Historias de toda una vida

Cartas que agrada recibir

domingo, 22 de junio de 2014

TRANQUILIDAD DE ESPÍRITU



TRANQUILIDAD DE ESPÍRITU
Melilla 19 de Junio de 2001
Querida hija: Leo en una revista que teniendo suerte y cuidándose un poco nuestra fecha de caducidad puede alcanzar los cien años. Me parece estupendo, porque yo, mal que me pese, estoy en el último tramo del camino, y hay una cuestión que me trae caviloso y desasosegado, es el hecho de no estar aclarada suficientemente la edad  a la que resucitaremos para vivir la vida eterna los mortales.
Unos piensan que siendo Dios, como es, infinitamente justo, todos tendremos la misma edad, 33 años, la edad de Cristo; otros piensan que si en el Más Allá no tendremos cuerpo, para qué dar importancia a lo que no la tiene; y otros, los menos fantasiosos, están seguros  y lo afirman con rotundidad, que resucitaremos con la misma edad que tenemos al morir.
Discrepo, no me interesa ni estoy de acuerdo, porque de haberlo sabido me hubiera gustado morir joven para seguir siéndolo eternamente. ¿De qué me ha servido alargar acá unos años la vida  si he de vivir el más parasiempre de los parasiempres achacoso, arrugado, reumático y desmemoriado?
Aún hay otro problema, este propio de impíos y descreídos: que no hay resurrección ni vida después de la muerte. De entre estos conozco alguno que con la sesera cercada por un gran confusionismo  reniegan amargamente de haber nacido para tener que pasar ahora el tremendo trance de pagar tributo  a la muerte, de haber nacido  para ser comido, bebido y excrementado por golosos y glotones gusanones.
Yo no, para mí la vida es tan maravillosa que no concibo el mundo sin mí. Tú, hija, cree a pies juntillas que allá arriba hay un gran tipo, Dios, que proporciona tranquilidad de espíritu.

Besos y abrazos

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Se tan educado en tus comentarios como quieres que lo sean contigo