Historias de toda una vida

Cartas que agrada recibir

sábado, 26 de febrero de 2011

LUJO DE MAESTRO

Una vez más, leyendo tu carta, hiciste que recordara mi propia historia de escuela en mi querido pueblo natal.

Alaejos en  2007-08, celebró el 75 aniversario de la inauguración de sus escuelas y el último día  del curso,  en una de sus clases (grados)  –en la que estudié parvulitos- recrearon sus comienzos con viejos muebles y enseres impensables en las aulas actuales -como la estufa de leña con que nos quitábamos el crudo frío invernal 40 niños en una clase-.
En breve publicaré en mi Blog “Alaejos y sus cosas” un capitulo de mi: “El olor de los recuerdos”, en el que os contaré con detalle ese “olor” y ese volver a ser niña por un instante cuando después de 42 años sin pisarla, volví a mi escuela.
Para el evento declamé esta poesía. Mi humilde granito de arena en la ceremonia de clausura de dicho conmemorativo curso.

MI ESCUELA

EN LA CELEBRACIÓN DEL 75 ANIVERSARIO DE SU INAUGURACIÓN
Por Marisa Pérez Muñoz (Ex alumna)


Mucho se ha hablado estos meses, de mil historias añejas;
De recuerdos acuñados vividos en esta escuela
Que celebra en niños nuevos, lo que otros niños vivieran
Pues al pasar de los años lo que fue hermoso regresa.

Voy a dirigirme a ti; nuevo alumno de mi escuela
Para decirte orgullosa, que también fui parte de ella.
Aunque pasó mucho tiempo recordé siempre esa época
Que fue pilar de un futuro forjado por mis maestras.

Para ser buenas personas y gozar la vida plena
Has de guardar cual tesoro  lo que aprendiste en la escuela
Aquello que te enseñaron los maestros y maestras
Que dedicaron sus vidas para formas bien las nuestras.

Antes que tú en estas aulas, por muchas generaciones
Aprovechamos lecciones otros niños de Alaejos
 Y en el patio que ahora juegas disfrutaron el recreo
Cuando tenían tus años, tus padres y tus abuelos.

Quizás no había columpios, toboganes; ¡Qué más da!
Jugábamos con canicas, alfileres o al pillar
Y aquí encontramos amigos difíciles de olvidar
Porque en esta escuela niños ¡¡Qué bonito fue estudiar!!
Si estas paredes hablaran, ¡tendrían tanto que contar!

Dedicado con especial cariño a todos los alumnos y profesores que durante estos 75 años, alguna vez formaron parte de mi escuela… A vosotras docentes “Alonsos” y a todos cuantos lean este Blog con cariño.

Marisa Pérez

LUJO DE MAESTRO  martes 22/02/2011 10:16

Querida Rebeca y demás seres queridos:

Pues eso, a punto de alcanzar los 90 tacos de almanaque me parece imposible que alguna vez haya sido niño, pero sí, sí, en un remoto pasado fui un crío, es más, si me cuelo en el cofre de los recuerdos de aquellos intensos y emocionantes años me veo un jovencísimo estudiante; por cierto, nada ambicioso de glorias escolares, quiero decir, poco estudioso y muy revoltoso, que de acuerdo con el método de enseñanza imperante por entonces: “dar badana es cosa sana, daña hoy y aprovecha mañana”, o sea, por aquello de que: “al malo lo mejora en palo”, no pocas veces me caían castigos: de rodillas en un rincón cara la pared, incluso en ocasiones con los brazos en cruz sosteniendo un libro en cada mano, tirones de orejas, reglazos en la palma de la mano, zurriagazos en las piernas con un vara de avellano en que se ceñía bien…

Son otros tiempos, hoy se peca de lo contrario, con permisibilidad absoluta se ha perdido el principio de autoridad y en razón de ello no son pocos los maestros frustrados y con la moral por los suelos ante hechos como el ocurrido recientemente, el crío que llagó a casa con malas notas y culpó al maestro, “me tiene tirria, papí”, y el padre montó en cólera y nervioso corrió al colegio y le rompió la cara al profesor. Es decir, que el sistema educativo basado en la inicua, escalofriante y conocida frase “la letra con sangre entra” ya no se aplica a los alumnos, sino a los maestros.

Vamos a ver, un azote a tiempo no niego que pueda tener algún efecto positivo, pero aquel método pedagógico de enseñar exigiendo respeto, atención y obediencia atemorizando con castigos físicos era seguir un camino equivocado. Y así lo entendía uno de mis profesores de quien guardo un recuerdo la mayor consideración y afecto.

