Historias de toda una vida

Cartas que agrada recibir

jueves, 17 de febrero de 2011

QUERIDO PRIMOGÉNITO: "Tu aterrizaje en el mundo"

Con esta carta que Félix dedicó a su hijo primogénito en el año 2002, termina una etapa. Hasta aquí, más o menos cronológicamente, he ido publicando sus recuerdos y ahora continuaré desvelando retazos que a modo de confidencias de café y camilla, él mismo escribió durante años; sin dejar de publicar las cartas que diariamente seguiremos recibiendo.
El Yayo Félix duda mucho que estas cartas le estén interesando a alguien y desde aquí insto a que los más perezosos le den señales de vida con un mensajito que tan solo les llevará unos segundos de su tiempo. Él merece eso y mucho más por compartir su vida tan abiertamente. En su nombre, esos mensajes seguirán siendo contestados como hasta ahora.

Saludos y agradecimientos por vuestra visita.

Marisa Pérez

QUERIDO PRIMOGÉNITO-TU ATERRIZAJE EN EL MUNDO              

Valladolid, 6 de Febrero de 2002

          Querido primogénito: Hoy, tu fiesta onomástica, y todos los días de tu vida, deseo cordialmente  seas feliz como un pájaro escapado de la jaula, y esa dicha la compartas con los demás.
          Hijo, ha pasado medio siglo. Han pasado muchas  cosas. Ha pasado la vida, pero pese  a estar metido de lleno en la edad más que madura  y me falle todo, ojos, oídos y memoria, la fecha de tu aterrizaje en el mundo fue para nosotros un acontecimiento tan extraordinario que quedó grabado en nuestra mente y en nuestro corazón  como si hubiera estado iluminado por una luz especial.
          ¡Qué aventura tan emocionante la llegada del primer hijo! La autora de tus días ingresó en el Sanatorio Español el primer día de Febrero, domingo para mayor precisión, lista para el gran acontecimiento, fue un parto interminable por problemas de lentísima dilatación y la fiesta del nacimiento no tuvo lugar hasta el viernes, o sea, toda una larga semana de fuertes emociones, apurones e inquietud, ¿cesárea, no cesárea? A todo esto el crío embistiendo como torito bravo  con ansias de ver el mundo. Consecuencia: los “apriétales”, esos huesos que constituyen las paredes y la bóveda de la cabeza, que entonces no eran otra cosa  que tejido cartilaginoso moldeable, se deformó en enorme y asustadizo chinchón… Menudo susto ver al niño con tan extraña cabeza, y para  remate de sobresalto, tuerto, no abría más que un ojo. Lo del ojo fue una falsa alarma, cuestión de una simple legaña, ese humor viscoso que se seca  en los párpados. La enorme hinchazón tampoco representaba problema alguno, nos comunicaron que en 24 horas todo volvería a la normalidad, como efectivamente sucedió. Y entonces que ufanos y dichosos  nos sentíamos contemplando embobados aquella criatura de concurso, preciosa y perfecta. Nos maravillaba ver crecer día a día su cuerpecito irradiando fuerza y vida. Era nuestro orgullo y soñábamos un brillante futuro para él, así como veíamos realizados en el hijo nuestros anhelos insatisfechos.
         
Tiempos aquellos llenos de gozo e ilusiones, ¡Dad la vuelta! ¡Volved! Porque aquello era vivir.
La llegada de los hijos suponía grandes cambios en modo de vivir, obligaba a poner en marcha otra diferente  en la que las cosas importantes no eran las mismas. En gran medida los hijos son un don del cielo, una fuente de alegrías, pero también nos cargaban de responsabilidad, desvelos y preocupaciones, esto es, nos condicionaban la vida; más bien eran la razón de nuestra vida al poner todo patas arriba, pero merecía la pena en grado tal, que no nos asustaba en absoluto  rodearnos de niños, o de niñas -que es el caso- en aquel entonces aún no existían las ecografías y el sexo de los hijos resultaba la gran incógnita.

          Larga cadena de recuerdos hacen fila para salir a escena, por citar uno, en cierta ocasión, eras muy niño, con fiebre motivada por problema de anginas; ignorantes e inexpertos, tanto y tanto te arropamos que llegaste a la deshidratación. Aprendimos la lección y en lo sucesivo nuestros hijos siempre ligeritos de ropa, logrando con ello gozar siempre de espléndida salud.
          Hijos, los hombres llevamos dentro el niño que fuimos, y los abuelos lo llevamos tan en el centro del corazón que nos volvemos niños.
Será por ello que he gozado tanto el embeleso de acunar en los brazos a los nietos.

                                                 Besos y un abrazo de oso

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