Historias de toda una vida

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lunes, 12 de noviembre de 2012

LA GALLINA PITIRROJA



Si además de la bonita historia de esta gallina, lo que cuentas es real, hoy 12 de noviembre es el cumpleaños de tu nieta más pequeña, aunque si el día que escribiste este cuento celebrabas su tercer cumpleaños, a día de hoy Marina se ha convertido en toda una señorita de 14 noviembres.
Es de rigor por tanto que hoy no sólo te mande los achuchones de costumbre, hoy compartirás todos ellos con Marina a la además envío un fortísimo “Que cumplas muchos más preciosa”.
Marisa Pérez Muñoz
VALLADOLID-12 De Noviembre de 2001
Queridísima Marinita, promesa de luz y símbolo de la alegría, porque tu nombre me suena a campanilla mágica tintineando en el corazón, y tus besitos se dejan en la cara el sabor de la dulzura de la miel,  en razón de cumplir 3 maravillosos añitos, te voy a contar la historia de la gallina Pitirroja.
  El hecho es de plena actualidad, de ayer mismo sin ir más lejos, y tuvieron lugar en cualquiera de las muchas modernas granjas avícolas donde se violan flagrantemente los más elementales derechos de las aves, explotándolas con métodos perfectamente siniestros y en condiciones espeluznantes, confinándolas en jaulas en batería unas encima de otras, manteniéndolas en penumbra, se les corta la cresta - sin anestesia - para que no se ataquen entre sí.  
Es práctica extendida no alimentarlas durante varios días para acelerar la puesta de huevos, esto es obligadas a vivir y trabajar deprisa y en cuclillas, poniendo no menos de 250 huevos al año.
Las gallinas del corral de mi madre, tu bisabuela, tratadas a cuerpo de rey, sin otra obligación que la natural de poner 150 huevos - 12 al mes - vivían y cacareaban contentas y felices una docena larga de años.
La gallina Pitirroja tenía que emplear todas sus preciosas energías en poner un huevo tras otro, pues de no cumplir a rajatabla el cupo establecido de inmediato son consideradas elementos desechables y sacrificadas. El propietario de la productora de huevos en cantidades industriales, lo más probable es que no sea un mal individuo, amante seguramente, de su hogar que adora a sus hijos, sin embargo como cada sentimiento encierra el contrario, explota a las pobres aves hasta limites extremos, únicamente ve el negocio bajo el punto de vista de la competitividad del mercado y las estadísticas, y la ponedora que no esté a la altura, sin miramientos ni contemplaciones es sacrificada para ser transformada en caldo para convalecientes sin el menor sentimiento de culpabilidad.
   Eso es justamente lo que le ocurría a nuestra heroína. Después de un año largo de traer a este mundo huevos a más no poder, producidos con prisa y sin pausa, comenzando la fabricación de uno inmediatamente después de poner otro, soportando toda suerte de agravios y humillaciones, de modo que la vida se le hacía insoportable, y estresada, con las plumas arrancadas, con llagas en las patas, mermada la producción debido al sobreesfuerzo, falló, jovencísimas aún, falló, y abandonada en un rincón del patio pasaba las últimas horas de su existencia en espera del sacrificio. Con la poca cresta que le quedaba caída, los ojillos vidriosos y enrojecidos, el plumaje descolorido, acongojada por la pena, con hondos suspiros y tristes cacareos se lamentaba de la triste peripecia de su vida vacía de ilusiones, ninguna se había cumplido, las barras de su jaula habían constituido una barrera infranqueable.
Sobre la flor de un cardo, dándose un banquete de semillas, escuchaba  un jilguero, ave llamativa por el colorido de su plumaje y lo melodioso de sus trinos. De pronto el pájaro voló y se posó sobre la jaula, mirando alegremente los ojos de la cautiva, pero por supuesto, no encontró alegría ninguna en ellos, sólo un hondo pozo de tristeza, sin embargo, fue un momento emocionante, ambas entendieron lo de dentro y lo de fuera, y juntas lloraron, por la madre libertad que tanto amaban y que sólo una gozaba.
Después el pintado pajarillo voló hacía un copudo y frondoso olmo abrumado de pájaros que allí se habían refugiado para pasar la noche. Era el momento glorioso en el que estallaba el día, y era tal el hervor, tanto el gorjeo alborotado y los gritos de alegría que parecían decir: ¡Gracias Dios! ¡Bendito Sol! ¡Hola mundo!
   Llegó el sietecolores y en medio del gran guirigay, trinando con voz de clarín rogó a sus congéneres, sus amigos, sus buenos amigos, un momento de atención. Cesó el tumulto bullanguero   y el revolotear  de alas de rama en rama. El jilguero tomó la palabra, y con breve explicación dio cuenta de la angustiosa situación de la enjaulada, y pidió ayuda para acudir en su auxilio.
-             Haremos cualquier cosa que nos pidas - gritaron todos a una, y con mucho batir de alas la bandada se precipitó vertiginosamente hacía la prisionera posándose sobre la jaula y sus alrededores.
-             No, no, no hay derecho - trinaban las aves canoras- que éstas barras ahoguen tu vida.
