pero a la vez cargado de euforia juvenil, y mas diré, sintiéndome
feliz casi por completo, porque la excursión ha resultado de aurora boreal,
mejor imposible, y produce cierta ilusionada emoción ver a tu gente alegre y
encantada de la vida.
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