EL
VALOR DE LAS MANOS
Valladolid
Queridos
hijos: Ya hablé una vez de las manos, pero con los dedos índice astrósicos y
por consiguiente doloridos me llevan a dedicar tiempo a pensar en las manos, y
cuanto más tiempo las dedico mayor número de cualidades descubro. Por supuesto
existen muy diversas calidades de manos; comparando las mías viejas y torpes
con las de María jóvenes y habilísimas moviéndose como rayos de luz pulsando
las teclas del piano queda meridianamente demostrado.
Por
supuesto el cerebro es el gran jefe, da las órdenes que las manos obedecen,
pero sin que quepa duda de que constituyen una sociedad que funciona de total
acuerdo para lograr que el hombre sea lo que es. Lo dice el refrán: “El hombre
no es tan animal como los demás brutos porque tienen manos”. Los talentosos que
conocen el funcionamiento de la mente aseguran que el cerebro dedica gran parte a dar movimiento a
las manos, a cada dedo funcionando independientemente, con el pulgar apuesto a
los demás, hecho tan singular que merece el calificativo de maravilla del
Universo por su capacidad para llevar a cabo cualquier actividad.
En
realidad, el cerebro y las manos junto con los ojos logran el prodigio de
alcanzar, coger, apretar, dar y recibir, dejar caer, sostener, gotear, comer y
otro número infinito de acciones que realizan; pero eso, con ser tanto, no es
todo, gozan de otras mil facultades: sirven para comunicarnos, ayudan a pensar
y a recordar. Los gestos hablan, gesticulamos cuando hablamos para explicarnos
mejor. Es decir, que las manos se expresan de muchas y diversas maneras, pueden
ser elocuentes insultantes, agresivas, amables, comunicativas y transmiten
sentimientos. Cuando falta la voz o el oído, el lenguaje de las señas los
sustituye, permitiendo vivir y convivir y no verse rodeado del silencio
absoluto. El tacto desempeña un papel fundamental en el desarrollo emocional,
nos permite encontrar nuestro cuerpo, tocamos y somos tocados, necesidad vital
para el hombre. Respecto a los demás sentidos, con las manos nos taponamos las
napias para eludir el olor a chamusquina, y aún peor, la pestilencia;
protegemos los oídos cuando el terrorismo del ruido nos taladra los tímpanos;
nos cubrimos los ojos cuando nos negamos a ver lo que nos asusta, disgusta o
nos afecta la luz. Y para rematar con broche de oro, que decir de las manos de
los invidentes que a través de las yemas pueden leer, y hasta ver con la
información que transmiten al cerebro.
En
fin hijos, ¿Hay quien dé más?
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