MELILLA VIVA Y
ALEGRE
Valladolid 27
Octubre de 2001
Queridos hijos: Entorno los ojos
y ensimismado doy un imaginario y nostálgico paseo por tierras africanas, pues
no en vano se me ha quedado un hondo y
claro recuerdo de Melilla, la pequeña gran ciudad llena de encanto y misterio,
viva y alegre. Pasear por sus calles es sentirse gratamente sorprendido por
diversas razones. La primera, verte rodeado de muy diversos tipos de gente,
musulmanes, hebreos, indios y cristianos; lógicamente, de cuando en cuando encuentras
iglesias, mezquitas, sinagogas y oratorios hindúes. Es por ello que se
dicen que son cuatro tipos diferentes de personas, cuatro las culturas
diferentes; cuatro las comunidades, o sea, cuatro Melillas diferentes, pero en
realidad es una única Melilla con gran diversidad de matices y la gran
importancia de la convivencia pacífica.
En el centro urbano, por
supuesto, se encuentran los mejores edificios de elegante estilo modernista muy
melillense, donde se hallan instalados
los principales locales comerciales, joyerías, relojerías, boutiques de moda, y
los renombrados bazares que ofrecen tentaciones tales como elegantes
prendas de cuero, teteras de plata, ceniceros de ónix, rosas del desierto, etc.
que hace difícil pasar de largo y aún más salir con las manos vacías, aunque
eso sí, a un precio satisfactorio logrado tras el tira y afloja del regateo
típico de Melilla.
Por ser Melilla "territorio
franco" exenta de aplicación de IVA y otros aranceles tiene fama de gozar
de precios bajos. , pero como yo no compro elegancias el tema me pasa
desapercibido. Donde sí me entero y disfruto es en mercados y mercadillos
callejeros donde se mezclan todos los colores y olores con imágenes de exotismo
y novedad para los fuereños, donde se practica a lo grande el para mi difícil
ya mencionado arte del regateo.
Ahora me dirijo al puerto y
después de curiosear por lo mucho que allí hay que ver, subo a Melilla la Vieja con vistas al mar por
todas partes menos por una, la que ofrece la panorámica de la ciudad. A renglón
seguido, cambio de itinerario y echo
una mirada al restaurado fuerte de
Rostrogordo y tras admirarme de lo sucio que tienen el espléndido pinar, un
tanto desencantado escapo de vuelta a la urbe. Como en Melilla existe la
españolísima costumbre de las tapas y los pinchos se impone picotear de aquí
para allá, aunque yo por lo tacañón que me
he vuelto evito en lo posible el rito del tapeo, mi cicatería me lleva
preferir sentarme en la terraza de casa
frente al mar y dar buena cuenta de unos pescaitos fritos y unos vasitos de
buen vino.
Y hablando del mar en Melilla
siempre presente, siempre protagonista, así como su caprichoso clima, que según
sople el viento del mar o del Gourougou (Gurugú), así se comporta, pero siempre
suave y benigno.
En mis tres meses de estancia en
Melilla, cada mañana me tiré de la cama al primer albor del día con la ilusión
de ver brotar al sol, pero las más de las veces en el último momento llegaba un
sentimiento de decepción, porque cuando todo estaba listo, como cosa de magia aparecía
en el horizonte una niebla pesada como el bronce que eclipsaba al Astro Rey
impidiendo gozar del espectáculo dado
que no asomaba su carota pálida y fantasmal hasta no alcanzar los dos
palmos del suelo, para entonces sí, ascender majestuosamente por el cielo azul.
Hijos, por hoy basta, mañana
más.
Besos y abrazos
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