Don. Delfín, ese era su nombre de pila, igual al título que recibía el primogénito del rey de Francia; delfín, como el inteligente, simpático, risueño, juguetón y original mamífero cetáceo que vive en el mar con apariencia de pez sin serlo, las cría se alimentan con la leche materna y tienen que sacar la cabeza del agua para respirar. También en México existía un autobús urbano con ese nombre por la semejanza con el mamífero marino.

Pues bien, aquel lujo de maestro de vocación enseñaba con un sistema por entero diferente, “la letra con sangre no entra, entra jugando alegremente”. Ciertamente, los niños no juegan únicamente por diversión, para ellos el juego es el modo de entender al mundo y de integrarse en él.

Don. Delfín no gritaba ni pegaba, con bondadosa paciencia, tratando a los niños como un jardinero a las flores, procuraba que brotase en ellos la sensibilidad, cuidando no solamente del desarrollo de las mentes infantiles en el plano intelectual, también de la inteligencia emocional que  los primeros son los ideales para el desarrolla de tan vital inteligencia.

No resultará fácil que se me escabullan por algún rincón de la memoria los jubilosos paseos por el campo en contacto directo con la naturaleza. En días de luz y sol tibio de inicios de primavera, cuando todo renace y se renueva, eran frecuentes las clases al aire libre por considerar de sumo interés, no sólo enseñar a leer y escribir, sino a ver, tocar, distinguir y conocer el nombre de pájaros, flores y árboles. Recuerdo y repito uno de sus crontrarefranes, “valen inmensamente más cien pájaros volando que uno en la mano”.

Cuando en mi lejana juventud impartía clases procuraba imitar en lo posible a mi admirado maestro infundiendo en los alumnos amor y respeto a la madre naturaleza. Rebeca de mi corazón, quizá lo hayas olvidado, pero siendo una cría de nueve o diez años eras la admiración de los jardineros del Campo Grande por conocer los nombres de todos y cada uno de los árboles que  pueblan el parque.

Queridos hijos y nietos, abrazos, besos y que quienes   bien os quieren os hagan reír, por que la risa es un maravilloso curalotodo.

                  Félix

domingo, 20 de febrero de 2011

FUMAR ES UN PLACER DAÑINO

Fijarse bien en la fecha; el yayo Félix además de escribir y aconsejar irónica y magistralmente, nadie me niegue que como vidente no tendría precio.
He omitido el nombre a quien iba dirigida para que nadie se me moleste y porque da igual a quién, lo importante es que se tome en cuenta el consejo de mi “pitoniso” predilecto.

Saludos, besos y achuchones… sin malos humos.

Marisa Pérez        

FUMAR ES UN PLACER DAÑINO
                     
Melilla, 13 de Junio de 2001

  Querida persona fumadora profesional: Si todo el mundo habla sin parar del tabaco ¿Porqué no voy yo a decirlo tomando en cuenta que lo hago con el anhelante propósito de que entiendas lo que cuesta creer que no te quepa en la  molondra y lo tomes en serio?
Sé sobradamente que el tema te solivianta, lo siento, pero no puedo callar.

  Fumar es un placer, pero dañino, porque desafortunadamente todo lo placentero mata o engorda. No hay ninguna dicha gratis y la satisfacción de la nicotina suele pagarse con el altísimo precio de la vida, ¿no te horroriza?
Cada calada huele a epitafio: “aquí yace y hace bien, un fumador empedernido”, “fuma y cría malvas”, “cada cigarrillo es un botón más para tu traje de madera”…
Ponte a pensar en profundidad que el tabaquismo hace el harakiri cada año a 50.000 españolitos, ¿por qué  piensas que a ti no?

  Y hay otra cosa, el fumador pasivo no es una entelequia, existe y está demostrado científicamente que quien convive con un fumador, quien no lo es, y por mucho que quiera evitarlo, consume una media equivalente a diez cigarrillos diarios. No es justo, a nadie le resulta placentero tragar el humo de los demás, respirar el mismo contaminado, el mismo oxígeno degradado, sobrecargado de toxinas.
Lo mínimo: respetar los derechos fundamentales de los no fumadores.
  Aunque tal como se presentan las cosas, el fumador es una especie en vías de extinción, al placer prohibido de la nicotina cada día se le cierran más puestas, y pronto se verán reducidos a consumir su tabaco en forma furtiva.