A jaula tan vieja y destartalada, tan pequeña para una gallina, no resultó difícil separar las alambres y desarmar la jaula contando con la cooperación de tantos pequeños, pero fuertes picos y conseguir la libertad de la enjaulada.
- Ahora - trinó el valeroso colorín - hay que pasar de lo posible a lo real. ¿De qué sirven las alas tan anchas y poderosas si no sirven para volar? ¡Vamos, vuela!
Poniendo en ello voluntad enorme lo intentó la gallina, batiendo torpemente las alas,  pero el roce del sobaquillo le hacía cosquillas y no podía, le salía la risa, y lo más extraño, después de tanto tiempo en cuclillas, sólo lograba mover una de las alas y se iba de lado, nada sorprendente considerando lo atrofiadas por permanecer constantemente acurrucadas sin poder estirar el cuello, ni escarbar, algo tan apasionante en este tipo de aves.
- Es fácil y posible - animaban los pájaros- bate rápido y fuerte las alas.
Con enormes ganas de aprender y el corazón lleno de esperanzas lo intentó de nuevo, batiendo enérgicamente los alerones, pero no lo suficiente, por lo que sólo lograba avanzar a saltos por el suelo, sin volar.
Con entusiasmo lo siguió intentando una y otra vez, ahora con saltos mayores, logrando despegar algo del suelo, pero sin alcanzar su anhelado deseo.
-                  No imites a las mariposas -aconsejaban los emplumados amigos- imita a las golondrinas.
Inmune al desaliento y con un empeño sin límites probó otra vez, más moviendo ahora tan rápido y fuerte las poderosas alas que tras un gran salto empezó a sentirse liviana, como sin peso y despegando del suelo empezó a volar. Increíble, flotaba en el aire. Pasmada de admiración y loca de alegría exclamaba:
-                  ¡Es guay! ¡Qué guay! ¡Vuelo, soy libre!
-            ¡Extraooooooordinariooo! - trinaban alborozados los alados amigos- has alcanzado  el lugar que mereces, eres libre, aprovecha el tiempo perdido y vuela, vuela, adiós, adioooós, adioooooooós. -la despedían con alegría el cortejo de amigos hasta que la gallina se perdió en la lejanía.
Si un pájaro puede ser feliz, la gallina pitirroja lo era dejándose llevar por el viento, subiendo deprisa, elevándose más y más, creyéndose la reina del aire, desplazándose por el cielo azul limpio de nubes, bajo un sol expléndido, luciendo alegre su carota de rey godo.
Sin poder reprimir su desbordante alegría veía desplegadas sus alas al máximo se sentía un pájaro volador de lujo, al que su poderoso vuelo le había salvado en el último momento, alcanzando la libertad que creía desaparecida del mundo. Pero la tristeza había quedado atrás y lo mejor era olvidar, no vale la pena recordar lo que no merece ser recordado.
Embargada de doble emoción dejaba correr los ojos por el paisaje bucólico e idílico que sobrevolaba, redondas  colinas cubiertas por espesos bosques, verdes praderas tendidas al sol, salpicadas de margaritas y mariposas.
A lo lejos vislumbró un pueblecito que al irse aproximando más y más le parecía tranquilo y acogedor, lleno de magia y encanto -el lugar bien podía tratarse de Cornón- puesto que consideró ideal para iniciar una nueva vida.
Desplegó las alas y empezó a bajar planeando lentamente hasta aquel rincón del Edén y aterrizó. No pasaron muchos días de hacer correrías por el laberinto de calles bañadas por un mar de sol para quedar impresionada y prendada de un gallo arrogante y postrero, plumaje de lujo por lo tornasolado y lo vibrante de su kikirikí.
Las circunstancias se presentaban tan favorables que gozosa y satisfecha se dedicó a poner huevos de oro, de oro por tener dentro  pollitos, que después de transmitirles durante  tres semanas el calor de su cuerpo eclosionaron, produciendo el pequeño prodigio de surgir unas criaturas doradas, redondas y llenas de gracia.
La vigilante y amantísima gallina que ha visto cumplido su máximo anhelo de maternidad, ve colmada su dicha escuchando la dulce música de los píos, píos, de sus adorados polluelos, así como reuniéndolos en piña en torno suyo para endulzar sus piquitos con la golosina de una lombriz, a la vez que con ternura y paciencia les va enseñando a escarbar y picotear, fundamental aprendizaje para ganarse el cotidiano sustento, puesto que llenar el buche de grano, larvas, saltamontes, orugas, gusanitos, arenilla y algún que otro  bicho, alimentación tan variada, exquisita y sana resulta esencial para alcanzar la mayoría de edad transformados en unos reales gallos y gallinas de vivir venturoso y de provecho.
Adorada Marina, cara de flor y sonrisa de ángel, colorín colorado este cuento se ha acabado, pero  no   antes  de   desear a  la gallina  pitirroja  que,  arrinconados  los   amargos recuerdos, tenga tan larga como feliz prolífera vida para que rodeada de la numerosa  descendencia se sienta una abuela tan feliz como lo soy yo propinándote besos sin cuento junto otras caricias y demás zalamerías.
Tu yayo, Felix (el matalistos)

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