Historias de toda una vida

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viernes, 30 de mayo de 2014

CONTEMPLADOR DE NUBES



CONTEMPLADOR DE NUBES
Melilla 30 de Mayo de 2001
Querida hija: Soy un asiduo contemplador de nubes, y temprano, lo hago frecuentemente,  me he acomodado en la terraza  bajo un solete mañanero tibio y acariciador y he dejado expansionarse a los ojos y a la mente con el relajante y deleitoso espectáculo de ver pasar, manchando el azul del cielo, un rebaño de nubes muy blancas, como recién salidas de la lavandería, aún húmedas, de las que piensas que si un viento juguetón llegara hasta ellas retorciéndolas, rezumaría su destilada acuosidad.
¿Cuántas nubes pasarán hoy caminando del mar hacía el Gurugú? Ayer la ruta  fue  a la inversa, nubes tan metidas en agua que bien podía decirse de ellas que eran un charco, y pasaban superfluamente a desaguarse al mar. Eran agua e iban al agua.
Dios que está por encima de las nubes, fantaseando las ideas en un criadero mágico exhaustivamente, con rumbosidad, echando mano de un material efímero, bien perfectamente irregulares, o de infinitas formas,  esbozando figuras llenas de gracia para que la imaginación de cada quién vea, según y como, un fogoso Pegaso, una catedral, un muñeco de nieve, un fabuloso dragón, un palacio de hadas...
Mis nubes favoritas son las cargadas del líquido elemento, correlonas, que como con prisa pasan y pasan veloces formando cadena, y embarullándose  se esponjan, se desmelenan, se abrazan a sí mismas...
Me dejo llevar por ellas con la esperanza de que se resuelvan en lluvia y aplaquen la avidez de fieras sedientas con su agua milagrosa. Milagrosa porque ese agua sería pan, el pan de los pobres.
Hija, tu padre se imagina cabalgando sobre una suelta y alta, clara y nacarada nubecilla a la que el soplido de un suave viento arrastre como pluma hacía Valladolid para abrazaros.
Adiós

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