  No tomes a chirigota  que fumar es el camino más corto para emigrar el otro barrio

Abrazos de… Félix

jueves, 17 de febrero de 2011

UN ÁNGEL MÁS EN EL CIELO

Valladolid,  16 Septiembre de 2001
        Queridos hijos, nietos y demás seres queridos: Cuando yo tenía unos ocho años se me murió un amigo; teníamos la misma edad. Fue el primer amigo muerto, y resultó duro, me produjo gran impacto. Se llamaba Nacho y vivía unas casas más arriba de la mía.
        Un domingo de verano un grupo de seis o siete compañeros acordamos acercarnos a un pueblo próximo -media docena de kilómetros- algo que hacíamos frecuentemente, entonces se podía hacer porque los críos gozábamos de gran libertad y nos movíamos a nuestro antojo. Así que dicho y hecho, corriendo tras de los aros, llegamos jugamos y de igual forma regresamos.
        Jadeantes y sudando a chorros llegamos a una fuente que brotaba en el campo e hicimos lo de siempre, tumbados de bruce todos bebimos largos tragos de agua, sin tomar en cuenta que beber sudando puede producir accidentes graves.
        Nunca pasaba nada, pero este día pasó; se conoce que el brusco choque del calor del cuerpo con el agua fría, como los ocurre a los bañistas que  después de larga toma del sol se zambullen en la piscina y congestionados por acumulación de sangre, por una contracción nerviosa en el plexo solar, o yo qué sé, el hecho es que Nacho de inmediato empezó a sentirse mal: agitado, con espasmos, dolor de cabeza y un corto desvanecimiento. Asustados lo mejor que pudimos le llevamos a su casa, la madre se aterró al verle así. Con sobrada razón, porque tan grave resultó la crisis que aquella misma tarde se murió.
La noche fue larga, me costó conciliar el sueño, no podía apartar de mi cabeza al amigo muerto.
Que se mueran los viejos parece lógico, pero un niño de mi edad lleno de vida unas horas antes era un misterio que no podía resolver. Mi madre al verme con los ojos llenos de lágrimas me decía que Dios se lo había llevado con Él para que hubiera un ángel más en el cielo, a más de que algún día resucitaría para estar juntos otra vez.         
Los hechos tuvieron lugar hace más de setenta años y conservo vivos en la memoria la imagen de Nacho vestido de blanco, la camisa, los pantalones, los calcetines y los zapatos, muy peinado, como si fuera a salir de paseo, dormido en su caja, blanca también,  como un pajarito triste que no volvería a levantar las alas. Seis agarraderas le pusieron al ataúd para que seis amigos le condujéramos al cementerio.
Tanta impresión nos produjo aquella muerte que recuerdo que en varios días no jugamos a nada, todo se nos iba en pensar en el amigo con el que no volveríamos a jugar.
Empezando por él, seguido de tantos y tantos otros que se han ido yendo, resulta que ya son muchos más los amigos que tengo en el Más Allá que los que tengo en el Más Acá.
 Besos y abrazos

QUERIDO PRIMOGÉNITO: "Tu aterrizaje en el mundo"

Con esta carta que Félix dedicó a su hijo primogénito en el año 2002, termina una etapa. Hasta aquí, más o menos cronológicamente, he ido publicando sus recuerdos y ahora continuaré desvelando retazos que a modo de confidencias de café y camilla, él mismo escribió durante años; sin dejar de publicar las cartas que diariamente seguiremos recibiendo.
El Yayo Félix duda mucho que estas cartas le estén interesando a alguien y desde aquí insto a que los más perezosos le den señales de vida con un mensajito que tan solo les llevará unos segundos de su tiempo. Él merece eso y mucho más por compartir su vida tan abiertamente. En su nombre, esos mensajes seguirán siendo contestados como hasta ahora.

Saludos y agradecimientos por vuestra visita.

