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domingo, 13 de febrero de 2011

¿DONDE ESTÁ EL BURRO?

¿DONDE ESTÁ EL BURRO?
Valladolid, 5 septiembre de 2008
Queridos hijos: Me surge de entre las brumas del pasado el recuerdo de una absurda peripecia en la que me hallé envuelto en los años de la dictadura, el gran triunfo de la injusticia pura y dura, cuando las autoridades se significaban por su pequeño espíritu, pequeñez que les orillaba a practicar la intolerancia, incluso más, gozaban de  absoluta incapacidad  para reconocer  que todo ser humano es  sagrado y abusando  descaradamente del poder, entendían la democracia como el derecho a hacer lo que les salía del fondo de la tripa, y en el colmo de la desfachatez y del cinismo, atropellar olímpicamente el vivir del prójimo.
La inusitada circunstancia tuvo lugar en Saldaña cuando yo contaba con 19 ó 20 años, precisamente en el día de la festividad de la Virgen del Valle, fiesta mayor del pueblo, esperada como agua de mayo, no sólo por los saldañeses, con el mismo entusiasmo por el personal de las localidades circunvecinas que acudían en tropel a comprar y vender; predispuestos a la  diversión, comiendo, bebiendo, cantando y bailando.
Formaba yo parte de un animado grupo de amigos reunidos en la plaza, que ataviados con las mejores galas y con ganas de risa y alegría, en animada charla con unas chicas, cuando acertó a pasar a nuestro lado un señor de pueblo lamentando habérsele extraviado su pollino. Casualmente pasó también un joven guardia civil recién llegado al pueblo. Uno de los amigos, queriendo hacer una divertida broma, se acercó al guardia y le informó conocer el paradero del burro y señalándome a mí, aunque  igual podía haber señalado a otro cualquiera, dijo:
-        Éste lo tiene.
Todos reímos la ocurrencia, incluido el del tricornio, pero a mí la risa me duró poco; con la chanza me cayó la negra, me pillo el toro, porque el mentecato civil, se conoce que ya en la mente el virus de las ideas oscuras e irracionales, corrió al cuartel, imagino que con la pretensión de hacer méritos, a informar al superior tener conocimiento del robo de un burro y conocer al autor.
Increíble, pero cierto, así, sin más, llega una pareja de civiles, me esposan con las manos a la espalda y con mi corazón dando vueltas de campana y todos los glóbulos de la sangre apelotonados en cara y orejas, me llevan detenido por medio de la plaza de bote en bote, con la admiración, el asombro y el comentario del personal: qué habrá hecho, qué habrá dejado de hacer…
Ya en el cuartel  osaré  decir que miedo, lo que se dice miedo, no tenía ya que ningún delito había cometido, pero sí estaba asustado como una perdiz tiroteada a cuenta de que aquellas autoridades totalitarias disfrutaban haciendo difícil e incómoda la vida de la gente. Como efectivamente ocurrió, sometiéndome a duro y abusivo interrogatorio.
- Vamos a ver, perillán, ¿dónde está el burro?
- Perdón, señor guardia -me defendí-. Yo no sé nada de tal burro, aquí hay un error, se trata únicamente de una broma de mi amigo.
Pero en absoluto eran aquellos tiempos propicios  para bromas, y con la guardia civil, bromas las juntas, puesto que sin tomar en cuenta para nada las claras razones de mi inocencia, volvían obstinadamente una y otra vez a la carga con doblada, redoblada y lógica obtusa sobre la acusación radicalmente, ya no falsa, estúpida a todas luces:
- ¿Dónde está el burro? ¿Dónde está el burro y dónde está el burro?
- Por favor, ¿qué burro? ¿Para qué quiero yo un burro?
- Pues, bien, ¿Niegas tener el burro? Tú lo has querido, en tanto no te declares autor de la fechoría, al calabozo.
El día de la fiesta mayor, lleno de alegría para todos, resultó para mí cargado de tristeza y desesperación; dominado por un sentimiento de total indefensión, debido a que, aunque el famoso burro hacía horas que había aparecido, mal atado, se desató y le hallaron en un jardín particular dándose un banquete de hierba fresca y tierna; me encerraron el día íntegro en un calabozo oscuro sin comer ni beber.
Para cerrar con broche de oro: ya anochecido me concedieron la libertad,  pero con la seria advertencia de que ¡ojo! Porque la próxima no me libraba de una buena ración de bofetadas como en esta me había librado mi madre y sus amistades.
Porque Dios no se mete en estas cosas, pero que bien hubiera estado que Él que tiene los brazos largos hubiese propinado los más sonoros guantazos a aquellas gentes que cometían cada día la indignidad descarada de abusar de la autoridad pisoteando los más elementales derechos del prójimo.
Con tamaña tropelía se fijó en mí el justificado deseo, si se presentaba ocasión, de escapar de aquellas autoridades que ejercían el poder sobre la gente arbitrariamente.
Pasaron algunos años, pero se presentó. Cristalizó mi ilusión a través de mi hermano que había sido destinado a México. Otro día hablaré de ello.
Besos y abrazos
Félix

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