MARABUNTA AUTOMOVILÍSTICA
Valladolid 2 de Julio de 2001
Queridos
hijos: Estalló la marabunta
automovilística vacacional, los días de excitación en que un torrente de
coches arrancan a toda mecha en todas las direcciones, escapando del fastidioso vivir cotidiano para, entrando
de lleno en la vorágine de la que se sale con estrés extremo por los atascos
kilométricos en los que a veces se avanza a la velocidad de la carreta que
pilotaban en el pueblo antes de la estampida migratoria, pero quién dijo miedo,
histéricos al máximo, aprovechando el menor resquicio escapan por la tangente
hacia la playa abarrotada hasta la bandera de la misma caterva de gente de que se
huye, masa de devoradores que lo consumen todo en comederos y bebederos
abusivamente caros, achicharrarse las carnes bajo un solazo áspero y abrasador,
soportando ruidos y apretujones que no dejan descansar ni dormir, presenciando
inverosímiles visiones, abueletes en calzoncillos y abuelillas a la intemperie
sus secas y colgantes tetitas, a más de andar con sumo ojo para rehuir a las
medusas que no dan abasto a picar a tanto bañista.
Este
masoquismo masivo y voluntario que parece tanto no es todo, falta lo peor, el
regreso con tanto drama. ¡Demasiados muertos! Y es que no puede ser, hay
quienes no se enteran que la vida no retoña y se la juegan absurdamente. El
colmo del desatino es salir de casa llenos de alegría y de vida y volver
metamorfoseados en cadáver.
La
velocidad es sagrada y no se puede jugar con ella, pisar el acelerador tiene su
límite y quienes se dejan embriagar por la loca emoción que produce pisar a
fondo viajan sobre un polvorín con la mecha encendida, y si aún más,
intervienen la imprudencia y la irresponsabilidad y en vez de una copa de menos
es media botella de más, las consecuencias llegan demasiado lejos, como queda
palpablemente demostrado semanalmente con medio centenar de dramáticas muertes.
No
se puede sentar uno al volante sintiéndose desbocadamente optimista, cayendo en
la credulidad boba de considerarse más listo que nadie y arrancar a todo gas, ¡¡rooooer!!
Porque, claro, el más leve descuido y en la primera curva lo que queda del
vehículo es un amasijo de hierros retorcidos en medio de una columna de humo
negro.
Permanecer
estoicamente en la ciudad vacía, tampoco significa estar exento de molestias y
peligros, ahí están impidiéndolo el festín de ruidos de las escavadoras con su permanente estrépito, y las grúas, que
no es la primera que se precipita sobre algún viandante, enviando su alma a
fundirse con Dios.
Hijos,
vosotros a ser felices y a estar tranquilos.
Besos
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