Marisa Pérez

QUERIDO PRIMOGÉNITO-TU ATERRIZAJE EN EL MUNDO              

Valladolid, 6 de Febrero de 2002

          Querido primogénito: Hoy, tu fiesta onomástica, y todos los días de tu vida, deseo cordialmente  seas feliz como un pájaro escapado de la jaula, y esa dicha la compartas con los demás.
          Hijo, ha pasado medio siglo. Han pasado muchas  cosas. Ha pasado la vida, pero pese  a estar metido de lleno en la edad más que madura  y me falle todo, ojos, oídos y memoria, la fecha de tu aterrizaje en el mundo fue para nosotros un acontecimiento tan extraordinario que quedó grabado en nuestra mente y en nuestro corazón  como si hubiera estado iluminado por una luz especial.
          ¡Qué aventura tan emocionante la llegada del primer hijo! La autora de tus días ingresó en el Sanatorio Español el primer día de Febrero, domingo para mayor precisión, lista para el gran acontecimiento, fue un parto interminable por problemas de lentísima dilatación y la fiesta del nacimiento no tuvo lugar hasta el viernes, o sea, toda una larga semana de fuertes emociones, apurones e inquietud, ¿cesárea, no cesárea? A todo esto el crío embistiendo como torito bravo  con ansias de ver el mundo. Consecuencia: los “apriétales”, esos huesos que constituyen las paredes y la bóveda de la cabeza, que entonces no eran otra cosa  que tejido cartilaginoso moldeable, se deformó en enorme y asustadizo chinchón… Menudo susto ver al niño con tan extraña cabeza, y para  remate de sobresalto, tuerto, no abría más que un ojo. Lo del ojo fue una falsa alarma, cuestión de una simple legaña, ese humor viscoso que se seca  en los párpados. La enorme hinchazón tampoco representaba problema alguno, nos comunicaron que en 24 horas todo volvería a la normalidad, como efectivamente sucedió. Y entonces que ufanos y dichosos  nos sentíamos contemplando embobados aquella criatura de concurso, preciosa y perfecta. Nos maravillaba ver crecer día a día su cuerpecito irradiando fuerza y vida. Era nuestro orgullo y soñábamos un brillante futuro para él, así como veíamos realizados en el hijo nuestros anhelos insatisfechos.
         
Tiempos aquellos llenos de gozo e ilusiones, ¡Dad la vuelta! ¡Volved! Porque aquello era vivir.
La llegada de los hijos suponía grandes cambios en modo de vivir, obligaba a poner en marcha otra diferente  en la que las cosas importantes no eran las mismas. En gran medida los hijos son un don del cielo, una fuente de alegrías, pero también nos cargaban de responsabilidad, desvelos y preocupaciones, esto es, nos condicionaban la vida; más bien eran la razón de nuestra vida al poner todo patas arriba, pero merecía la pena en grado tal, que no nos asustaba en absoluto  rodearnos de niños, o de niñas -que es el caso- en aquel entonces aún no existían las ecografías y el sexo de los hijos resultaba la gran incógnita.

          Larga cadena de recuerdos hacen fila para salir a escena, por citar uno, en cierta ocasión, eras muy niño, con fiebre motivada por problema de anginas; ignorantes e inexpertos, tanto y tanto te arropamos que llegaste a la deshidratación. Aprendimos la lección y en lo sucesivo nuestros hijos siempre ligeritos de ropa, logrando con ello gozar siempre de espléndida salud.
          Hijos, los hombres llevamos dentro el niño que fuimos, y los abuelos lo llevamos tan en el centro del corazón que nos volvemos niños.
Será por ello que he gozado tanto el embeleso de acunar en los brazos a los nietos.

                                                 Besos y un abrazo de oso

MAS O MENOS LISTOS

Así de escueta y contundente ha sido la carta de hoy. Quizás un poco melancólica, pero como siempre dando en los puntos claves.
Buen día amigos!!
Marisa Pérez

MAS O MENOS LISTOS  jueves 17/02/2011 8:52

Querida Rebeca y demás seres queridos:

Pues eso, como ser feliz no consiste tanto en serlo como en creérselo y la inteligencia no es sólo cuestión de coeficiente, nosotros, más o menos listos, vivamos inteligentemente disfrutando de la felicidad de tomar la vida como viene y conformarse con lo que se tiene.

Abrazos y besos.

Félix

miércoles, 16 de febrero de 2011

EMIGRACIÓN A MÉXICO

Comienza aquí un nuevo capitulo en la historia de nuestro Yayo, no menos dura y emocionante que lo vivido hasta entonces.

Saludos y abrazos para todos vosotros.

Marisa Pérez

EMIGRACIÓN A MÉXICO
                                                                  
Valladolid, 6 de febrero de 2009

Queridos hijos nietos y demás seres queridos:
Hoy toca recordar la humilde historia, el relato de escaso interés, pero eso sí, largo, muy largo, 35 días, de mi primer viaje a América.

En el año 1952, bajo la dictadura franquista, en España se vivía mal, eran años de vacas flacas, todo escaseaba, era el imperio del estraperlo; el pan, el aceite, el azúcar,…estaban racionados, y eso no era todo, peor aún, reinaba la sinrazón, el retraso, el burrísimo,  la estrechez de miras, la libertad y las expectativas hacia el futuro; en razón de ello estaba sobradamente justificada mi firme determinación de emprender graciosa huída hacia otra parte en busca de suerte y una vida mejor.

México resultaba un país ilusionante para emigrar, por su agradable y simpático modo de hablar, por su música y folclore, porque, en fin, en España a México y a los mexicanos se les aprecia singularmente, y precisamente en ese país residía mi hermano, un curita de lo bueno lo mejor, con un corazón como un piano, lleno de amor y generosidad, a quien debo todos los favores del mundo, uno de ellos haber tramitado todo el papeleo que hizo posible mi marcha.

No recuerdo fechas exactas, pero en octubre del mencionado año 52 -cuatro meses después de mi boda- se hicieron realidad mis ilusiones viajeras.
La Compañía Trasatlántica Española contaba con tres barcos con mucha historia, con los que establecía comunicación con tierras americanas. El “Marqués de Comillas” y sus gemelos, “Magallanes” y “Juan Sebastián  Elcano”.
Viajé en el Marqués de Comillas, un trasatlántico con capacidad para 500 pasajeros. Para los de primera clase de aquellos tiempos -de verdadero lujo- para la clase turista, -que era mi caso- no tanto, pero recibíamos excelente trato.
El embarque tuvo lugar en Bilbao, y como, por supuesto, mi reciente esposa y yo, formábamos entonces una pareja que queriéndonos sincera y alegremente,  nos producía entera satisfacción estar juntos: Yo era su héroe y ella una joven llena de cariño, de simpatía, de alegre humor y optimismo; hasta allí me acompañó, por cierto con los primeros síntomas y antojos de su primer embarazo.
El primer capricho manifestado fue tan extraño y llamativo como beber con plena satisfacción y a grandes tragos, salobre agua del Cantábrico.
Para que la cosa resultase más interesante y novedosa, embarcó y viajamos juntos a Santander y Gijón. Fueron unos días de mar placenteros. Por el día reinaba buen ambiente, mucha animación: ver caras nuevas, entablar nuevas amistades, corretear por la nave en plan de reconocimiento que como novatos en el mar, todo nos resultaba novedoso; disfrutar del paisaje y visitar las ciudades en las que poníamos pie en tierra.
Por la noche veíamos películas y bailábamos. El barco organizaba esas diversiones; y en la oscuridad de la noche contemplábamos el cielo profusamente estrellado.
A mí como buen cornito, me fascina contemplar el firmamento con su insondable misterio.
En la escala  del importante puerto del Museo, después de  visitar Gijón, Peque regresó a Valladolid con la promesa de que en el próximo puerto: Cádiz, me pondría en contacto con ella telefónicamente.
Fiel a mi compromiso, lo primero que hice al pisar tierra gaditana fue apresurarme a acudir a Telefónica a solicitar la conferencia.
Por supuesto que los fabulosos móviles actuales y aquel servicio de Telefónica se parecen como la nariz a las orejas. Basta decir que mi solicitud la realicé en las primeras horas de la mañana y me la concedieron a última hora de la tarde -diez horas de demora- y esto no es todo, se ha de agregar el agravante de no poderme ausentar de allí ni un instante, y el servicio eran tan deficiente que nada, del verbo nada de toda la vida, es lo que nos entendimos, ya que la conversación no pasó de: Hola ¿quién habla? …¿Qué?... ¿Cómo?... ¿Que qué?...  
Bien, aunque con tan tampoco éxito, había cumplido el compromiso con mi media naranja. Ahora he de señalar que en Santander había embarcado un joven con quien simpatizamos de inmediato y que resultó un compañero de viaje constante y fiel como la estrella Polar, pues aguantó pegado a mí como la sombra al cuerpo durante todo la larga espera, y yo, dentro de la preocupación de verle allí plantado todo el santo día, agradecido, porque como dice el refrán, “hasta las hormigas quieren compañía”.
Si había aguantado a mi lado estoicamente, me sentí obligado a tener con él una consideración especial, y no tuve  idea más brillante que lanzarnos a corretear por la ciudad visitando bares y cantinas con más frecuencia de la que aconseja el más elemental sentido común.

Vamos a ver, el hombre es el único animal que ríe, pero también el que bebe sin sed y eso es precisamente lo que hicimos, matar la sed que no teníamos empinando el codo generosamente.
O séase, hablando con total exactitud, más alegres de la cuenta, achispados, con exceso de copichuelas entre pecho y espalda regresamos al barco a punto de partir.
La travesía de Cádiz a Las Palmas de Gran Canaria fue un purgatorio. Quien no haya pasado por la pésima experiencia de sufrir simultáneamente dos diferentes mareos: el de exceso de alcohol y el del atormentador balanceo del barco, no le resultará fácil saber lo que es pasarlo peor imposible; porque poco habituado a la bebida, tal exceso me hizo el efecto de un veneno, que hecho un guiñapo me postró en la cama con la angustiosa sensación de desorientación total, porque todo a mi alrededor daba vueltas y más vueltas descontroladas, y en el estomago, que se había vuelto loco, imposible retener nada, por lo que pasé la mayor parte del tiempo asomada la cabeza por el ojo de buey del camarote arrojando al mar nauseabundas vomitonas y con un solo deseo: que parasen el mundo, me quería apear.

Felizmente no hay mal que cien años dure y desembarcar, poner los pies en tierra firme fue la más eficaz medicina que restableció mi moral devolviéndome la alegría y la ilusión de vivir.
Mi memoria inmediata, la de corto alcance, mermada, como corresponde a quienes hemos alcanzado esa edad que se llama senectud, por lo que bien puedo olvidar lo que hice ayer, pero la de largo alcance, la que se refiere a la niñez, adolescencia y juventud, si descorro la cortina mental se me acumulan los recuerdos que hacen cola por salir a escena.
Recuerdo, pues, que reanudado el viaje, pasaba los días gozosamente disfrutando de un alegre sol, respirando el aire puro de una atmósfera limpia, clara y brillante, con la vista que no alcanzaba a verlo todo porque el mar y el cielo parecían más grandes.
Como por naturaleza soy tendente a madrugar, en alguna ocasión que desperté temprano, al alba, me tiraba diligente de la cama y subía a cubierta a contemplar el nacimiento del nuevo día.
Soy aficionado a contemplar el emotivo espectáculo, y en Melilla, en la casa frente al mar de Rocío, he sido frecuente espectador encantado de ver el glorioso nacimiento de un nuevo día. Aunque el más emocionante tuvo lugar siendo yo un mozalbete que acompañaba a mi madre de visitar a mi hermano en el convento de Daimiel, camino de Villafranca del Penedés, a pasar unos días con mi hermana estudiante en la escolanía de monjas de Santa Ana.
Tuvo lugar en Castellón, iba dormido pero a mi madre le pareció un espectáculo digno de ver y me despertó. Efectivamente fue fabuloso, era la hora mágica del amanecer y el cielo comenzó a iluminarse con una tenue luz azul y se inició la aparición de la carota alegre del sol enviando haces de rayos de oro sobre el Mediterráneo dorando sus aguas, resultando toda una fiesta para los ojos y para la mente, porque en ella se grabaron aquellos momentos de por vida.

Vuelvo a la historia. Con el corazón contento, aunque casado, me uní a un nutrido grupo de chicas y chicos solteros joviales  y entusiastas con quienes la alegría y la emoción estaban asegurados.
Así, pues, con buena compañía y tiempo bonancible, la vida en el barco resultaba grata y divertida: no mal yantar, cine, baile, juegos.
El espectáculo que no dejaba de resultar emocionante eran los delfines que como queriéndonos dar la bienvenida jugueteaban en torno al barco, así como los peces voladores que desplegando las aletas que les servían de alas saltaban fuera del agua y volaban largo tramo.
Los días discurrían gratamente, pero vamos a ver, que todo hay que decirlo, éramos emigrantes camino a lo desconocido, con conciencia de que nos esperaba un mundo y un modo de vivir nuevo; la necesidad de adaptarnos a la manera  de ser del país de acogida, sin embargo no podíamos ocultar que estábamos  contentos de haber emprendido la ansiada huida hacia la solución de nuestros problemas económicos y de libertad, pero no faltaban sentimientos encontrados, porque dejábamos atrás familia, amigos, patria… y como los emigrantes nos sentimos muy españoles, recuerdo que estaba de moda la canción de Juanito Valderrama, “El Emigrante” y escucharla y cantarla nos emocionaba hasta las lágrimas: “Adiós mi España querida/dentro de mi alma/te llevo metida..”

Tras muchos días de navegar por el Atlántico y después de celebrar la fiesta que ofrecía el capitán por motivo de cruzar el Trópico de Cáncer, hicimos escala en el primer puerto de América: Santo Domingo, capital de la Republica Dominicana, entonces gobernada por Leónidas Trujillo, otro dictador que rendía excesivo culto a la personalidad, generalísimo admirador de Franco, caudillo de España.

Hoy Punta Cana es considerada uno de los paraísos del planeta; gran zona turística del Caribe, con mar de aguas azul turquesa y playas de ensueño, como dan buena fe Rebeca y Jorge que se han bañado en ellas.
Puerto Rico, la siguiente escala, fue con mucho la que resultó la más emocionante. Al entrar en la bahía, desde un promontorio en el que se ubica un convento de monjas de nuestra patria, nos saludaron haciendo ondear una gran bandera española. El pasaje advertido de la tradición acudimos en masa a la cubierta a corresponder al saludo. Muchos ojos se anegaron de lágrimas.
Al desembarcar, los puertorriqueños nos dieron evidentes muestras del aprecio y la admiración que sienten por España, la Madre Patria, no se cansaban de decir, y por lo español, pues hospitalarios y generosos nos llevaron y trajeron por todos los lugares de interés: el Viejo San Juan, donde se encuentran los edificios históricos más interesantes; casas coloniales con sus patios, sus calles estrechas con pavimento de adoquines… A nosotros, habituados a la escasez y el racionamiento, aquella antigua colonia nuestra -hoy país libre asociado a los Estados Unidos- nos pareció el paraíso de la abundancia por el hecho de poder entrar a los establecimientos a adquirir a placer y en abundancia de todo: pan blanco, azúcar, aceite, tabaco…
Admirados asistimos a un mitin en el que los sindicatos exigían arrojar al mar enormes cantidades de ciertos alimentos, trigo, naranjas… para mantener altos los precios, actitud que nos resultó inaudita considerando las necesidades que existen en el mundo.
En la noche, en compañía de personas que les placía y complacía agasajarnos, asistimos a un espectáculo inédito para nosotros, ¡chicas con los pechos al aire!
La despedida: otra conmovedora agitación de nuestra enseña nacional.
El Marqués de Comillas era un trasatlántico mixto, de pasaje y carga, de ahí la larga travesía de cinco semanas, pues atracaba en tantos puerto como encontraba a su paso; como ocurrió en el Caribe que tocó varias de las encantadoras islas antillanas: Martinica, Granada, no se trata de nuestra Granada, es un minúsculo país independiente; la republica de Trinidad y Tobago, la escala tuvo lugar en Puerto España en Trinidad, la mayor de las islas; Curasao, Holandesa, compramos la famosa bebida con su propio nombre que se elabora con la piel de las naranjas.
La imagen general que guardo de todos aquellos lugares es que sus habitantes, por el color y el temperamento afrocaribeños son gente con corazón alegre y musical que llenan las calles de color y de jovial cordialidad.
La escala en La Guaira, donde desembarcó mi amigo, con el mayor número del pasaje -la mayoría canarios- es el puerto más importante de Venezuela, es decir, el único, a tiro de piedra de Caracas, no más de 50 Km.
Entre varios del grupo de amigos, como la escala era de dos días, alquilamos un taxi para hacer un viaje relámpago a la capital por una carretera, que no sé hoy, pero entonces resultaba de lo más especial por lo estrecha y accidentada, dando lugar a que por el día únicamente circulaban coches, y por la noche exclusivamente camiones, pero mediando la siguiente circunstancia, como por lo angosta no era posible cruzarse, un día la circulación era en el sentido La Guaira-Caracas y la siguiente en sentido contrario, esto es, tenían que esperar 24 horas poder circular. En Caracas, como la visita fue de horas, solamente hubo lugar para recorrer el centro donde están los edificios más emblemáticos. Llaman a esta ciudad “La Sucursal del Cielo”, que a de  ser por lo agradable de su temperatura, no hallo otra razón, pues se ve claramente dividida entre ricos y pobres, a más de la fama que nos hicieron ver de súper inseguridad por el alto nivel de criminalidad.
Surcando las cálidas aguas del Golfo de México tuvo lugar un tormentoso fenómeno meteorológico: nos alcanzó la cola de un ciclón. La cosa comenzó envolviendo a la nave unos nubarrones negros y espesos, seguidamente  sopló un ventarrón huracanado tan furioso y tan violentas eran las ráfagas, que bien parecía querer destrozar cuanto hallase a su paso, y poniendo al barco a zangolotear alarmantemente. O sea, que la cosa no estaba para euforias, pero en situación semejante, con tales cabriolas resultaba de todo punto imposible dormir y por falta de equilibrio moverse por el barco; en razón de ello, el grupo de jóvenes decidimos tomar la situación lo más optimista posible y resguardados en un rincón, dando vuelo al buen humor y entre bromas, cascada de risas y vociferando emocionados viejas canciones del terruño: Asturias patria querida, adiós con el corazón, adiós mi España querida… pasamos la tarde y noche capeando el temporal -que afortunadamente duró poco- pues el día siguiente lució el sol en un cielo alto, terso y azul y en el mar después de la agitación reinaba la tranquilidad y así llegamos a La Habana que para mí fue muy especial, muy entrañable, me esperaban, por un lado Lydia y Julio, grandes amigos de mi hermano, que me recibieron no sólo alegre y simpáticamente, sino de manera espléndida; en su compañía visité los lugares más interesantes.
Nos unió de por vida estrechos lazos de amistad. Por si eso fuese poco, también estaban allí la familia: mi tía Emiliana y todos los demás.
En Rincón, el poblachín en que residían, tuvo lugar el peripatético episodio del pasaporte y el retrete. Se trataba de una letrina bastante peculiar, simple y llanamente eran unas tablas con una abertura en el centro más o menos redonda y en el fondo, muy en el fondo, un pozo negro donde se acumulaban las deyecciones.
Tuve perentoria necesidad de acudir al incómodo lugarejo en el que había que adoptar la postura de “aguilita” o cuclillas, es decir, acurrucado de suerte que las asentaderas descansan sobre los talones. Por lamentable descuido llevaba el pasaporte en el bolsillo trasero del pantalón sin abrochar, dando lugar a la tragedia de quedar el documento entre la caca. ¡Menuda peripecia rescatarlo! era mi documentación y resultaba de todo punto imposible abandonarlo allí, pero estaba muy al fondo, donde no alcanzaba y tuve que ingeniármelas haciendo mil piruetas para recuperarlo y adecentarlo.
Conté la singular circunstancia y ha servido de motivo de risa hasta el día de hoy.

El Marqués de Comillas levantó anclas a la salida del sol para alcanzar el final del viaje: Veracruz.
Con el corazón contento a la vez que agitado, nos hallábamos frente al puerto, inmóviles en espera del práctico, o sea, unas horas más y estábamos en México. En Veracruz me esperaba mi hermano y después de los trámites aduaneros, para desintoxicarme de tanto barco decididimos dar un largo paseo a pie; llegando a un recodo del mar donde una pescadores recogían las redes, nos prestamos a ayudarles, agradecidos nos obsequiaron una bolsa con todo lo que había en las redes, peces, cangrejos, langostinos… señalándonos una casita próxima propiedad de uno de los pescadores, donde su esposa nos preparó la más abundante y sabrosa comida que pueda darse, aún creo tener el sabor en el paladar.
Ya en mi destino, México, D.F., al día siguiente tenía trabajo en una importante empresa de transportes.
     
El Comillas tuvo un pobre final, murió abrasado en La Coruña en 1961.

   Besos, abrazos y el más feliz de los días,        

                                Félix

martes, 15 de febrero de 2011

AUTÉNTICO LECHAZO CHURRO


14-02-2011

Querida Rebeca y demás seres queridos:

De pleno acuerdo en que el buen comer no tiene precio, y en ello estamos planeando repetir la visita a Traspinedo a dar gusto al paladar con los afamados pinchos de tamaño enorme que en grande y a lo grande allí se sirven, sencillamente deliciosos, todo un lujo con el que chuparse los dedos, pues han dado en el clavo ofreciendo el lechazo de manera diferente, cocinado a la brasa. Verdaderamente, todo un éxito.

Más siendo este clásico asado al pincho un guiso con matrícula de honor, si hay un producto estrella, un verdadero protagonista en la cocina castellano-leonesa, este es, sin duda, el lechazo asado en horno de leña atizado con sarmientos de las viñas.
En la meseta castellana por doquier se encuentran verdaderos maestros en el noble arte de preparar el lechazo con receta cinco estrellas, es decir, con la receta tradicional, la mejor, simplemente agua, sin añadir casi otra cosa: cazuela de barro, buen lechazo embadurnado de manteca, en el fondo, para evitar el contacto directo de la carne con el agua, unos palitos de sarmiento o de laurel, ajos enteros, sin pelar, sal y algunas especias y se logra un asado de lechazo de suprema categoría.

En nuestra región se entiende  por buen lechazo la cría de la oveja de raza churra o castellana sacrificada con apenas un mes de vida, alimentada exclusivamente con leche materna, y peso aproximado de media docena de kilos. Así, pues, la tierna criatura, después de dos horas de horno a fuego moderado, su carne jugosa, dorada, con deliciosa consistencia crujiente se deshace sabrosamente  en la boca. Con sobrada razón goza de gran prestigio.

Sin discusión posible, mimar el paladar con un asado de auténtico lechazo churro regado un  buen vino de la ribera es disfrutar de una de los verdaderos placeres que ofrece la vida.

Abrazos, besos, salud, suerte y alegría.

                              Félix